Las gaviotas tocaban un blues al atardecer, con el sol tiñendo de dorado los grises muros de los edificios que se alineaban paralelos a la costa como eternos vigilantes de la mar, avatares de una civilización que vivía de espaldas a ella. El río humano que cubría el paseo marítimo mantenía su desmesurado caudal pese a lo intempestiva de la hora, o precisamente por ello, pues el día había sido tórrido y el sol abrasador había cercenado los planes de gran parte de los turistas que se habían refugiado en sus hoteles a la espera de que el astro rey se rindiera y diera paso a la más bondadosa luna, que resarciría con su pálido brillo y su consorte, la brisa fresca, las aburridas horas de espera haciendo zapping en el salón.
Y allí estaba yo, una roca en el lecho de aquel torrente meditando mi próximo destino mientras ante mis ojos se desarrollaba el ciclo de la vida en todo su esplendor: a un guiri le robaba la cartera un guiri de más lejos ante la impávida mirada de los transeúntes que se consideraron meros espectadores en la acción humana y dejaron que el malhechor escapara con su botín, dejando al pobre guiri sin una palabra de consuelo siquiera: rumano homini lupus, que decían.
No era la mejor forma de comenzar la noche pero la vida seguía y yo debía continuar mi pronunciado descenso a las cloacas de la dignidad humana con un nuevo reto, perpetrado en esta ocasión por @Naar_blog a la que recomiendo que sigáis por su afición a los donetes del Mercadona, entre otras muchas virtudes. En esta ocasión la prueba subiría un peldaño más en la escalera de la vergüenza. Todos recordaréis a presuntos alienigenas como El Penumbra, Carlos Jesús o David Bowie, pues bien, durante una noche yo iba a hacerme pasar por un visitante de las estrellas, un starman de pelo silverado, voz aguda y mirada penetrante, que lograra embaucar a una damisela con un mensaje de amor de más allá de Orión.
Sopesando los pros y los contra de entrar a las chicas que me encontrara por la calle, llegué a la conclusión de que el único beneficio de hacerlo allí era que no tendría que moverme. Las montañas, y bien grandes, esperaba, vendrían a mi. La perspectiva de ser rodeado por una masa enfurecida que no entendiera mi actuación, pudo más y decidí ir a la clásica discoteca. Ya comenté en posts anteriores que estos recintos no son de mi agrado. Si no sabes bailar, son muy aburridas a no ser que te lleves a la chica que conociste en Twitter y a la que te ligaste en la playa, con el objetivo de terminar bailando entre sus sábanas al ritmo de los cascabeles del catacari.
Aproveché que conocía al portero, con el que había compartido aventuras y bocatas de mortadela en mi niñez, para acudir al local de moda de mi pueblo. Que dicho así parece que se tratara de una cuadra desprovista de techo en la que una banda formada por paletos toca Paquito el chocolatero en un desconcertante e hipnótico bucle. Pero no, es una discoteca moderna, con salidas de emergencia y la ultima tecnología en extintores. Mi amigo me juró que no había gogos dentro, pues habían sido despedidas tras un vergonzoso incidente y me zambullí en el cargado ambiente de ese templo del hedonismo electrónico.
Hay una regla no escrita que dice que una vez que pisas la pista principal, debes comenzar a bailar o a moverte de forma rítmica al menos si no das para más, a riesgo de ser abucheado por la masa. Así que de camino a la barra no me quedó otra que convulsionar mi cuerpo de forma más o menos acertada, agradeciendo los rayos láser que cegaban a los presentes aleatoriamente, y que me hacían sentir dentro de una película de David Lynch.
Otra ley no escrita de las discos, es que si quieres que el barman te atienda de inmediato, tienes que enseñar las tetas si eres una chica, o un billete si eres un tío. Se ve que este no vio mis cinco euros porque tuve que esperar diez minutos hasta que se dignó a atenderme.
- Un octubre rojo, por favor. Ah, y que sea trotskista. - pedí de forma distraida mientras fingía examinar el trasero de una de las múltiples bailarinas que se contoneaban junto a mi.
El barman se quedó mirándome unos segundos. Esperaba esa reacción. Para quien no lo sepa, un octubre rojo no es más que vodka rebajado con un chorreón de zumo de tomate*, cosa que está asquerosa si no te gusta el zumo de tomate ni el vodka, como es mi caso, pero aun así lo suelo pedir con el doble objetivo de dejar en evidencia a los barmans, que no suelen saber de qué estoy hablando, y no sentirme un pringado cuando acto seguido pido una Fanta, razón esta por la que tengo ese escaso aprecio a los camareros tras la barra, pues antes se reían cuando pedía la anaranjada bebida carbonatada en lugar de uno de los múltiples espirituosos, injustamente asociados a la virilidad.
