Mis adorables vecinos

Casi el 90% de los inquilinos de mi edificio están en régimen de alquiler. Por alguna extraña razón no suelen durar más de un mes, aunque alguno me consta, ha huido por no poder hacer frente al pago de la mensualidad. A esta clase de gente se la distingue muy bien porque cuando se mudan, solo traen lo puesto por si tienen que salir corriendo.

Semejante movilidad de la población, hace que convivamos gentes de todo tipo, aunque no se dejen ver mucho. Por eso me sorprendí tanto cuando el otro día me enteré de que tengo una vecina puta; no de comportamiento casquivano y festivo, sino puta, puta, de las que cobran y mucho además, a juzgar por las joyas que lucía.

Descubrí su oficio cuando me crucé con ella en el rellano. No es que ejerza en el edificio, pero supongo que cualquier lugar es bueno para captar nuevos clientes y a mi se me debía notar mucho en la cara que estaba necesitado, así que me ofreció veinte euros por un completo.

Al principio no supe muy bien a que se refería, pues nunca se me había ofrecido una meretriz, ni, en general, una mujer, pero entonces puso esa mirada de "vamos al catre picarón" y caí en la cuenta. ¿Que no sabes cómo es esa mirada? tranquilo, te presentaré a mi vecina.

Aunque más de una vez nos habíamos cruzado en el ascensor, hasta ese momento no me había fijado mucho en ella. No muy alta, morena de ojos intensos y pechos exhuberantes, como las carnes que moldeaban su figura, no era mi prototipo de chica, sin embargo el saber que ejercía el oficio más antiguo del mundo abrió mi mente y las compuertas de la presa que retenía mi libido.

Supongo que era el morbo por lo prohibido, la experiencia que acumularía entre sus carnosos muslos, las guarrerías que podría hacer con esa lengua que doblegaba en ese momento, a un afortunado polo de vainilla...

Medité unos instantes su proposición, aunque al final subí las escaleras hacia casa.

- Qué escandalo - pensé - una prostituta en el edificio y yo sin dinero.
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