Cierta mañana de primavera, andaba yo remoloneando por las proximidades de una farmacia, en cuyo lateral habiase instalado una máquina expendedora de preservativos. Esperaba el momento en que ningún transeúnte pasara por las proximidades, para comprar uno por motivos puramente académicos (y porque el que llevaba en la cartera había caducado días antes)
Como quiera que era sábado y la farmacia se encontraba a medio camino entre la estación de tren y el mercadillo que suelen frecuentar guiris de toda la costa, estuve quince minutos esperando a que la calle quedara vacía: ora mirando el reloj, ora haciendo como que hablaba por el móvil. Hasta que de un parque cercano, me llegó el ruido de una pequeña trifulca.
Amigo de los follones como soy, me acerqué a ver si podía desfogar algo de adrenalina con un furtivo golpe a alguno de los contendientes. Cosa que no podría hacer, pues los que estaban discutiendo acaloradamante, eran un grupo de jubilados extranjeros. De todos modos me acerqué, puesto que soy tan cotilla como follonero.
La mayor parte de los gritos, provenían de un finlandés de pelo cano y ojos azules que se quejaba a un español sobre la injusta descalificación que había sufrido su equipo, puesto que uno de sus jugadores había perdido la noche anterior todo su capital en el bingo y en esos momentos hallaba la forma de regresar a su Suomi natal a por más dinero. El español, no atendió a razones y a punto estuvieron de pegarse, de no ser porque los ancianos que les rodeaban pudieron sujetarlos, y quitarle el bastón al finlandés cuando este iba al encuentro de la hispana cabeza de su contrincante.
Tras calmarse los ánimos, el grupo de finlandeses se reunió en torno a su portavoz, y entonces me vieron. Primero fue de reojo, un orondo finlandés que siguió con la mirada la trayectoria descendente del donut que se le cayó de las manos y que fue a parar a mis pies. Al verme se le iluminó la cara y yo estuve por salir corriendo pues confundí su expresión. Pero no era una noche de pasión lo que quería de mí, sino que jugara con ellos al deporte de los reyes: la Petanca.
Como me explicó Tommi (el que discutía momentos antes) se habían quedado en cuadro para el partido de ese día. Y no era un partido cualquiera, sino la semifinal del campeonato del mundo, que por esas cosas de la vida, tenia lugar en ese parque semicochambroso, en el que al menos daba la sombra todo el día.
Mi única experiencia con el deporte centenario por excelencia, era
aquella vez en que un finlandés por poco me priva de mi ojo izquierdo de un bolazo. No me agradaba la idea de volver a pasar por algo parecido y así se lo hice saber. Entonces, cuando me disponía a marcharme, surgió de entre los decrépitos finlandeses, Livi, una septuagenaria encantadora, que me enseñó una foto realizada en su juventud, en la deshinibida Copenhague de los 60. Con la esperanza de que tuviera una nieta, me adherí al equipo con alegría. El partido pudo dar comienzo entonces.
Desde el lado español, los hijos de los jugadores me lanzaban gritos ofensivos.
- ¡¡Chaquetero!! , ¡¡traidor!! - vociferaban con rabia como si aquello fuera la final de la Champions League en lugar de un torneo amateur entre viejetes. Hay gente que se emociona con cualquier cosa.
Les enseñé entonces la foto que Livi tan amablemente me había dado y no dudaron un segundo en apuntarse de reservas a nuestro equipo, en el cual estábamos encuadrados: Tommi el Capitán, Likkonen el Grueso, Livi la Mata Hari de las nieves, y yo que me autoasigne el sobrenombre de "Bolas de oro" (ya puestos...). Cada uno llevaba bordado en la parte trasera de una elegante chaqueta su sobrenombre. A mi me tocó la del ausente Hans el del Aliento Gélido.
En el lado local podía encontrarse a Paco, Manolo, Antonio y "Ahí viene el padre del Navas", que durante todo el partido se negó a darnos su verdadero nombre. El arbitro dio comienzo al juego y todos nos colocamos junto a la pista, en espera de que Tommi lanzara el boliche.
