Es curioso cómo la ausencia de la gente con la que te llevabas bien se acentúa con la presencia de aquellos a los que desearías patear sus partes nobles de forma periódica. En realidad no es para tanto, pero no lo había sentido de primera mano hasta que llegó mi primer día de trabajo en esta nueva etapa. Demasiadas caras familiares se habían marchado ya, y tantas otras amenazaban con hacerlo en un futuro próximo. Por ello, ante la posibilidad de quedarme un poco más solo, una ligera perturbación se extendio por el fino tejido de mi confianza, hasta que recordé que el año pasado me había lanzado sin paracaídas alguno sobre este pueblo del que lo desconocía todo, incluso su grafía correcta.
Así pues respiré hondo y crucé la puerta del vetusto edificio que alberga las oficinas de mi empresa. Unos dirían que es de estilo colonial clásico, pero a mi me parece un edificio okupado por la junta directiva en el que se instalaron definitivamente ante la pasividad de las autoridades. Puede que algún día venga los GEOS canadienses a obligarnos con la amabilidad de sus porras a abandonar las instalaciones.
Jamás se me hubiera ocurrido imaginar que hubiera tanta gente que pudiera recordarme (de una forma agradable sobre todo) Y aquel primer día, que pese a la cercanía en el tiempo se pierde ya en el recuerdo, lo pasé a medio camino entre el rubor y el agradecimiento por las muestras de afecto de los que habían sido mis compañeros. Incluso una alemana llegó a abrazarme, lo cual, si la vida real dispusiera de ellos, podría considerarse como un logro desbloqueado. Eso si, me clavó los pinchos de su muñequera en la espalda, para que no se diga que los germanos son suaves.
Por motivos de confidencialidad no puedo dar datos sobre mi trabajo, más allá de que en estos momentos no dispone de muchos proyectos por lo que ya el primer día pedí la tarde libre y en el segundo, me colocaron donde acaban todos aquellos que no tienen una función especifica en el organigrama y no pueden despedir porque es sobrin@ del jefe: recursos humanos.
Mi tarea consistía en realizar sendas entrevistas telefónicas a los aspirantes a entrar en la maravillosa industria del testeo de videojuegos. Allí me vi con una pila de curriculums y un teléfono fijo al que hace no muchos años hubiera sido incapaz de enfrentarme. Sin embargo no me costó mucho descolgar el auricular y marcar el primer número, cosas de la edad y de que te importe un pimiento cualquier cosa que no sea tener el congelador repleto de helado.
La mayoría no me cogieron el teléfono. No me extraña pues cuando yo en su día estuve al otro lado de la linea, tampoco lo hice la primera vez, sin embargo un par de personas tuvieron el valor suficiente para afrontar la llamada de un número desconocido y gracias a los minutos de charla que mantuve con ellos descubrí el primer gran secreto de recursos humanos: solo contratan a la gente que les cae bien. Pues son las vibraciones que te transmite alguien con el que hablas, y no lo que ponga en un pedazo de papel, lo que determina tu afinidad con esa persona, que al fin y al cabo es lo más importante a la hora de desempeñar un trabajo en equipo.
Por suerte para ellos, se trataba de entrevistas informales sin ningún valor inmediato pues hasta después del verano dudo que vayan a a necesitar a alguien en la empresa, y para entonces, segundo gran secreto de RRHH, intervendrá más el azar que los méritos del demandante.
Cuando llegó la hora de marcharme entregué los documentos a la encargada del departamento y me fui con cierta angustia. Entre los solicitantes del puesto se encontraban ingenieros, profesores de ciencias políticas con años de enseñanza en universidad del extranjero, informáticos de amplia experiencia con cuatro idiomas... todo un indicativo de lo mal que deben ir las cosas en España para que gente así aspire a perderse en un pueblo olvidado de la mano de dios en un país a miles y miles de kilómetros del hogar, por un puñado de dólares.
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Moreno, 1.80, ojos verdosos. Discreto. Acudo a domicilio. Antes interesado en mujeres muy muy adineradas; ahora solo en mujeres de cálida sonrisa y magnética personalidad.
Hola Moriarty,
ResponderEliminarNo te olvides del revulsivo vital que supone el desplazamiento hasta ese recondito destino laboral.
Los ingenieros marcharan para allá mientras que en nuestra piel de toro se quedan los "periodistas" del Salvame Deluxe llevandoselo calenito...
Asin son las cosas...
Un abrazo!
Pues si, así están las cosas y no parece que vayan a cambiar. Habrá que hacer al Egipto Style, pero con más éxito.
ResponderEliminarUn abrazo!!!