La mar es como esa amiga íntima que te ha acompañado en el sendero de la vida desde que compartiais plastilina para merendar en el parvulario y a quien ya de mayor le han crecido las tetas como balones de Nivea sin que te percataras de ello. Hasta que no te ves obligado a estar una larga temporada lejos de ella, no te das cuenta de lo que tenías.
Por ello, en mis años mozos solía caminar con indiferencia por el paseo marítimo de mi pueblo, maravillándome solamente por las reacciones de aquellas gentes de secano que la única masa de agua que habían visto en su vida era la alberca del tío Manolo, y que afrontaban su primer chapuzón con una alegría que escapaba a mi comprensión. No fue hasta que tuve que vivir algunos años a centenares de kilómetros de la costa, que no empecé a echar de menos el rumor de las olas rompiendo en los cuerpos esculpidos en mármol de las suecas, el olor a salitre en la brisa, la paz que puede transmitir la luna reflejada en un mar en calma...
Y así, al volver a mi hogar, comencé a apreciar la playa y a visitarla con cierta frecuencia. Aunque poco me duró la afición, porque, para ser sinceros, a no ser que vayas con una chica a la que conociste por Twitter con el objetivo de ligártela, es un lugar muy aburrido. Cuando me veía obligado a acudir por causas de fuerza mayor, buscaba formas alternativas de diversión que no fueran el juego de las palas. De hecho, si juegas a las palas en la playa, dejas bien claro que eres un turista de paso con una mochila repleta de dinero y pronto tendrás detrás a un ejército de chinas dispuestas a darte un masaje sin final feliz.
Cuando me cansaba de escribir, con rotulador permanente, mensajes de auxilio en las piedras que encontraba en la arena, solía clasificar a la gente por lo llamativo de su bronceado, desde el típico primerizo escandinavo, pálido nivel "Metálico en un jardín botánico" hasta el moreno "Samuel L. Jackson". Otra opción socorrida era mirar tetas, aunque pese a lo que pueda parecer, no me atraía demasiado. Es demasiado fácil, como pescar en un acuario. Es en el esfuerzo donde reside la satisfacción.
Gracias a la inspiración de @pecass_ y el apoyo a la causa de @naar_blog, encontré otra cosa a la que dedicar mi tiempo: intentar averiguar si se puede ligar con un tampón en la playa. El objetivo era emular un conocido anuncio en el que una actriz enseñaba a un chico cómo colocar un tampón, como si aquí nadie hubiera usado un Rampant Rabbit directa o indirectamente. Además de eso, tenía que lograr "intimar" con la chica en cuestión (y si esto no pertenecía al reto, bueno, lo incluyo yo) o al menos ligar con ella, abriendo las puertas a una relación, sexual o de las aburridas.
Lo primero que tuve que hacer fue ir a comprarlos, claro. Soy un hombre moderno, seguro de su sexualidad (ahora mismo nula), que ha visto mucho mundo y ha tenido pareja, así que no me supuso ningún problema. Aunque en la farmacia me miraron raro, la dependienta muy amablemente me redirigió al Mercadona más cercano, que se ve que le paga comisión por cada cliente que envía para allá.
No encontré los del anuncio, pero me valía cualquiera y lo bueno es que no recibiría ningún reproche por haberme equivocado con el color del paquete. Ya que estaba compré condones, arropado por un manto de optimismo del que no me desprendí hasta mi primera prueba de campo.
En principio el domingo era el día elegido para llevar a cabo el reto, pero viendo que el tiempo acompañaba, que la ciudad estaba preñada de turistas y que las quemaduras que me había producido la última vez habían curado rápido, decidí adelantarlo a ayer. Además me levanté más caliente de lo habitual, y, mira, si salía bien, eso que me llevaba.
Preparé la mochila con la correspondiente toalla, patatas para matar el gusanillo, tampones, una chocolatina Reese que encontré en el fondo del congelador, los condones, una estampita de Ron Jeremy, patrón de los polvos inesperados, gafas de sol y un ejemplar de La Casa de Bernarda Alba, por si me encontraba con alguna gafapasta (una de mis tribus urbanas favoritas porque se rumorea que tragan) y así, me dirigí a una playa a la que no suelo ir y a la que jamás volveré.
