Hacer un examen un viernes por la tarde es lo peor que te puede pasar a lo largo de tu vida académica (salvo quizá llegar a clase y darte cuenta de que te has olvidado de ponerte los pantalones). Dicen que aún peor es hacerlo un Sábado por la mañana, pero me parece tal ofensa al espíritu del fin de semana que no iría ni aunque fuera el último examen de la carrera (bueno igual si lo fuera me lo pensaría un poco)
El caso es que yo tuve el viernes pasado un examen a eso de las 16:30, hora perfecta para dormir la siesta o hacer cualquier cosa que no implique el uso del cerebro, como ver "pasión de gavilanes" por ejemplo. Animado por que.... bueno, animado me dirigí a la estación de tren. La maquina expendedora de tickets se negó a darme el mio (igual porque en lugar de un euro, metí una moneda de 100 pesetas de las antiguas que no se de que forma había llegado a mi cartera). Afortunadamente conseguí solucionar el problema justo cuando llegaba el tren. Los que estaban esperando a comprar el ticket detrás mía supongo que seguirán acordándose de mi: un saludo a todos ellos :).
En el vagón en el que subí no había mucha gente, pero si que estaba ocupado "mi" sitio, siempre que puedo me siento en él (de los asientos que están paralelos al vagón del tren formados en hilera, el más cercano a la puerta). Así que tras dirigirle una mirada de "te permito que te sientes pero que sea la ultima vez ¿eh muchacho?" al usurpador, me dirigí hacia el primer asiento libre que tuviera una chica guapa cerca. Como no había ninguno, me senté al lado de un tío con cascos (de los de walkman) y me dispuse a dormir un poco, he de decir que no lo conseguí.
En esta ocasión no había legionarios mujeriegos (es una redundancia lo se) que obligaran a mantener la vista en el suelo para no sufrir un ataque de vergüenza ajena, así que todo el mundo empezó a mirarse entre si con disimulo.
En los trenes se da una contradicción enorme. Todo el mundo intenta esquivar la mirada del otro, cuando realmente se mueren por estudiar hasta al revisor con el máximo detalle. Supongo que no habrá nadie que no haya escuchado alguna vez a las típicas señoras que se dedican a analizar que futuro les esperaría a sus hijas si los únicos hombres que quedaran sobre la Tierra fueran los que viajan en el vagón. Según una mujer con la que viajé hace un par de años, se puede saber quién es un pervertido por la forma de cruzar las piernas y menear la cabeza (desde entonces no cruzo las piernas y pego la cabeza al respaldo, lugar del que no la muevo hasta terminar el trayecto)
Bueno, el caso es que el tren se llenó en un par de paradas y el espacio libre para mirar sin sentirse azorado disminuyó drásticamente. Cuando llevaba 20 minutos mirándole las sandalias a la chica que se había sentado frente a mi (por cierto se notaba que hacia tiempo que no se hacia la pedicura), decidí variar mi campo de visión ante el riesgo de que la chica me tomara por un vulgar fetichista. Tras un fugaz repaso al vagón, centré mi mirada en un pedazo de ventana que apenas dejaba ver las montañas y en el cual se reflejaba una chica que no estaba nada mal. Al poco, noté cierto movimiento en la mujer que estaba sentada a la izquierda de la ventana. Con disimulo vi entonces cómo hacia varios mohines con la boca dirigidos hacia mi. No me estaba tirando los tejos como pensé en un primer momento, lo que en realidad estaba haciendo es demasiado repulsivo como para contarlo, sobre todo después de haber cenado hace unos minutos.
El viaje llegó a su fin sin mas contratiempos. Una vez en la facultad, la soledad que se respiraba por los cuatro costados del edificio hizo que me intranquilizara. Por regla general suele haber gente que aprovecha para fotocopiar los libros a mitad de precio, que se toma algo en la cafetería o simplemente que va de camino a la piscina. Pero allí no había nadie. Como llegué varios minutos antes de la hora H, me fui a un banco a estudiar un poco, lástima que enfrente estuviera la autovía y me pasara un cuarto de hora viendo los coches pasar. Lo que se dice estudiar, no estudie. El caso es que paso la hora señalada para el inicio del examen y por el aula no había aparecido ni el fantasma de los suspensos futuros. Decidí entonces buscar a alguien que me explicara qué estaba pasando. Lo único que encontré fue a un grupo de universitarios ligeramente achispados. Para mi que estaban celebrando un "suspenso" en grupo o algo así, eran borrachos tristes. No había ninguno que hiciera el po zi o cantara algún éxito de camela. Me recorrí toda la facultad pero no encontré nada, ni al decano, ni al profesor, ni nadie. Estuve a punto de pensar que me encontraba protagonizando un capitulo de "La dimensión desconocida" pero no vi hombrecillos diminutos ni robots haciéndose pasar por personas. Era simplemente un ejemplo más de que la burocracia no funciona y deberíamos establecer un sistema en el cual robots superdesarrollados (el cerebro eh?) realizaran todas las tareas administrativas dejando al ser humano la parte de la reproducción.
Tras una hora, tuve que desandar el camino andado, que es como viajar atrás en el tiempo pero sin esa maquina chula y sin elohim con las que ligar. Iba andando tranquilamente camino de casa, cuando tras una esquina apareció un niño que, armado con una espada de plástico y un pobre perro que apenas , se enfrentó a mi gritando: "Soy Seldhor y voy a acabar con todos los malos" (el nombre de Seldhor es una licencia poética que me tomo, pues no se podía decir que el niño vocalizara bien). Me azuzó al perro un par de veces e hizo un amago de clavarme la espada, viendo que pasaba de él (no quería que me diera en la cabeza) prosiguió su camino dispuesto a desfacer entuertos y salvar a su madre de un dolor de cabeza.
Varios días después, nadie me ha dado una respuesta al misterioso examen. Según consta en los archivos, el examen se realizó. Lo que me lleva a pensar que igual ese día visité una dimensión paralela o me quede dormido y lo soné todo, quién sabe......
Un examen cualquiera
Moreno, 1.80, ojos verdosos. Discreto. Acudo a domicilio. Antes interesado en mujeres muy muy adineradas; ahora solo en mujeres de cálida sonrisa y magnética personalidad.
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