¿Qué es lo que obtenemos si juntamos una tarde aburrida, una apuesta, un concurso literario y mi persona?: el relato más tópico del mundo (y además malo).
Partida en falso:
Me desperté temprano. Había tenido que volver a toda prisa de mi viaje a la esperanza, avisado por mi tío de que mi madre estaba muriendo a causa de un brote de tuberculósis que estaba afectando a medio país.
Mientras yo regresaba a toda prisa, mi tío se quedó en la gran ciudad para ponerse en contacto con mis hermanos. Hacía 3 años que partieron hacia Europa, intentando buscar un destino a sus vidas que aquí no hubieran podido encontrar. Mi hermano mayor Kimbala, nos había escrito semanas atrás. Su descripción de España hizo que mi imaginación se disparara, deseaba ver esos inmensos edificios, probar todos esos alimentos exóticos, tener ropa que no se cayera a pedazos a las pocas semanas...
Apenas unos días antes, había conseguido convencer a mi madre de que me dejara marchar; y así, con lo poco que había podido ahorrar me dirigí a la aventura. La aparición de mi tío aquella tarde había sido como un puñetazo en el estomago, no me hizo falta escuchar sus palabras para saber que portaba malas noticias.
Ya en la aldea me dirigí a toda prisa a mi casa, mi madre yacía en la cama inconsciente por la fiebre, junto a ella una vecina le prestaba sus cuidados. Le dí las gracias y le pregunté si disponía de algún remedio para rebajar la fiebre, no pensé siquiera en llamar a un médico. Todos los lunes solía pasarse por la aldea un doctór de la capital, comprobaba que no hubiera ningún enfermo, y continuaba su ronda por los demás pueblos. Pero era Sábado, y todavía tendrían que pasar un par de días hasta que mi madre pudiera recibir tratamiento. Mi vecina no tenia nada, pero me dijo que mi tío había ido a comprar medicamentos; medicinas... ¿Cómo era posible que algo que salvaba vidas fuera tan inaccesible?. Y ya no solo en el pueblo, mi tío me había contado una vez que en la capital eran escasas también.
Mi madre tosió y al instante volvió a hacerlo, más fuerte esta vez. El sol se deslizaba a duras penas por las numerosas rendijas de la ventana. La persistencia de la tos me preocupaba. Me levante usando las pocas fuerzas que me quedaban. Angustiado por el hambre, me acerque sigilosamente al rincón apenas delimitado por una cortina donde descansaba mi madre. Seguía dormida, toqué su frente y ya no estaba tan caliente como la noche anterior. Fuí a preparar el desayuno, pero no había comida. En ese momento, mi vecina abrió la puerta. Traía un par de cuencos de leche fresca y algunas tortas de maíz. Lo que no traía era agua, así que tras el escaso desayuno, cogí un par de cubos y me dirigí al pozo. Se hallaba a poco más de 2 kilómetros y yo apenas podía sostenerme. Aun así, inicie el camino lentamente, mientras, mi mente estaba ocupada en otras cosas. Me acordé de Kimbala, ¿tendría que andar él tanto para llegar hasta una fuente?. Una pelota pasó rodando junto a mí, unos niños jugaban al fútbol.... Cuando era pequeño, un jugador de la aldea había conseguido hacerse profesional y se había ido a Europa a jugar. Durante meses estuve practicando con el balón con la esperanza de compartír el mismo destino que él. Pero yo no estoy hecho para el fútbol y finalmente desistí. Tendría que ganarme la vida de otra forma, pero ¿cómo?. Lo único que había hecho hasta ahora era cultivar el campo. Era un buen trabajo, pero al final de la jornada solo me quedaban ánimos para tumbarme y descansar hasta el día siguiente. Uno de mis motivos para abandonar la aldea era encontrar un buen trabajo que me permitiera hacer otras cosas, por ejemplo tocar música. Me solía pasar horas de pequeño tocando una flauta regalo de mi padre.... hacía mucho que no pensaba en él. Murió en una de las interminables guerras que solían azotar la región. Ahora la situación estaba mas calmada, pero en cualquier momento podía saltar la chispa que incendiara de nuevo el país. Deseaba huir de todo aquello. Llegué antes de lo esperado a la fuente, la frescura del agua me animó y así, con los cubos bien llenos volví a casa. A la entrada del pueblo una maraña de niños vociferando me rodearon y tiraron de mí hacia mi casa. Entonces vi a mi vecina en el umbral con aire apesadumbrado. Sin mirarla siquiera entre en mi cabaña, una vieja manta cubría el cuerpo inerte de mi madre de la cabeza a los pies. Se me nubló la vista, caí de rodillas al suelo, la culpa me inundo por haberme ido y haberla dejado sola aunque hubieran sido solo unos días. Que lo hubiera hecho para buscar mi lugar en el mundo, un sitio donde no estuviera amenazado todos los días por el hambre, las enfermedades y las guerras no me consoló. Mi madre fue incinerada por la tarde. Volví al anochecer del lago donde esparcí sus cenizas. Mañana partiría de nuevo, haría lo que fuera necesario para encontrar un lugar donde vivir en paz, ¿quién sabe? igual podría casarme. De lo que estaba seguro es que mis hijos no lamentarían la muerte de su madre solo por haber nacido en el lugar equivocado.
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