Sin embargo este me sorprendió cuando un par de minutos después puso delante de mis narices un vaso con un líquido de color rojizo. Le di un sorbo. Había acertado, pero le faltaba algo.
- Oiga, esto no lleva lima.
- Es que no tenemos - replicó el tipo.
- ¿En qué clase de bar no tienen lima? - quise saber, sintiéndome a medias estafado y a medias chafado por no poder beberme una Fanta.
- ¡En uno estalinista!
- Pues no te lo pago.
- ¿A que te meto con el sacacorchos? - me amenazó mientras blandía la posible arma homicida frente a mi pecho.
Y claro, pagué.
En un momento de la noche, descubrió que era amigo de Manolo, el portero, y las tensiones desaparecieron. Finalmente me confesó que no tenia ni idea de qué era un Octubre Rojo. Había acertado de chiripa.
No me gusta el alcohol, pero aun así, me negaba a pasar la velada con la copa en la mano como un cuarentón en la barra de un bar, así que no me quedó otra que comenzar a bebérmelo, a pequeños sorbos eso si, pues tenía la esperanza de que entre trago y trago el alcohol se disolviera y sus efectos no hicieran mella en mi, pues necesitaba estar fresco y concentrado para llevar a cabo mi tarea, a la cual me apresté a comenzar con premura.
Hay una cosa de las discotecas que me enerva por encima de cualquier otra: el ruido incesante que te obliga a gritar si quieres comunicarte. A gritos todo suena peor. Un ¿te quieres casa conmigo? a voz en cuello en su oreja puede ser entendido como un ¡CÁSATE CONMIGO PUTA! y claro, esas no son formas para pedir matrimonio, aunque yo diría que si, porque me pone que me humillen. Se le une además el hecho de que yo no puedo ligar por mi aspecto. Es mi interior el que gana las guerras cuyas batallas mi cuerpo se encarga de perder. Y el de la disco, con su música atronadora y el ruido de fondo de los alaridos de los "esforzados del baile" es hostil para los maestros de la dialéctica, título que en una tarjeta de visita te queda divino, pero que tampoco se ajusta a mi persona, pues tengo menos capacidad de improvisación que un alemán haciendo monólogos. Vamos, que lo tenía jodido.
Por ello decidí comenzar el reto con la más visual apertura "Vulcano", saludando con la mano al estilo Mr. Spock, a una pelirroja que promocionaba a Titanlux a juzgar por la capa de pintura con la que ocultaba su redondeado rostro. Y que conste que este comentario no lo hago desde el rencor más hondo por haber comenzado a reírse en cuanto me vio con la mano alzada y los dedos unidos como los de un pato, pues era consciente del riesgo asumido, ya que es una técnica que solo podría funcionar con seguidoras de Star Trek, y un viernes a esa hora están todas delante de un poster de Worf suspirando porque su novio lo tuviera todo tan estriado.
Aborté el acercamiento y me tragué mi orgullo, aunque desde un lugar indeterminado de la sala escuché a una chica gritar:
- Ostras ¡un friskis!
Escupí parte del sorbo que le estaba dando a la bebida, por el riesgo a atragantarme por el ataque de risa que anulé contrayendo el plexo solar y mordiéndome ambos carrillos por dentro. Al menos el curioso comentario de aquella espontánea me había salvado de las garras de la amargura.
En mi siguiente ataque no sería tan directo. Elegí mi objetivo, una chica de pelo castaño que descendía hasta sus omóplatos, pómulos marcados, mirada traviesa y un trasero respingón. La abordé con el clásico "Hola ¿qué tal?". Me dijo que esperaba a una amiga que había ido al baño y pronto regresaría, pero tras un par de chistes que ya no recuerdo y el comentario de que las chicas van en grupo al baño porque le gustan las colas largas (para poder hablar mientras esperan y eso) la tuve en el bote. Decidí llevármela a un sitio más apartado. Anexas a la pista circular de baile se podían encontrar unas salas cuadradas con una abertura... no se cómo se llaman esos sitios... reservados ¿no? Yo qué se. Ni puta idea. Deben ser los efectos del Octubre rojo que todavía me duran. Seguro que el puñetero camarero le echó tinte rojo nº 2 en lugar de tomate. Bueno, ¿por dónde iba?... esto de escribir achispado es curioso. Te da alas, otra perspectiva ¿no? ¿Alguna vez habéis intentado rayar un cristal con vuestros pezones? Venga, ¡contestad! ¿No habláis? ¿Es que ya no me queréis? Tendré que preguntarlo por Twitter.
