Una sensación de pesadez en el estomago, malestar general y una noche de insomnio dando vueltas en la cama, eso es lo que me ha dejado de recuerdo la primera poutine del año. Para el que no lo recuerde o sea nuevo en este blog además de profano en la gastronomia quebecois (quebequeño me suena muy mal) la poutine es el plato típico de la región, se podría decir que el único, consistente en patatas fritas, queso chicloso y bastante ruidoso cuando se mastica y un buen chorreón de salsa gravy (de carne indeterminada) regando el conjunto, que se suele servir en un plato de corcho blanco. Dependiendo del establecimiento puede ir acompañado de diversos ingredientes, algunos incluso saludables, como salsa boloñesa, verduras, ternera, pollo, tofu...
Cosa importante es no tomarla en cualquier lugar al que nuestros pies nos lleven. Recomiendo encarecidamente que si visitáis Montreal o alrededores, os desviéis de vuestra ruta unos cuantos kilómetros y os acerqueis a un pequeño local de Sainte adele al que los lugareños tiene a bien llamar "Mon oncle" pero que para los foráneos que vivimos allí, no es más (ni menos) que "El palacio de la poutine" donde los más refinados gourmets acuden a rendir pleitesía a su orondo y simpático dueño, que recibe a sus clientes frente a un altar de patatas de color amenazador. El restaurante es considerado por un prestigioso diario canadiense como el tercer mejor lugar donde comer poutine de todo Québec, que es como decir de todo el mundo, pues no se puede encontrar en otro lado tan carismático plato.
La peculiaridad de este sitio es que cierra durante los meses de invierno, cosa que se puede permitir perfectamente pues el preciado tiempo que sus puertas permanecen abiertas al público, por sus puertas fluye una riada de gente, desde hambrientos transeuntes y ángeles del infierno jubilados hasta apocados trabajadores españoles que han jurado fidelidad a la poutine hasta la muerte.
Cosa importante es no tomarla en cualquier lugar al que nuestros pies nos lleven. Recomiendo encarecidamente que si visitáis Montreal o alrededores, os desviéis de vuestra ruta unos cuantos kilómetros y os acerqueis a un pequeño local de Sainte adele al que los lugareños tiene a bien llamar "Mon oncle" pero que para los foráneos que vivimos allí, no es más (ni menos) que "El palacio de la poutine" donde los más refinados gourmets acuden a rendir pleitesía a su orondo y simpático dueño, que recibe a sus clientes frente a un altar de patatas de color amenazador. El restaurante es considerado por un prestigioso diario canadiense como el tercer mejor lugar donde comer poutine de todo Québec, que es como decir de todo el mundo, pues no se puede encontrar en otro lado tan carismático plato.
La peculiaridad de este sitio es que cierra durante los meses de invierno, cosa que se puede permitir perfectamente pues el preciado tiempo que sus puertas permanecen abiertas al público, por sus puertas fluye una riada de gente, desde hambrientos transeuntes y ángeles del infierno jubilados hasta apocados trabajadores españoles que han jurado fidelidad a la poutine hasta la muerte.
Tantas horas echadas ahí dentro...