En 1808, el ejercito napoleónico invadió España rápidamente con el beneplácito de la familia real. El 2 de Mayo, el pueblo de Madrid se levantó en armas contra el ejército francés, iniciandose así la guerra de la independencia, que no finalizaria hasta 6 años despues, cuando tras el descalabro de Rusia y la sangría de sus fuerzas en la peninsula ibérica, Napoleón ve frustrados sus sueños imperiales.
Durante el tiempo que duró la contienda, la piel de toro se convirtió en un inmenso campo de batalla en el que se batieron el cobre soldados de media Europa; no sólo españoles y franceses, polacos, austríacos, suizos, ingleses (a la postre aliados de los españoles pese a siglos de encarnizada confrontación) disfrutaron o sufrieron del clima y las gentes del pais.
Es por ello que se dieron multitud de combates y escaramuzas, que, eclipsadas por las grandes batallas, han pasado de puntillas por la memoria histórica de las generaciones siguientes.
Y una de esas batallas olvidadas, tuvo lugar aquí, en Fuengirola, teniendo como petreo espectador de los irracionales actos de los hombres al castillo de la localidad, recuerdo de las luchas contra los moros.
Fue un enfrentamiento más en un mar de salvajismo y crueldad como hasta entonces no se habia visto, pero fue la demostración más palpable de que con valentia y audacia se puede hacer frente a una empresa en principio inalcanzable.
Estamos a principios de octubre de 1810. Un pequeño destacamento imperial, compuesto por alrededor de 200 polacos al mando del oficial Mlokosiewicz permanece acantonado en el castillo, con el fín de imponer la pax napoleónica en la comarca, cosa que hacen sin problemas pues la actividad guerrillera en la zona es prácticamente nula.
Días antes, ha zarpado desde Gibraltar un cuerpo expedicionario británico comandado por Lord Blaney y formado por más de 2500 soldados, con el objetivo de tomar el puerto de Málaga por sorpresa. Las playas de Fuengirola parecen ser el lugar idoneo para desembarcar las tropas, cosa que hacen al mediodia del 14, pero ante ellos se yergue un obstaculo: la guarnición del castillo, sobre cuya debilidad han informado al alto mando inglés, guerrilleros españoles.
Estos, momentos antes de que arribara la flota inglesa, han atacado el castillo, siendo fácilmente repelidos. 60 polacos inician la persecución de los partisanos que huyen monte abajo, pero ya se ven a lo lejos los navios ingleses, así pues regresan a su puesto de inmediato.
Blaney se las promete muy felices, su superioridad numérica es aplastante y confia en que los polacos así lo sabrán ver. Tras desplegar sus efectivos, les envia un emisario pidiendole su rendición. La respuesta de Mlokosiewicz no se hace esperar: "ven aquí y cojela".
Ante la negativa, al inglés no le queda más remedio que luchar. A una señal, los cañones de las fragatas y los cañoneros que componen la flotilla británica, abren fuego contra la posición fortificada. Los polacos responden al ataque con los escasos cañones de los que disponen, hundiendo un cañonero y causando daños a cuatro más.
Mientras los navios mantienen ocupados a los defensores, las tropas inglesas avanzan hacia el castillo. A duras penas los polacos consiguen rechazar el ataque, dejando como resultado un gran número de heridos en la guarnición, Mlokosiewicz incluido.
Pronto cae la noche en aparente calma, sólo aparente puesto que ocultos por las sombras, un pequeño grupo de sesenta soldados polacos de un destacamento situado en Mijas y que fue alertado de la confrontación por el cañoneo de horas antes, logra burlar el cerco enemigo y se cuela en la fortaleza para alivio de sus exhaustos defensores. Pero Mlokosiewicz continúa preocupado, esperaba el auxilio de las numerosas tropas acantonadas en Alhaurin; si no llegan pronto, la situación se hará insostenible.
Los sitiadores tampoco se quedan quietos. Al amparo de la oscuridad comienzan a construir dos emplazamientos artilleros con los que esperan derribar los gruesos muros de la fortaleza. Para cuando sale el sol, el trabajo está terminado.