No me lo pensé mucho y me coloqué en el sitio más despejado, a varios metros de la orilla. Extendí la toalla, coloqué el libro en una de las esquinas de la misma, con el título bien visible, y tras percatarme de que aún tenía la etiqueta del precio, quitársela y volverlo a colocar en su lugar, eché un vistazo a mi alrededor mientras escuchaba los lamentos de un niño al que su madre torturaba con la inevitabilidad de pillar un resfriado en verano, que es mucho peor que en invierno, porque los médicos de la seguridad social están pensando en las vacaciones más que en otra cosa.
Justo frente a mi tomaban el sol la típica pareja de veinteañeras sexys enfundadas en sendos bañadores de los 90. Charlaban animadamente con sus smartphones en la mano con los que ocasionalmente retrataban el paquete de algún afortunado e ignorante joven. Me quedé mirándolas por unos instantes que me parecieron segundos pero que resultaron ser diez minutos. Y es que el tiempo vuela cuando tienes una mujer bonita delante; ya si la tienes encima, qué os voy a contar...
A mi espalda, montaban un toldo un grupo de amigos a medio camino entre los de Friends y Los Inhumanos, estrellas de un microcosmos de infidelidades y traiciones en el que se crean tramas que nunca serán filmadas; pero allí estaban, bebiendo cerveza antes de que el sol alcanzara su cénit, rebozándose en arena y amenazando de farol con quitarse la parte superior del bikini. Bordeando el mar, el típico grupo de tíos a los que denomino como "Los Walking Dead" porque van en manada en busca de carne humana fresca que devorar, y siempre suele haber alguna pánfila que cae en sus garras de la forma más estúpida posible. Desperdigadas a mi alrededor, algunas familias, señoras con sus maridos, mujeres solitarias y jóvenes celebrando el final del curso. Pese a todo, esperaba haber encontrado más gente. Puede que la frialdad del agua, de categoría "2 hostia puta", tuviera algo que ver.
Tengo que decir que uso una escala propia de medición de la temperatura del agua, basada en los "Hostia puta" que uno suelta cuando se sumerge en ella, parcial o totalmente. Hasta ahora el valor máximo jamás registrado está en 5 hostias puta, cuando vivía en Canadá y me quedé sin agua caliente mientras me daba una ducha. No importó que estuviéramos en verano, ni los 40º a la sombra. Tuvieron que venir en mi ayuda mis compañeros de piso con martillo y cincel para liberarme del hielo cual Capitán América.
Para comenzar elegí un blanco fácil: una morena que apenas alcanzaba las 20 primaveras, de metro sesenta y tantos, bien desarrollada, que lucía una mariposa tatuada por encima de la línea de la parte inferior del bikini (a la que me niego a llamar braga porque no llevaba lacito) Ya lo decía Shakira: hips don´t lie y un tatuaje en dicha zona solo significaba una cosa. Poco se ha hablado del lenguaje secreto de los tatuajes. Quizás en un futuro post.
Caminaba la chica distraída con el agua por sus tobillos y ofreciendo su mirada oculta bajo unas gafas de sol de Gucci a uno y otro lado. Cogí uno de los tampones y lo sopesé un instante en mi mano. Me lo imaginaba más pesado. Me levanté de un salto y me dirigí hacia ella con paso firme. No podía permitirme un instante de vacilación pues el valor hubiera aprovechado para huir como el desodorante de un usuario del metro.
Comencé a caminar a su lado preocupándome de no invadir su espacio vital y esperé a que entablara contacto visual con mi persona. Comenzó entonces a aumentar el ritmo de sus zancadas. Hola, le dije apresurado temeroso de asustarla antes de tiempo. ¿Tú sabes cómo se usa esto? y extendí mi mano abierta con el tampón coronándola.