A la mañana siguiente... **
Como iba diciendo, me la llevé a uno de los reservados, con su sofá de cuero negro, su mesita baja con restos de una juerga extinguida y los amortiguados ecos de la música balcánica que pinchaba en aquel momento el DJ Tirana haciendo vibrar las finas paredes decoradas con láminas conmemorativas de distintas exposiciones mundiales. Conseguí enhebrar una conversación coherente sobre los gustos y la profesión de aquella chica, que no necesita de ser interrogada para dar rienda suelta a una verborrea inacabable a la que no tuve más remedio que poner coto antes de que me produjera un dolor de cabeza. Con escaso disimulo extendí mi brazo izquierdo hacia ella y miré mi reloj.
- Uy, mira - le dije. Dudo si captó el tono cuasi cómico de mis palabras - ya es sábado. Ya sabes lo que se dice de los sábados ¿verdad?
- Sorpréndeme - respondió sin apartar la vista de mi rólex de imitación.
- Sábado, sabadete, viene el alien y te la mete. - es posible que jamás vuelva a pronunciar estas palabras, pero cuando muera y me encuentre ante Ronald Reagan repasando los actos que realicé en vida, este me mirará, chocará los cinco conmigo y me dejará pasar al despacho del diablo con una mirada de orgullo. Y entonces, sabré que mereció la pena.
El caso es que su respuesta me descolocó. Comenzó a reírse a mandíbula batiente. Una mandíbula superlativa, de quijada esquiva, algo equina. Me miró fijamente y me soltó:
- ¿La sonda anal?
Y entonces me enamoré. Porque de una sodomita que abraza el sexo anal con la pasión de una adolescente que se abre a un mundo por descubrir, te tienes que enamorar si o si, o ir a su casa y prenderle fuego, según la tribu alienigena a la que pertenezcas.
Abrió la boca de nuevo, imagino que para lanzar una perorata sobre los beneficios de que el cartero llame a la puerta trasera, y antes de que pudiera decir nada, me abalancé sobre ella dispuesto a plantar mi lengua entre sus labios, con nulo resultado pues supo ver mis intenciones y me hizo la cobra espacial, que es como la normal pero a cámara lenta (por aquello de la falta de gravedad)
No había nada que hacer. Me pudieron las ansias de declararme vencedor en la proeza en la que me hallaba embarcado y lo estropeé. Me despedí de ella y la dejé allí apurando su martini. Como sucedió en la playa, intenté buscar a la más fea del lugar para tener asegurada al menos una victoria pírrica, pero estaba tan oscuro que me fue imposible distinguirla. Siempre me había preguntado por el motivo de la escasa iluminación de esos lugares. Ya tenía la respuesta.
Me dirigí a la barra para tener una mejor visión del campo de batalla, pero no fue fácil encontrar un hueco en ella, pues bullía de jóvenes solicitando los más extraños jugos. Cuando me disponía a volver a un reservado para reorganizar mis ideas, una camarera chocó conmigo. Con su camiseta creapropinas, sus medias de rejilla y sus zapatos de tacón, lucía bastante atractiva. Decidí jugar a los dados con Afrodita y lanzar una tirada.
- Has chocado conmigo - comencé - ¿sabes lo que significa eso en mi planeta?
- Tío estás colgao o ¿qué coño te pasa? - escupió por su boca de forma automática, como si fuera la respuesta estándar al intento de flirteo estándar por parte del cliente medio estándar. Creo que ni siquiera me escuchó, así que me jugué el todo por el todo. Metí la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón y saqué un tampón. La cogí de la mano y lo cubrí con ella.
- Solo una verdadera reina será capaz de extraerlo de mis fuertes dedos. - le dije.
- Tú estás muy mal. - rió antes de desaparecer entre el gentío. Lo último que vi de ella fue cómo le hacía un gesto al barman y luego me señalaba. Un minuto después este me acercaba otro Octubre rojo: Regalo de la casa. Era la primera vez que sacaba algo de una camarera. En una ocasión intenté ligar con una chica que servía las mesas en un local de brunchs, consciente de que entrañaba la misma dificultad que ganarle a un jubilado al dominó. No se lo tomó muy bien, pero su actitud cambió en cuanto le di cinco euros de propina; y estoy seguro de que si le hubiera soltado más dinero, habría sido mucho más amable. Eso en mi pueblo tiene un nombre: interesada.
