Quizás la definición de lo que es la vida que mejor se ajusta a la realidad es: una sucesión continua de decepciones desde la primigenia: ¿Pero dónde he venido a parar? hasta la última y mayor de todas, que nos sobrecoge un instante antes de morir: vivir no ha servido para nada. Pasando por cuando conoces a una chica maravillosa que tiene que abandonar la ciudad días después o cuando sacas un 4 en un examen que crees que te ha salido perfecto.
Descontando las tradicionales decepciones asociadas a la edad, como cuando los reyes no te traen lo que con tanta ilusión les habías pedido, la primera decepción seria me llegó el día en que Barrio Sésamo terminó. Aquello marcó el fin de mi infancia más que pasar al ciclo medio de E.G.B. o ver "Yo soy la justicia" de Charles Bronson, sobre todo teniendo en cuenta que mis preocupaciones en aquel entonces eran saber si Mike Donovan lograría escapar de la nave nodriza o si el bocadillo parlante que, se decía, habitaba en los vestuarios del polideportivo donde hacíamos gimnasia, saldría alguna vez de allí y nos daría una charla sobre el por qué de las cosas (esto se merece otra historia, que algún día será contada)
Una tarde me senté con un bocata de mortadela (la Nocilla era para ricos) frente a la tele dispuesto a disfrutar de una jornada más junto a mi idolatrado Espinete, cuando en su lugar comenzó a sonar una tonadilla absurda mientras en la pantalla se sucedían imagenes de una nave espacial pilotada por un pelocho naranja gigante y un cruce entre Spock y Buzz Lightyear que aterrizaban en Albacete, o un pueblo similar al quedarse sin combustible. Que ya es casualidad que la Tierra tenga 3/4 partes de agua y vayan a parar a Albacete, pueblo cuya única prueba de su existencia que tengo es la guía Michelin y la famosa tonadilla sobre el amor en la tercera edad. Mi primer impulso fue el de lanzar lo que me quedaba de bocadillo: el pico que nunca me ha hecho demasiada gracia y siempre me he dejado para el final y con el que solía ahuyentar a las palomas del parque. Mi proverbial paciencia calmó mis ánimos y decidí darle una oportunidad. Qué remedio, las cadenas privadas no existían y era eso o ver a los abuelos en la plaza blandir sus garrotes amenazadoramente mientras criticaban a Suarez.
No hubo manera. Aquello era un pestiño de proporciones cósmicas como la procedencia de la pareja protagonista. Parte del encanto de Barrio Sésamo era intentar averiguar programa tras programa, qué diantres era Don Pimpón, aparte de pederasta que diría un moderno amoral socio del FNAC, pero con Yupi es fácil, es un gusiluz naranja, Astrako, de cuyo nombre se pueden hacer tantos chistes que no haré ninguno, el abuelo de Lightyear y los demás, albaceteños pero de los que no dicen palabras extrañas como: mangurrián, tollina o gambitero. Fin del misterio. Buscando información, he averiguado dos cosas. La primera, que el programa tuvo una segunda temporada donde todo el reparto se montaba en una nave y viajaban por el espacio, a lo Star Trek solo que sin alienígenas cachondas. Creo que fue en ese momento cuando decidí dejar la tele y empezar a leer libros y por ello no recuerdo nada de esta etapa. La segunda revelación ha sido traumática. Astrako y Don Pimpón son la misma persona. Suerte que lo he descubierto pasando ya la treintena, de lo contrario, mi mundo se hubiera derruido como un castillo de naipes en medio de un huracán.
El programa de Yupi, a partir del cual se acuñó la expresión "Estar en los mundos de Yupi", no hubiera sido tan criticado y odiado de no haber sustituido a Espinete. Han pasado décadas y aún permanece el misterio: ¿Por qué le quitaron de en medio? No hubo un programa de despedida. Don Pimpón no se quitó la cabeza y nos dejó al descubierto su verdadero ser. Chema no reconoció sus turbios asuntos con las drogas, Ana no anunció su embarazo de un padre desconocido. No hubo nada. Un día estaba ahí y al siguiente, Espinete había desaparecido para siempre. Su muerte televisiva es el Dallas del 63 de los niños de los 80, un hecho que hace que toda una generación se pregunte ¿qué estabas haciendo tú el día que le dieron la patada a Espinete? Solo que nosotros ni siquiera tenemos un Oswald al que cargar el asesinato ni una bala mágica que nos permita tirar del hilo de un caso que, más que ningún otro, se merece un Watergate que disipe el misterio que se cierne sobre el fin de Barrio Sésamo.