Esperaba un insulto, una mirada de desprecio que traspasara los cristales tintados, una mueca de disgusto, pero en lugar de todo eso, comenzó a correr como si se hubiera olvidado de tomar la píldora, y cuando hubo recorrido 300 metros, se lanzó al agua de cabeza, dejándome plantado en el sitio, con el hilillo de algodón colgando desganado a merced de los vaivenes de la brisa.
Me recuperé casi al instante. Había sido la primera y aún tenía todo el día por delante. Como Aníbal ad portas de Roma, incapaz de asaltar sus muros, decidí retroceder al campamento base para lanzar desde allí una nueva ofensiva. De camino a la toalla, me topé con una atractiva milf que tumbada de cubito supino, intentaba atraer el sol para que la poseyera cual Zeus libidinoso. Me aclaré la garganta, puse mi cara de cachorrito desvalido con la que he conseguido grandes éxitos (2 de cada 5 cajeras me perdonan los céntimos sueltos cuando la muestro) y me agaché ante ella. Al ver que algo le tapaba el sol, abrió los ojos y conectó con los míos.
- Hola - comencé. Es una forma clásica y aburrida pero tampoco era plan de ir al turrón directamente - Te he visto aquí tumbada y me he dicho: seguro que una mujer de su experiencia podría sacarme de dudas.
La milf me sonrió, pensando que estaba siendo protagonista de un relato rosa y que de la mano que ocultaba tras mi espalda, saldría un ramo de rosas y no él tampón desangelado que coloqué ante sus narices. Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera decirle nada más, apareció la hija que había emergido de las aguas de improviso cual monstruo de las profundidades y que salió caminando torpemente hasta llegar a donde me encontraba para a continuación señalar el tampón y decir con voz angelical: Eso es para el piriodo ¿no mama? Musité una escueta despedida y me batí en retirada una vez más mientras madre e hija se reían de mi.
Hasta entonces no estaba teniendo resultados aceptables, pero no podía rendirme. Las restantes chicas, elegidas al azar, me obsequiaron con toda una ristra de insultos y desprecios. Todas se quedaban paralizadas sin saber qué hacer por unos instantes, no se si sorprendidas por mi atrevimiento o por estar pensando bien qué responderme, aunque "gilipollas" y "capullo" fueron tendencia, adornadas con miradas que iban desde el desprecio más absoluto a la pena infinita.
Hubo una rubia de ojos claros que se rió y me preguntó "Como en el anuncio ¿no?" Germinó entonces la esperanza de poder invitarla a una fanta en el chiringuito más cercano, pero esta semilla fue aplastada por un rotundo "Qué absurdo" escupido directamente a mi pobre corazón. No supe qué decir mientras se alejaba aquella belleza nórdica de tersos glúteos, hasta que en un arranque de valor grité a la desesperada: ¿Follamos o jugamos al baloncesto?, que imagino no escuchó pues no se giró siquiera para hacerme un corte de mangas. Quien si que lo oyó fue una señora de Badajoz que en un primer momento recriminó mi actitud soez, extrapoló mi comportamiento al resto de mi generación apelando acto seguido a tiempos pasados en los que la juventud se conducía con más decoro y rectitud, y finalmente me invitó a compartir una tortilla de patatas que había cocinado aquella mañana, mientras me contaba su apasionante vida. Porque otra cosa no, pero con las señoras mayores tengo mucha mano.
Decidí tomarme el asunto con más calma y esperar a que la playa se llenara un poco más, pues me había quedado sin sujetos aceptables para la continuación del reto. Incluso comencé a leerme el libro, pero al llegar a la dedicatoria me quedé dormido. Al despertar comprobé con pesar que la chocolatina se había derretido sobre los tampones, cubriéndolos con un desagradable y equivoco color marrón con el que no me pareció adecuado continuar la experiencia. Después de cada prueba iba desechando los tampones que usaba y cogía otro, así podrían decir de mi que era un guarro, pero no que careciera de higiene.