Llevaba ya algunas horas dando vueltas como un inglés buscando la salida de Gibraltar y aún permanecía cargado y peligroso. Las dudas comenzaban a apoderarse de mis pensamientos. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Me enseñaría el tatuaje si se lo pido amablemente? ¿Debería patentar el Octubre rojo trotskista? Muchas preguntas me asaltaban, la mayoría sin respuesta, hasta que localicé a un curioso grupo de amigas que charlaban distendidas cerca del guardarropa.
Me acerqué a una de ellas, cuyo rasgo más llamativo era una media melenea azul eléctrico, que me recordó a las guarradas animadas japonesas que ve mi vecino. La saludé. Se giró, me miro de arriba a abajo con sus ojos color miel y continuó charlando con el resto del grupo como si yo no permaneciera ahí, de pie, mirándola, sin saber muy bien qué había pasado. No me dio tiempo a sugerirle mi origen exoterraqueo, ni siquiera de invitarla a una fanta. Tenía que intentarlo de nuevo. Le di un toquecito en el hombro y le pregunté si no tendría por casualidad un tatuaje de una mariposa en el bajo vientre. Por la sorpresa que se dibujó en su rostro, imagino que si. El caso es que no respondió pues de inmediato saltó en su rescate la típica chica Pitbull (porque suele ser... ya tú sabes) que hay en todo grupo de amigas, y que se suele encargar de rechazar los intentos de cualquier pretendiente que haya recibido ya una negativa por parte de un miembro del grupo. Al menos ya había identificado a la fea de la disco, aunque no tuviera ninguna posibilidad con ella.
Corrí por mi vida antes de que me tirara su bolso a la cabeza con un consolador modelo Mandingo en su interior, que podría haberme causado severas lesiones y hallé refugio en las cercanías de un grupo de tíos, que permanecían desplegados en círculo a modo de escudo protector alrededor de un chaval al que de seguro había dejado la novia en las horas recientes, porque la palabra "Puta" salía de su boca más veces que de la de una sextuitera con el síndrome premenstrual.
Esperé a que la chica Pitbull desapareciera en el baño para volver a las andadas. Comencé a bailar junto a una morena de ojos negros que se movía como si le hubiera dado cuerda el mismísimo Geppeto. Inicié una maniobra de aproximación lenta pero segura, con la que me llevó tres grandes éxitos de Juan Magán, acortar diez centímetros entre nuestros cuerpos. Cuando estaba a una distancia en que podría escucharme sin problemas, le espeté:
- Debes ser de la Tierra, porque las chicas de mi planeta son muy feas.
- Para no desentonar con los tíos ¿no? - Sus palabras fueron como una sucesión de jabs y cross directos al hígado.
No estuve rápido de reflejos en ese momento y me retiré bailando con el rabo entre las piernas, nunca mejor dicho, sin decir palabra; pero media hora después se me ocurrió una replica bastante ingeniosa, aunque por mucho que la busqué por el local no la pude encontrar. De todas formas por si algún día lee esta página: ¡fea!
Con la autoestima tirada, arrastrándose podrida por el suelo meditaba irme a casa a lamerme las heridas. La gente a su vez comenzaba a retirarse, de vuelta a sus hogares o a otros locales más animados. Sin embargo hubo una rubia que me llamó la atención, separada un par de metros de otro grupito de chicas: una típica americana cuya foto podría acompañar en un diccionario la definición de "American Bimbo" que lucía sobre su cabeza una típica diadema-pene. Y esa es otra cosa que jamás he entendido. ¿Qué lleva a una mujer a ponerse un falo de peluche en la frente? ¿Su amor por los unicornios? ¿Reminiscencias atávicas de cuando los dioses se disfrazaban de animales para forniciar con las doncellas? ¿Reirse de los hombres? En cualquier caso no obtendría respuestas de aquella chica así que me limité a tratar de ligármela.
- Hi, I´m an alien! - le dije con mi mejor sonrisa de forma directa.
- Oh, from Mexico?, but we are in Europe, right? - comenzó a mirar nerviosa de un lado para otro como si buscara algo - At least that´s what my friends told me. It´s my bachelorette party. Hey bitches - gritó al grupo al que pertenecía- this guy says that he´s mexican. I told you that I did not want to be in a Tijuana style filthy town.