Campo de sueños
Contuvimos el aliento hasta que la pequeña bola roja cayó sobre la arena a plomo. Acto seguido, con un lanzamiento bombeado, logró colocar su bola a escasos centímetros de ella. Era el turno de Manolo, ex-camionero de aspecto hosco, tez morena y brazos como pilares, que con una técnica depurada, totalmente contraria a la fuerza bruta que destilaba su aspecto, consiguió sacar del campo de juego la bola de Tommi. Según se jactó, debía toda su destreza a las innumerables horas pasadas en la barra del bar levantando jarras de cerveza, lo que confirmaron sus compañeros asintiendo solemnemente.
Los respectivos lanzamientos de Livi y Paco, dejaron dos bolas hispanas por una finlandesa cerca de la bola roja. Entonces llegó mi turno.
La aproximación más cercana a la petanca que había experimentado, fue aquella vez que jugando a los bolos con la Wii, había golpeado con el mando las bolas de... bueno no viene a cuento ahora mismo. En cualquier caso no podía fallar, pues cualquiera sabia qué serian capaces de hacer aquellos abuelos con sus bastones.
Aún pesando poco, apenas podía sostener la plateada esfera en mi mano. Me coloqué en el punto de lanzamiento tras recibir instrucciones de Tommi. Mi misión era acercarme lo más posible al boliche, que disminuía de tamaño y parecía alejarse de mi cuanto más lo miraba. Se me debía notar muy nervioso, pues acudió a animarme Livi.
- No te preocupes si fallas - gritó - ¡esta noche haré que lo olvides!
Sus palabras me motivaron lo suficiente como para lanzar con decisión, sin que me fallara el pulso. Mientras la bola rasgaba el aire hacia su objetivo escuché las palabras de la finlandesa:
- Si aciertas, lo celebraremos en mi casa. ¡Y me quitaré los dientes!!. Ya sabes a lo que me refiero.
Y picaramente me guiñó un ojo.
Algo en mi interior se descompuso cuando la bola quedó a un centímetro escaso de la bola roja. Sólo podía rezar para que todo hubiera sido una broma.
El equipo me rodeó entre aplausos. Había sido mi primera vez y había aprobado con nota, como bien apuntó Livi, que no tardo en ofrecerse a darme clases particulares, de noche y con solo dos bolas. No quise preguntar.
Llegó el turno del padre del Navas y de Likkonen, que además de a la petanca, parecían competir por la barriga más prominente. La de uno, ganada a pulso tras innumerables horas al volante de su camión a base de panchitos; la del otro, producto de la gula y del sandwich finlandés: una gruesa loncha de tocino de cerdo entre dos rebanadas de mantequilla.
El padre del Navas se pasó con el tiro y derribó a una paloma que buscaba algo que comer. Likkonen no erró y pronto nos encontramos con ventaja, pero quedaba un último jugador.
Hasta entonces el escaso público se había hecho notar con cánticos, insultos y cánticos insultantes, pero el silencio se apoderó de ellos, cuando Antonio se dirigió al campo, con su espigada figura, piel cetrina, nula cabellera y gesto adusto.
Entonces, a una señal de Tommi, Livi corrió hasta ponerse delante de él. Desplegó su pose más seductora y empezó a abrirse la blusa lentamente (por la artritis supongo)
- Ánimo padre Antonio - gritó alguno de los espectadores - ¡no se deje tentar por la carne!
- Maldición - masculló Tommi entre dientes - la estrategia me ha salido mal, ¡¡es cura!!
Entonces me vio a mí y su expresión cambió.
- Oye Dani, ponte tú, igual...
Me negué escandalizado, pero no importó, puesto que Antonio acababa de tirar, empatando con los finlandeses, como nos confirmó Likkonen, que tenia la capacidad de medirlo todo con solo echarle un vistazo.
Nos reunimos en corrillo para que Tommi explicara la nueva estrategia a seguir para la segunda ronda. Él y Livi procurarían alejar las bolas de los demás, al principio resultó bien, pero esta se quedó corta en el lanzamiento. Los españoles tenían todas las de ganar, se hacia necesaria una solución desesperada. Tommi se acercó a Livi y cuchicheo algo a su oído. La partida continuó. Conseguí acercar al boliche la bola. Volvíamos a estar parejos.