Descontando las tradicionales decepciones asociadas a la edad, como cuando los reyes no te traen lo que con tanta ilusión les habías pedido, la primera decepción seria me llegó el día en que Barrio Sésamo terminó. Aquello marcó el fin de mi infancia más que pasar al ciclo medio de E.G.B. o ver "Yo soy la justicia" de Charles Bronson, sobre todo teniendo en cuenta que mis preocupaciones en aquel entonces eran saber si Mike Donovan lograría escapar de la nave nodriza o si el bocadillo parlante que, se decía, habitaba en los vestuarios del polideportivo donde hacíamos gimnasia, saldría alguna vez de allí y nos daría una charla sobre el por qué de las cosas (esto se merece otra historia, que algún día será contada)
Una tarde me senté con un bocata de mortadela (la Nocilla era para ricos) frente a la tele dispuesto a disfrutar de una jornada más junto a mi idolatrado Espinete, cuando en su lugar comenzó a sonar una tonadilla absurda mientras en la pantalla se sucedían imagenes de una nave espacial pilotada por un pelocho naranja gigante y un cruce entre Spock y Buzz Lightyear que aterrizaban en Albacete, o un pueblo similar al quedarse sin combustible. Que ya es casualidad que la Tierra tenga 3/4 partes de agua y vayan a parar a Albacete, pueblo cuya única prueba de su existencia que tengo es la guía Michelin y la famosa tonadilla sobre el amor en la tercera edad. Mi primer impulso fue el de lanzar lo que me quedaba de bocadillo: el pico que nunca me ha hecho demasiada gracia y siempre me he dejado para el final y con el que solía ahuyentar a las palomas del parque. Mi proverbial paciencia calmó mis ánimos y decidí darle una oportunidad. Qué remedio, las cadenas privadas no existían y era eso o ver a los abuelos en la plaza blandir sus garrotes amenazadoramente mientras criticaban a Suarez.
Semper Fi
No hubo manera. Aquello era un pestiño de proporciones cósmicas como la procedencia de la pareja protagonista. Parte del encanto de Barrio Sésamo era intentar averiguar programa tras programa, qué diantres era Don Pimpón, aparte de pederasta que diría un moderno amoral socio del FNAC, pero con Yupi es fácil, es un gusiluz naranja, Astrako, de cuyo nombre se pueden hacer tantos chistes que no haré ninguno, el abuelo de Lightyear y los demás, albaceteños pero de los que no dicen palabras extrañas como: mangurrián, tollina o gambitero. Fin del misterio. Buscando información, he averiguado dos cosas. La primera, que el programa tuvo una segunda temporada donde todo el reparto se montaba en una nave y viajaban por el espacio, a lo Star Trek solo que sin alienígenas cachondas. Creo que fue en ese momento cuando decidí dejar la tele y empezar a leer libros y por ello no recuerdo nada de esta etapa. La segunda revelación ha sido traumática. Astrako y Don Pimpón son la misma persona. Suerte que lo he descubierto pasando ya la treintena, de lo contrario, mi mundo se hubiera derruido como un castillo de naipes en medio de un huracán.
El programa de Yupi, a partir del cual se acuñó la expresión "Estar en los mundos de Yupi", no hubiera sido tan criticado y odiado de no haber sustituido a Espinete. Han pasado décadas y aún permanece el misterio: ¿Por qué le quitaron de en medio? No hubo un programa de despedida. Don Pimpón no se quitó la cabeza y nos dejó al descubierto su verdadero ser. Chema no reconoció sus turbios asuntos con las drogas, Ana no anunció su embarazo de un padre desconocido. No hubo nada. Un día estaba ahí y al siguiente, Espinete había desaparecido para siempre. Su muerte televisiva es el Dallas del 63 de los niños de los 80, un hecho que hace que toda una generación se pregunte ¿qué estabas haciendo tú el día que le dieron la patada a Espinete? Solo que nosotros ni siquiera tenemos un Oswald al que cargar el asesinato ni una bala mágica que nos permita tirar del hilo de un caso que, más que ningún otro, se merece un Watergate que disipe el misterio que se cierne sobre el fin de Barrio Sésamo.
Así hacia Afflelou publicidad antes