El verano daba sus últimos y calurosos coletazos, para dar paso al templado otoño que disfrutamos en el sur. Imposibilitados por falta de tiempo de gozar del clima, los turistas abandonaban la costa, de vuelta a sus hogares. Por ello aquella mañana, el paseo marítimo de Málaga bullía de actividad, con multitud de coches que iban y venian hacia la estación de tren.
Conducía tranquilamente, cuando un Mercedes de cuando Franco prohibió el parchís, intentó adelantarme por la izquierda. Como no me gusta que me adelanten, antes de verme sobrepasado, aceleré, poniendo tierra de por medio entre nosotros.
De haber estado algún policía en la zona, hubiera acabado con tres puntos menos; pero eran las doce del mediodia y el vermut matutino no es algo que se perdone fácilmente, por lo que a esa hora, a no ser que se te ocurra la brillante idea de atracar un bar, no tendrás problemas con las fuerzas del orden.
Frustrados los intentos de adelantamientos del Mercedes, pensé que se daria por vencido y seguiria el ritmo que le impusiera; no fue así y pronto tuve su morro pegado a mi coche, del cual se separaba y se acercaba con inusitada chulería.
Miré por el retrovisor para ver la cara de semejante fantoche, pero el sol brillaba demasiado y pese a que se encontraba muy cerca, sólo pude discernir su silueta, cuya familiaridad me mosqueó.
Cansado de su provocación, decidí zanjar el asunto como hacen los adolescentes americanos: con una carrera. Al llegar a un semáforo que se había puesto en rojo, el Mercedes se colocó a mi lado. Los dos hincamos los frenos al tiempo que acelerábamos, levantando una densa humareda. Miré hacia él, pero su rostro seguía en penumbra, aunque aquella silueta...
Antes de lo que esperaba, el semáforo cambió de color. Mi rival tomó la delantera con un acelerón que dejó marcadas las ruedas en la carretera. Con lo que estoy seguro no contaba, era con que mi Seat Panda alcanzara una velocidad estratosférica en pocos segundos (de hecho no lo esperaba ni yo) y en un instante estaba codo a codo contra él. Pero debia separarme, pues delante tenia un pequeño Fiat blanco, al que me acercaba peligrosamente. El conductor debió verme, porque se abrió hacia el arcén, entrando de lleno en mi trayectoria. Tuve que dar un volantazo para esquivarlo en el último instante; pero la maniobra me acercó peligrosamente al Mercedes, que proseguía su camino sin inmutarse siquiera. Y así, a menos de medio metro de distancia, caí en la cuenta: ¡¡el que conducía era Chiquito de la Calzada!!
Presa de la emoción, saqué la cámara de fotos y como pude le hice una. Cuando volví la vista al asfalto, comprobé que estaba a punto de atropellar a una anciana con los melones por los suelos, pues habian resbalado de su cesta de la compra. Frené en seco y contemplé impotente, cómo el Mercedes se alejaba, al tiempo que me pareció escuchar, transportadas por la leve brisa: apetecan demor, ajander denau.
Es él!!! Es él!!!
ResponderEliminarJajajajajaja, por fin el relato del encontronazo con Chiquito!!! Es una mezcla de Mad Max 2 y Condemor!!! Que grande!!!
Al ataquerrrrrrr....saludos Roboto san, endiñar, e guan, peich, gramenauer...
Jajaja, no me lo podia creer cuando lo ví!!! yo pensaba que Chiquito levitaba o al menos tenia chofer, pero que va, el tio es campechano como él sólo. Ya ves, en su mercedes, como todo el mundo :D
ResponderEliminarUn fistro de saludo!!! :)