Le tocaba ahora al padre del Navas. Como una flecha, la finlandesa pasó por detrás suya, le murmuró algo y se dirigió a un baño público cercano, seguido del jugador español. Diez minutos después, aún no había vuelto, así que se le descalificó. Con un jugador menos, el equipo local no pudo seguir. Habíamos ganado la semifinal.
En la final del día siguiente, nos esperaría el vencedor del Inglaterra-Alemania que se jugaría por la tarde, y al cual me invitaron asistir; pero decliné el ofrecimiento, pues temía que la visita terminara en casa de Livi.
Volví al parque la mañana siguiente, todavía sin creer cómo me podía haber metido en aquello. Por lo visto, el equipo alemán se había impuesto al británico, según me contó Likkonen, al que me encontré en la cafetería del parque tomando su desayuno. Lo encontré algo nervioso. No sabían nada de Tommi, desde el mediodía anterior, cuando había ido a casa a cambiarse. No parecía estar allí y tampoco cogía las llamadas.
No tardó mucho en aparecer el equipo germano. Los espectadores, básicamente los componentes de los equipos que habían jugado el torneo, iban llenando las gradas, que se habían colocado sobre el césped para la ocasión. A pocos minutos de iniciarse el partido, llegó Livi con unas ojeras como frisbees.
- Tuve una noche movida, ya sabéis.... - se disculpó.
Del capitán finlandés no había ni rastro. Pasaron los minutos y la impaciencia se iba adueñando de los presentes. Los teutones mientras tanto, presionaban al arbitro para forzar nuestra descalificación; y a punto estuvieron de conseguirlo, de no ser porque en el último momento, como en una película de autosuperación, apareció Tommi, cubierto de vendajes de los pies a la cabeza. Sólo su brazo derecho se veía libre de ellas.
- Suficiente para poder jugar - gruñó al ir a recoger su equipo.
Una moto había pasado por encima de él cuando salia de casa el día anterior. Hasta entonces, había estado en el hospital, del cual se había escapado diciéndole al médico que no tenia seguro.
Me extrañó la voluntad férrea por jugar que mostraba, y se lo comenté a Livi.
- Verás Dani, para Tommi, la petanca es su vida. Su mejor amigo es la bola plateada. Él tiene un sueño, jugar en la residencia de San Francisco de Asís, que posee el mejor equipo de petanca del mundo. ¿Ves ese hombre de allí?
Señalaba a un tipo con sombrero fedora y un periódico enrollado en la mano.
- Es el hojeador de la residencia. Ha venido para fichar al mejor jugador del torneo y Tommi espera ser el elegido. Para ello debemos ganar el título. Por eso te incorporamos al equipo de forma tan irregular y usamos técnicas poco ortodoxas.
La voz atronadora y seca de un alemán, nos devolvió al terreno de juego.
- ¡¡¡Comensemos!!!!
En esta ocasión me tocó en suerte empezar. No lo hice mal pese a que todo el mundo me abucheaba.
La partida estuvo bastante equilibrada durante las siguientes tiradas, pero Tommi quería aplastar al contrincante lo antes posible, así que ordenó a Livi que sedujera a Schultz, un teutón que mantenía el recuerdo de la belleza de su juventud. Se fueron al mismo baño del día anterior, pero a los dos minutos, ya salia el alemán de vuelta a su puesto.
Livi volvió con cara de circunstancias.
- Ya ha terminado.- Fue todo lo que dijo.
Le pregunté a Likkonen si la finlandesa había sido siempre....así.
- Oh si si - me respondió- durante la guerra mundial espió para los nazis, los finlandeses, los rusos y los aliados, todos a la vez. De esa forma justifico ante su marido su infidelidad con un batallón de la Kriegsmarine, un pelotón de un puesto de la linea Manerheim y una escuadra del ejercito rojo, entre otros. La realidad es que estaba más caliente que la lava del Krakatoa. Su marido murió de agotamiento y no tras una pesada mudanza precisamente.
El resto de jugadores lanzaron, sólo quedaba uno: alto, rubio, fuerte, su presencia imponía respeto. La gente aplaudió en cuanto se acercó al recuadro de juego.
