Más allá de crisis y conflictos, este ha sido el año del deporte español, hasta Fernando Alonso, con un auto de choque, consiguió hacer un buen papel. Pero por encima de él, de los ciclistas, de las olimpiadas y de Nadal, ha habido un éxito que hizo vibrar a todo el país: la victoria en la Eurocopa.
Anoche vi un reportaje sobre la misma y me sorprendió la capacidad que aún tenían las imágenes para emocionarme, pese a que no soy muy futbolero.
El campeonato comenzó de la forma esperada. Los "expertos" daban favorita a Portugal, porque en el jugaba el maniquí de moda. Tras el descalabro luso, nadie volvió a sacar el tema.
La selección española deslumbró en el primer partido, como en el mundial de Alemania, y como ocurrió entonces, todos pensábamos que sería flor de primera fase y caeríamos a las primeras de cambio. Entonces llegó Italia.
España ganó la Eurocopa en cuartos de final. El resto fue un paseo. Aun así, podríamos haber sido eliminados por Rusia o los germanos, pero la alegría de la victoria hubiera perdurado frente a la derrota.
Fue un partido de nervios, de ocasiones falladas, alguna que otra jugarreta arbitral y un par de sustos, vamos, lo de siempre, hasta que se llegó a penalties. Para entonces, los nervios de todo aquel que hubiera permanecido delante del televisor, estaban destrozados. La presión sanguínea de muchos, subió a limites alarmantes, y si no hubo fallecidos, fue porque todos los aficionados con problemas de corazón, murieron tras el España-Corea de aquel mundial nefasto.
Algo de ventaja teníamos, no estaba Raúl en el campo.
Antes de la Eurocopa, yo era partidario de llevar al jugador del Madrid a la selección, no como titular obviamente, pero si como revulsivo por si algún partido se trababa más de lo necesario, al estilo Julio Salinas.
Claro que la España de Aragonés, no necesitaba de dichos revulsivos, así que se quedó en casa haciéndose las mechas con Guti. Eso evitó que marrara el penalti que de seguro, hubiera querido tirar.
Todos aguantamos la respiración, cuando Villa se acercó al balón. No falló, Grosso cumplió con su papel, Cazorla exorcizó el fantasma de Joaquín, Cardeñosa, Salinas y tantos otros, con un grito de profunda rabia; De Rossi se encontró con el ángel guardián del Madrid. Todos saltamos junto a él a por esa pelota mientras Camacho se dejaba la garganta celebrando la crucial parada. Senna hizo que hasta el más racista gritara "¡Vamos negro!", Camoranesi continuó con nuestra angustia y entonces llegó Guiza e hizo de Raúl. Todos temimos lo peor, otra vez las lágrimas de desconsuelo, la amargura de la derrota inmerecida, el clamar al cielo por la injusticia...
La cámara enfocó a Casillas, que se levantó con una expresión en su cara que parecía decir "Bueno, me toca salvar el día" y entonces supimos que lo iba a parar y Di Natale aún se pregunta por qué no disparó a la izquierda. Para finalizar, Cesc, la ilusión de todo un país en sus botas, un pedazo de alegría con el que olvidar por unos minutos la crueldad de la realidad en la que vivimos, la oportunidad del desquite, un símbolo de que todo puede conseguirse en esta vida. Con esas mismas botas, rubricó una victoria histórica. Un madrileño y un catalán habían hecho trizas la maldición de cuartos.
Todos los que sufrieron con Sandor Phul, con el fallo de Arconada, con el robo de Al Gandhur, con tantas y tantas injusticias y errores en los momentos más decisivos, se reconciliaron ese día con el fútbol.
Mucho se hablará en el futuro de este año, pero en mi recuerdo, siempre estará asociado a ese partido, a una casa, a esa noche...
Si no se te ponen los pelos como escarpias, ¡es que no eres español! (o no te gusta el fútbol vaya)