Solo me quedaban un par en condiciones aceptables. Tenía que ser muy cuidadoso con quién los utilizaba. Mientras me decidía, me giré para comprobar qué tal les iba al grupo de amigos con el toldo, pero estaba desierto, sin embargo, delante de él, tumbada de cubito prono, una chica mostraba a quien se interesara por ella, la interminable extensión de su espalda, que iba a morir en su delicioso trasero. Con el modus operandi habitual me acerqué a ella, pero esta vez no esperé a que se percatara de mi presencia, sino que directamente le espeté: - Perdona, ¿podrías decirme como se usa esto?
Lentamente, como un dinosaurio que se desperezara tras una pesada digestión, se recostó sobre su brazo derecho, míró el tampón que tenia en la mano, y me miró por encima de sus gafas, con la seguridad que da el saberse en la cima de la pirámide alimentaria. Con la media sonrisa que se dibujaba en su rostro a la velocidad con la que imprime una impresora de agujas una foto, parecía decir: He comido corderitos como tú desde que descubrí el DIU; pero debería estar empachada porque me despachó con un lacónico: Piérdete gilipollas, antes de recuperar su postura inicial.
Las cosas no iban muy bien y yo quería poder escribir en Twitter con letras mayúsculas: funciona. Solo me quedaba una última bala, y debía ser como la que acabó con Kennedy: infalible. Me puse mi rolex de imitación, las gafas de sol que me daban un toque rebelde, me embadurné de coco para oler bien (que aunque me consta que el coco no está muy aceptado entre la población femenina, a la que le gusta, se desmadra con él), y elegí a la chica más fea de entre todas las que se encontraban a mi alrededor.
Morena, con el pelo recogido en una trenza espigada que serpenteaba su espalda y otros rasgos que no describiré para no hacer sangre; se encontraba con una amiga, pero esperé a que esta fuera a darse un chapuzón para atacar a mi presa. Me acerqué lentamente, dejando que se percatara de ello y se preparara para la conversación que tendría lugar a continuación. Cuando le enseñé el tampón se rió. No era una risa forzada ni sarcástica, era sincera y fresca como la brisa que le revolvía el pelo. Me respondió que ella no era mucho de usar tampones, así que no podía ayudarme. No me quedó más remedio que preguntarle si conocía el anuncio, lo cual me afirmó con aquella sonrisa que no se le borraba de la cara. Me confesó que nunca pensó que alguien pudiera entrarle de aquella manera, pero que le había hecho gracia. Estuvimos hablando un par de minutos de cosas intrascendentes hasta que por el rabillo del ojo vi que su amiga salía del agua.
La tuve que dejar. No quería romper la belleza del momento con un ¿follamos? y tampoco tenia pensado intentar llegar a algo más serio. Cuando me dejó mi ex me dije que jamás volvería a cometer el error de salir con una mujer.
Volví a mi toalla, donde permanecí hasta que el sol se hubo batido en retirada, meditando sobre la vida, el amor y lo feliz que hubiera sido en la Grecia clásica, en la que no llevaban pantalones para no tener que estar todo el tiempo subiéndoselos y bajándoselos. Luego llegaron los barbaros nuncafollistas y se cargaron el invento...
El estruendo de la música electrónica que expelían los locales de marcha del paseo me sacaron de mi ensimismamiento. La noche era apacible, el mar estaba en calma y la arena serena y solitaria me producía cosquillas en los pies. Era hora de volver a casa. Apreté con fuerza en mi puño el último tampón y lo lancé hacia el mar, no como mi particular grano de arena para la contaminación de sus aguas, sino como mensaje de aviso a aquellos hombres inexpertos que se dejan atraer por los cantos de sirena de las féminas. Quien lo encuentre, podrá leerlo, escrito en él con rotulador permanente.
Conclusiones: La primera y más importante: La casa de Bernarda Alba es un coñazo. Si Lorca hubiera tenido el valor de respetar la forma en que fue concebida, en la que todos los personajes femeninos eran transexuales en una España que no les entendía, hubiera sido más entretenida.
. No te tatúes una mariposa en la parte baja de la cadera si no quieres que piensen eso de ti.
. Como dice el tópico, la suerte de la fea la guapa lo desea, porque de haber sido otras las circunstancias, a la poco agraciada pero encantadora fea la hubiera llevado hasta las estrellas y la hubiera hecho estallar en mil fuegos artificiales que hubieran iluminado la noche con la fuerza de una supernova.
