Nadie hablará de nosotros cuando hayamos vuelto

Esto se acaba. ¿No creéis? Puede que sea porque los años se acumulan como los platos vacíos de Carpanta en un buffet libre, haciendo que la muerte comience a ser una posibilidad, pero el sentimiento de que los créditos finales se acercan no se circunscribe a la esfera personal, es algo generacional, sistémico, se percibe en el ambiente la desaparición de todo: las artes están prostituidas, más de lo que era habitual, quiero decir. Ahí está el cine con películas sin alma cuyo mensaje es: entrégame la pasta; la música, huérfana de estrellas atemporales, rendida a la falta de talento y la mediocridad; la pintura, una caricatura, las letras en manos de analfabetos salidos tras de una cámara; el deporte, carente de pasión; la política, la farsa desenmascarada; la religión, una empresa al borde del concurso de acreedores; la economía, un casino donde siempre ganan los mismos; la sociedad, una agrupación de individuos más que la suma de los mismos; los valores, en una biblioteca abandonada; el futuro, negro como Drácula. Y la esperanza, un recuerdo de juventud. El mundo en el que vivimos no evolucionó, se desintegró.

Así están las cosas y, por ello, regresamos.

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