Entonces se acercó una de sus amigas y sin mediar palabra la sujetó por la nuca y acercó su boca a la suya para fundirse en un cálido y prolongado beso que derritió los altavoces que atronaban a 20 metros de distancia. Bueno, este desenlace lésbico es mentira, la amiga se acercó si, pero le quitó la jarra de cerveza de la mano mientras la reprendía:
- Enough drinking for you, Mary.
- Like the virgin? - intervine intentando quitar hierro al asunto. A la amiga no le hizo ni pizca de gracia. Dicen que hay miradas que matan pero la que me echó aquella americana se me quedó tatuada en la frente, como un tribal maorí. Que luego dicen de los payasos, pero no hay nada más aterrador que la mirada furiosa de una mujer con un pene de algodón sobre la frente.
No estaba siendo mi noche con las amigas. Es lógico, porque un grupo de amigas es la asociación más peligrosa del mundo por delante de los masones de la coste oeste, a no ser que los masones sean amigas que se reunen para comparar el tamaño de los miembros de sus parejas, costumbre esta que jamás ha dejado de asombrarme.
Solo iba a arriesgarme una vez más, con una chica que se dirigía hacia la calle. La abordé de improviso. Me coloqué delante suya, la miré fijamente a los ojos y dejé que las palabras fluyeran sin freno:
- De entre todos los planetas a los que la Federación Estelar pudo enviarme como observador, me alegro de que me tocara este, pues así he podido conocer a la mujer que aguamarinas tiene por ojos, perlas en su dentadura, cabellos de hilo de oro y labios de plata fina***.
Y antes de que pudiera terminar con un "oh, y las tetas muy bonitas también", sus pupilas se expandieron como el universo tras el big bang, ladeó su cabeza hacia la izquierda, juntó las manos derramando en el proceso la mitad de su gintonic sobre su falda turquesa y un prolongado suspiro escapó de sus labios en una estampa que rivalizaba con la del gato con botas. Estuvimos charlando unos minutos, acercando nuestros cuerpos con cada confidencia hasta que nuestros rostros quedaron a escasos centímetros el uno del otro, momento en el cual me atreví a culminar el reto:
- ¿Quieres que vayamos a mi nave nodriza?
- Estaremos mejor en mi cama. - replicó ella.
Me agarré a su cintura y mientras nos dirigíamos al exterior, le susurraba:
- No te arrepentirás de nada, Ana...
Ella se quedó parada, con sus ojos como platos. Porque ay amigos, la llame por otro nombre, y no el de una desconocida precisamente. Y algo hizo clic en mi cabeza, y algo hizo plof en mi entrepierna. Dejé que ella se marchara sola mientras me despejaba en el lavabo hundiendo la cabeza en agua. Cuando salí, el blues hacía tiempo que había dado paso al silencio sepulcral que destila un vaso vacío con un poso de sueños incumplidos y hielos a medio derretir.
El río humano se había secado pero las aguas no tardarían en fluir de nuevo y entre ellas me perdería de regreso a casa, con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha, el paso errático y mi mente en su recuerdo, dándome bien la brasa.
Conclusiones:
. Los Rólex son hipnóticos. Incluso los falsos. Eso si, que no los examinen con el detenimiento suficiente como para descubrir que en realidad pone Bólex.
. Tengo que ir al psicólogo.
. Las camareras son unas veleidosas.
. El Octubre Rojo se sube rápido a la cabeza.
. Ligar es fácil si sabes cómo. Una pista: alcohol.
. Los tatuajes de mariposas molan mucho.
. No chupéis las cabezas de las gambas delante de vuestros suegros.
. Tengo que buscar un sponsor para estos temas.
. En la oscuridad todos somos princesas.
* Veta a Rusia a decirles que lleva granadina y verás en que vertedero aparecen tus restos.
** Jamás os pongáis a escribir borrachos. Siento mucho los DMs que os envié a algunas. Como os he dicho, no era yo el que hablaba sino el libidinoso Grilor de Centauro Pi. Me metí demasiado en el papel. El post comencé a escribirlo nada más llegar a casa pero cuando me desperté algunas horas después, me di cuenta de que un 67% del texto consistía en palabrotas de todo tipo, incluso en otros idiomas. Continué escribiendo cuando desperté. De ahí el salto temporal.
*** En realidad era rubia de bote, los ojos no hubieran desentonado en el rostro frío de un besugo y sus labios eran como morcillas, que tampoco está mal , pero andaba pensando un poema que tengo pendiente y me pudo la inspiración.
Seguir leyendo...