La playa puede ser un lugar mortal: mar picada y corrientes traicioneras en las que ahogarse, niños que arrojan arena a las gargantas descuidadas, suegras que hablan hasta quebrar la voluntad del infeliz que se tumba a su lado, ensaladillas pasadas que causan diarreas mortales, novios celosos que te hacen tragar la sombrilla por mirar más de la cuenta los pechos desnudos de su novia, balonazos que acaban con las ansias de paternidad de quien lo recibe... en fin, hay muchos modos de perder la vida o hacerse daño en tan ocioso y refrescante lugar.
En verano, la primera causa de accidentes estúpidos, es el juego de las palas. Ay de aquel que, desprevenido y ajeno a los dictados de la lógica, se deja llevar por el aburrimiento o el crio de turno, hacia la orilla, para echarse una partida. Aquella mañana de domingo, yo era uno de esos.
Huyendo del insufrible acento de mis vecinos, accedí a jugar un poco. De pequeño habia sido tres veces campeon de la localidad, aunque lo más que habia ganado, habia sido un frigodedo, que me regaló un señor por darle un pelotazo (accidentalmente, que quede claro) a su suegra.
Tenia practica pues, y asi lo demostre en los primeros toques, hasta que una morena de cadenas cimbreantes, que hacia olvidar que sus partes menos soleadas estaban cubiertas por un minusculo bikini, pasó junto a mi. Persegui con mi mirada la trayectoria cadente del trasero de la sudodicha, en lugar de ocuparme de la raqueta, que en un descuido, se le habia escapado a mi acompañante (cuyo nombre no dire pues es en la actualidad artificiero) y que se dirigia hacia mi cabeza a toda velocidad. El resultado: un golpe que me dejó inconsciente sobre la arena mojada.
Cuando volví en mi, senti los carnosos labios de alguien, posados sobre los mios, no dude en besarlos e introducir mi lengua en su boca. Abri entonces los ojos, y me encontre la estupefacta mirada de una socorrista que hasta ese momento intentaba hacerme el boca a boca. Di gracias a dios por no tratarse de UN socorrista.
Recuperada de la sorpresa, y habiendo recuperado yo el conocimiento, me llevó al solitario puesto de guardia, donde me haria un completo examen para cerciorarse de que me habia recuperado por completo. Cerró con llave la puerta, bajo las persianas, y con un leve movimiento, que memorice para futuras ocasiones, se deshizo de su apretado bañador rojo. Me tumbó sobre la mesa y se sentó sobre mi "sombrilla" totalmente desplegada por la vision de tan trabajado cuerpo.
Empezó a cabalgar con tal frenesí, que pronto las paredes de la estrecha habitación comenzaron a temblar. En uno de sus saltos, la pared tembló tanto, que un reloj de cuco que colgaba de ella, se desprendió y golpeó mi dolorida cabeza, dejandome inconsciente de nuevo.
Cuando la conciencia retornó a mi, me sentí completamente mojado. <<¿Ya?>> pensé extrañado, pues de siempre he durado mucho, pero al abrir los ojos, comprobé que me encontraba tumbado en la arena, enterrado hasta el cuello en ella, mientras mi acompañante me sonreia divertido desde su tumbona, haciendome gestos con la pala.
Así que amigos, si jugais a las palas en la playa, un consejo: ¡¡¡cuidado con los relojes de cuco!!!
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