El rocio de la mañana baña las pocas zonas de hierba que no han sido holladas por hombres y máquinas. Blaney no quiere entretenerse más con esos malditos polacos, de cuya capacidad y fiabilidad en combate duda. Por tierra y mar los cañones escupen su mortífera carga, volando por los aires una de las torres del castillo y dañando aún más si cabe las defensas polacas.
Cuando cree que su espiritu habrá sido quebrado, otro emisario inglés es enviado de nuevo para solicitar la rendición de la plaza, pero en esta ocasión ni siquiera es recibido y asi se lo hace saber a su comandante que, furioso, ordena continuar el bombardeo con más virulencia si cabe.
Pronto el castillo está en llamas y en su interior, borrosas figuras se mueven frenéticamente de de acá para alla intentando sofocar las llamas que amenazan con carbonizarlos a todos. Pronto lo consiguen, pero la situación es desesperada y en una de las lúgubres estancias del fortín, Mlokosiewicz convoca un consejo de guerra para determinar qué hacer.
La atmosfera es asfixiante, no sólo por el humo que se ha hecho dueño de cada rincón del castillo, sino por la decisión que tienen que tomar. Durante unos tensos minutos, los oficiales meditan en silencio. No sólo está en juego su honor y su misión, también las vidas de sus hombres que tan valientemente han peleado hasta el momento.
Finalmente, todos sin excepción votan por continuar luchando, hasta la muerte si es preciso.
A las dos de la tarde, aparece frente a la costa el crucero de linea HMS Rodney, transportando pertrechos y tropas de refresco para la ofensiva. Blaney deja la artilleria a cargo de los españoles y de un regimiento "extranjero" (alemanes sobre todo) y baja a la playa con gran parte de sus fuerzas para reabastecerse.
Mlokosiewicz que lo ha visto todo cavila un plan. Sabe que únicamente le queda jugarselo todo a una carta. Para contrarrestar la amenaza que supone la llegada de más ingléses, decide lanzar un ataque por sorpresa contra las baterias inglesas que más tarde o más temprano les privaria de la protección de los muros. Pretende aprovechar la confusión que pueden causar once dragones franceses (caballeria ligera) que del pueblo acuden en su auxilio levantando la suficiente polvareda como para aparentar un mayor número.
Mlokosiewicz reune a los 130 hombres que aún no están heridos y deja la defensa de la fortaleza a estos. Con una desventaja numérica de 10 a 1 cargan contra la artilleria al mando de los aterrados españoles que ven como una marea de demonios polacos de largos bigotes, tez negra por el hollín y ojos brillantes de furia, se abalanzan sobre ellos con una determinación que hace que pronto los cañones ingleses caigan en sus manos.
Diligentemente, los cargan y apuntando hacia las playas donde se reune el ejército ingles, le devuelven todo el fuego que han estado recibiendo ellos. El errático fuego graneado de los polacos no causa muchas bajas, pero impide la reorganización de las lineas de Blaney temporalmente. Cuando los ingleses se lanzan a recuperar sus cañones, las tropas de Mlokosiewicz oponen una ferrea resistenca, pero tras dos horas de lucha, no les queda más remedio que volver al castillo, no sin antes volar las municiones inglésas.
Dentro de sus recios muros resisten como pueden las impetuosos acometidas de los sitiadores, que inesperadamente se ven atacados por su flanco izquierdo por el grueso de la guarnición de Mijas (200 polacos al mando del oficial Bronisz) que contaban con el apoyo de 30 dragones más.
Tras momentos de intensa lucha, Lord Blaney es apresado. Sus tropas, desmoralizadas vuelven a embarcar. La batalla ha concluido.
Por su heroica defensa, Mlokosiewicz fue condecorado con la Legión de Honor. Durante su cautiverio, Blaney restaria importancia a su derrota, culpando de ella a españoles y alemanes. Su sable se puede ver actualmente en el museo Czatoryski de Cracovia.
Bibliografía:
Battle of Fuengirola, 1810Experts: Battle of Fuengirola