. Las señoras de Badajoz son muy simpáticas aunque haciendo tortillas dejan mucho que desear.
. Al final, a la hora de ligar con una chica, no importa que uses productos de higiene femenina, chistes, frases ingeniosas o gominolas, si ella es simpática y la pillas de buen humor, siempre tendrás una oportunidad. Esto vale para los feos pobres, claro está. Los demás, con enseñar músculo o un fajo de billetes tienen suficiente.
. Los tampones flotan.
Por ello, en mis años mozos solía caminar con indiferencia por el paseo marítimo de mi pueblo, maravillándome solamente por las reacciones de aquellas gentes de secano que la única masa de agua que habían visto en su vida era la alberca del tío Manolo, y que afrontaban su primer chapuzón con una alegría que escapaba a mi comprensión. No fue hasta que tuve que vivir algunos años a centenares de kilómetros de la costa, que no empecé a echar de menos el rumor de las olas rompiendo en los cuerpos esculpidos en mármol de las suecas, el olor a salitre en la brisa, la paz que puede transmitir la luna reflejada en un mar en calma...
Y así, al volver a mi hogar, comencé a apreciar la playa y a visitarla con cierta frecuencia. Aunque poco me duró la afición, porque, para ser sinceros, a no ser que vayas con una chica a la que conociste por Twitter con el objetivo de ligártela, es un lugar muy aburrido. Cuando me veía obligado a acudir por causas de fuerza mayor, buscaba formas alternativas de diversión que no fueran el juego de las palas. De hecho, si juegas a las palas en la playa, dejas bien claro que eres un turista de paso con una mochila repleta de dinero y pronto tendrás detrás a un ejército de chinas dispuestas a darte un masaje sin final feliz.
Cuando me cansaba de escribir, con rotulador permanente, mensajes de auxilio en las piedras que encontraba en la arena, solía clasificar a la gente por lo llamativo de su bronceado, desde el típico primerizo escandinavo, pálido nivel "Metálico en un jardín botánico" hasta el moreno "Samuel L. Jackson". Otra opción socorrida era mirar tetas, aunque pese a lo que pueda parecer, no me atraía demasiado. Es demasiado fácil, como pescar en un acuario. Es en el esfuerzo donde reside la satisfacción.
Gracias a la inspiración de @pecass_ y el apoyo a la causa de @naar_blog, encontré otra cosa a la que dedicar mi tiempo: intentar averiguar si se puede ligar con un tampón en la playa. El objetivo era emular un conocido anuncio en el que una actriz enseñaba a un chico cómo colocar un tampón, como si aquí nadie hubiera usado un Rampant Rabbit directa o indirectamente. Además de eso, tenía que lograr "intimar" con la chica en cuestión (y si esto no pertenecía al reto, bueno, lo incluyo yo) o al menos ligar con ella, abriendo las puertas a una relación, sexual o de las aburridas.
Lo primero que tuve que hacer fue ir a comprarlos, claro. Soy un hombre moderno, seguro de su sexualidad (ahora mismo nula), que ha visto mucho mundo y ha tenido pareja, así que no me supuso ningún problema. Aunque en la farmacia me miraron raro, la dependienta muy amablemente me redirigió al Mercadona más cercano, que se ve que le paga comisión por cada cliente que envía para allá.
No encontré los del anuncio, pero me valía cualquiera y lo bueno es que no recibiría ningún reproche por haberme equivocado con el color del paquete. Ya que estaba compré condones, arropado por un manto de optimismo del que no me desprendí hasta mi primera prueba de campo.
En principio el domingo era el día elegido para llevar a cabo el reto, pero viendo que el tiempo acompañaba, que la ciudad estaba preñada de turistas y que las quemaduras que me había producido la última vez habían curado rápido, decidí adelantarlo a ayer. Además me levanté más caliente de lo habitual, y, mira, si salía bien, eso que me llevaba.
