Ni la de los reyes magos, ni la de nochevieja, ni la noche de bodas siquiera, produce tanta ilusión como la vigilia del sorteo de navidad. Por todos los rincones de nuestra España, se hacen planes que llevar a cabo con el dinero del premio. Al tradicional cambio de coche o tapada de agujeros, se les ha sumado nuevos deseos propios de los tiempos que corren: un aumento de pecho o un viaje a Cuba.
En la comida del dia anterior, todos se reunen delante de los décimos en los que confian su suerte, y, como antaño se reunian nuestros ancestros alrededor del fuego, se exponen los deseos más anhelados.
Cuando estas fechas se acercan, los programas de televisión de media mañana, se pueblan de expertos en estadística en paro, para advertir a la gente que es más probable que le caiga un rayo a que le toque la loteria. Sin embargo, de todos es sabido que el mensaje de los cientificos no es escuchado hasta que cualquier desgracia ha hecho trizas casas, coches y demás posesiones, por lo que, no sólo la gente sigue comprando loteria, sino que sale a la calle con objetos metálicos los días de tormenta.
El principal argumento para despreciar las leyes de la probabilidad, es casi místico: "Las posibilidades son casi nulas, pero a alguien le toca" sin embargo, uno nunca piensa en que siempre hay alguien a quien roban o que tiene un accidente de tráfico. Eso es algo impensable, "a mí no".
Sea como fuere, mucha suerte a todos los que jugueis. Si me toca a mí, me voy al caribe.
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