- Ese es Rummenigge- me dijo Tommi.
- ¿Cómo el jugador de fútbol?
- Sí, se lo pusieron sus padres por él. Eran grandes admiradores.
- Un momento - reflexioné - si él tendría lo menos treinta años cuando Rummenigge empezó a jugar ¿no?
- Sí, por eso se tomó muy mal que no le consultaran.
Rummenigge soltó la bola, y cuando esta bajó a tierra, le propinó una patada, que la mando a escasos milímetros del boliche. Era todo un fuera de serie. El hojeador mientras, tomaba buena nota de lo que veía, entre tila y tila. A Tommi, le reconcomian los nervios.
Los contendientes se sucedieron, y no habia forma de inclinar la balanza a un lado u otro. Sólo quedaban cuatro lanzamientos para terminar el encuentro: el mio, el de Rummenigge, el de Tommi y el de Hans, un mago retirado que se acercó sonriente al punto de lanzamiento. Ante la incredulidad de los que nos encontrábamos allí, dio unos pases mágicos, lanzó la bola, y esta al caer, se multiplicó, rodeando las esferas clónicas por completo a la bola roja.
Nos quejamos al árbitro. Aquello no era legal, pero él no vio nada al respecto en el reglamento, así que lo dio por bueno.
- No os preocupeis chicos - comentó animado Tommi - No hay nada perdido. Me guardaba esta técnica para una gran ocasión, y ¿qué mejor que esta?
Cogió la bola y gritó:
- ¡¡¡¡Tornado Suomen!!!!
Al lanzarla, un furioso viento sacó del campo todas las bolas que había en él. La victoria debería ser cosa mía. Pero antes debería lanzar Rummenigge, que con el estilo que le caracterizaba, acercó lo indecible su bola a la esfera roja. Tras ello, se dirigió a nuestro capitán.
- Tommi, no conseguirás ganarme con tus trucos de barraca de feria. Lo haré yo, y con el premio, me llevare a mis nietos a Eurodisney.
Como única respuesta, el finlandés se me acercó y me dijo:
- Aplástalo.
Algo me dijo que tentado estuvo de añadir: " o te aplasto yo a ti". Cerré los ojos con la confianza de que un anciano recién salido del hospital poco podría hacerme. Lancé la bola y ... milagrosamente desvió la del alemán, ocupando la mía su lugar. Habíamos ganado.
Tommi estalló en lágrimas, se subió a un banco y saltó de él. Se rompió el brazo que le quedaba de una pieza, pero estaba pletórico y no lo notó: jugaría en el equipo de la residencia, nada más le importaba.
Los alemanes, silenciosos, se marcharon a reunirse con los equipos perdedores, que habían abandonado los asientos del parque para unirse a la ceremonia de entrega de premios.
Embargado de emoción, me alineé con el resto de mi equipo, en un lateral del campo, en espera de las medallas que nos acreditarían como vencedores del torneo.
Un par de minutos despues, empezó a sonar el himno finlandés por el radiocassete del padre del Navas. Puede que no fuera el himno de mi país, pero como buen español, me sentí parte de los ganadores y con razón esta vez. Cuando sonaron los últimos acordes, le dieron la vuelta a la cinta. Esta vez era la potente voz de Freddy Mercury el que nos dedicaba su We are the champions, acompañando la celebración.
Livi bailó con un alemán, un español, un inglés y un senegalés que pasaba por allí camino del trabajo y que perdió sus cd´s en cuanto la finlandesa le cogió de la cintura y lo atrajo hacia ella. Se perdieron entre el gentío camino de unos arbustos...
Me despedí de los jubilados hasta otra ocasión. Con cierta tristeza abandoné el parque, pero antes, miré de nuevo la medalla de oro... era campeón del mundo.
Pd: la European Petanca Players Asociation (EPPA) se desvincula por completo de semejante torneo, en el que no se siguieron las leyes que el Conde Von Pelotón estableció para tan noble deporte.
Pd2: Basado en hechos reales, salvo lo de los preservativos (Estuve media hora)
Pd3: Aquí se juega así a la petanca si