Escribir en tiempos de Tik Tok

Dicen que el Covid provocó neblina mental en todos los que lo sufrieron. Yo mismo, en el epicentro de la enfermedad, necesité leer cinco veces la sencillísima receta de unos canapés que iba a preparar para la cena de navidad, para lograr entender cómo poner mayonesa sobre un cuadrado de pan de molde y colocar encima una gamba pelada. Sin embargo, en cuanto derroté al virus, recuperé, creo, gran parte de mi lucidez mental.  Otros no tuvieron tanta suerte y tuvieron que sufrir meses la confusión y el ralentizamiento a la hora de pensar, a otros les afectó más y continúan padeciendo esa dificultad.


Y para aquellos que pensaban que se habían librado surgió otro virus del lejano oriente dispuesto a freír sus neuronas y eliminar algunos puntos de cociente intelectual: Tik Tok. Aunque sería injusto señalarlo como único culpable y diremos que son las "apps de scroll infinito" las que han venido, cuan maquiavélico plan de las máquinas, a volvernos más estúpidos.


Sí, antes teníamos otros medios con los que ocupar de forma frívola nuestro tiempo de asueto: ver la tele, los tebeos, videojuegos, amigos, porros en el parque, el porno, deporte al aire libre... Toda una plétora de actividades inanes que nos alejaba de asuntos más trascendentes y productivos como, por ejemplo, escribir.


Y es que yo antes solía escribir a todas horas. No terminaba nada, pero lo escribía todo. Llenaba libretas y libretas de todo tipo de ideas, esquemas de tramas, bosquejos de personajes, historias que adaptar a relato o novela, posts en blogs... Y, sin embargo, desde poco antes de la pandemia, esta "necesidad" desapareció de la noche a la mañana. Se agotó la fuente de las ideas para escribir posts, por ejemplo. 


Ahora que quiero retomarlo me pregunto: ¿de qué escribir? Comencé hace 21 años, que se dice pronto, hablando de mi vida, aunque fuera de forma tangencial pero, ¿a alguien le interesa mi vida ahora? ¿Lo que pienso? ¿Lo que soy? ¿A alguien le interesa conocer a otro alguien para otra cosa que no sea llevárselo a la cama? Quizá antes tampoco pero se guardaban más las formas.


Podría aumentar mi producción literaria pero tampoco veo mucho sentido lanzar al ciberespacio, término añejo donde los haya, oleadas de relatos que irán a morir a las playas del olvido cuando puedo recopilarlos todos en un bonito libro a un módico precio y al que puedo darle, además, la finalidad de decorar mi habitación de lectura. 


También podría usar estos textos para exponer mis ideas, intentar plantar una semilla en la psique del otro para poder vivir más allá del propio cuerpo y la propia consciencia e implantar mi programa político.


O quizá simplemente puedo escribir por el simple placer de hacerlo, aunque abuse de las comas y encontrar faltas de ortografía se convierta en un pasatiempo. 

Nadie hablará de nosotros cuando hayamos vuelto

Esto se acaba. ¿No creéis? Puede que sea porque los años se acumulan como los platos vacíos de Carpanta en un buffet libre, haciendo que la muerte comience a ser una posibilidad, pero el sentimiento de que los créditos finales se acercan no se circunscribe a la esfera personal, es algo generacional, sistémico, se percibe en el ambiente la desaparición de todo: las artes están prostituidas, más de lo que era habitual, quiero decir. Ahí está el cine con películas sin alma cuyo mensaje es: entrégame la pasta; la música, huérfana de estrellas atemporales, rendida a la falta de talento y la mediocridad; la pintura, una caricatura, las letras en manos de analfabetos salidos tras de una cámara; el deporte, carente de pasión; la política, la farsa desenmascarada; la religión, una empresa al borde del concurso de acreedores; la economía, un casino donde siempre ganan los mismos; la sociedad, una agrupación de individuos más que la suma de los mismos; los valores, en una biblioteca abandonada; el futuro, negro como Drácula. Y la esperanza, un recuerdo de juventud. El mundo en el que vivimos no evolucionó, se desintegró.

Así están las cosas y, por ello, regresamos.

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