Preparé la mochila con la correspondiente toalla, patatas para matar el gusanillo, tampones, una chocolatina Reese que encontré en el fondo del congelador, los condones, una estampita de Ron Jeremy, patrón de los polvos inesperados, gafas de sol y un ejemplar de La Casa de Bernarda Alba, por si me encontraba con alguna gafapasta (una de mis tribus urbanas favoritas porque se rumorea que tragan) y así, me dirigí a una playa a la que no suelo ir y a la que jamás volveré.
No me lo pensé mucho y me coloqué en el sitio más despejado, a varios metros de la orilla. Extendí la toalla, coloqué el libro en una de las esquinas de la misma, con el título bien visible, y tras percatarme de que aún tenía la etiqueta del precio, quitársela y volverlo a colocar en su lugar, eché un vistazo a mi alrededor mientras escuchaba los lamentos de un niño al que su madre torturaba con la inevitabilidad de pillar un resfriado en verano, que es mucho peor que en invierno, porque los médicos de la seguridad social están pensando en las vacaciones más que en otra cosa.
Justo frente a mi tomaban el sol la típica pareja de veinteañeras sexys enfundadas en sendos bañadores de los 90. Charlaban animadamente con sus smartphones en la mano con los que ocasionalmente retrataban el paquete de algún afortunado e ignorante joven. Me quedé mirándolas por unos instantes que me parecieron segundos pero que resultaron ser diez minutos. Y es que el tiempo vuela cuando tienes una mujer bonita delante; ya si la tienes encima, qué os voy a contar...
A mi espalda, montaban un toldo un grupo de amigos a medio camino entre los de Friends y Los Inhumanos, estrellas de un microcosmos de infidelidades y traiciones en el que se crean tramas que nunca serán filmadas; pero allí estaban, bebiendo cerveza antes de que el sol alcanzara su cénit, rebozándose en arena y amenazando de farol con quitarse la parte superior del bikini. Bordeando el mar, el típico grupo de tíos a los que denomino como "Los Walking Dead" porque van en manada en busca de carne humana fresca que devorar, y siempre suele haber alguna pánfila que cae en sus garras de la forma más estúpida posible. Desperdigadas a mi alrededor, algunas familias, señoras con sus maridos, mujeres solitarias y jóvenes celebrando el final del curso. Pese a todo, esperaba haber encontrado más gente. Puede que la frialdad del agua, de categoría "2 hostia puta", tuviera algo que ver.
Tengo que decir que uso una escala propia de medición de la temperatura del agua, basada en los "Hostia puta" que uno suelta cuando se sumerge en ella, parcial o totalmente. Hasta ahora el valor máximo jamás registrado está en 5 hostias puta, cuando vivía en Canadá y me quedé sin agua caliente mientras me daba una ducha. No importó que estuviéramos en verano, ni los 40º a la sombra. Tuvieron que venir en mi ayuda mis compañeros de piso con martillo y cincel para liberarme del hielo cual Capitán América.
Para comenzar elegí un blanco fácil: una morena que apenas alcanzaba las 20 primaveras, de metro sesenta y tantos, bien desarrollada, que lucía una mariposa tatuada por encima de la línea de la parte inferior del bikini (a la que me niego a llamar braga porque no llevaba lacito) Ya lo decía Shakira: hips don´t lie y un tatuaje en dicha zona solo significaba una cosa. Poco se ha hablado del lenguaje secreto de los tatuajes. Quizás en un futuro post.
Caminaba la chica distraída con el agua por sus tobillos y ofreciendo su mirada oculta bajo unas gafas de sol de Gucci a uno y otro lado. Cogí uno de los tampones y lo sopesé un instante en mi mano. Me lo imaginaba más pesado. Me levanté de un salto y me dirigí hacia ella con paso firme. No podía permitirme un instante de vacilación pues el valor hubiera aprovechado para huir como el desodorante de un usuario del metro.
Comencé a caminar a su lado preocupándome de no invadir su espacio vital y esperé a que entablara contacto visual con mi persona. Comenzó entonces a aumentar el ritmo de sus zancadas. Hola, le dije apresurado temeroso de asustarla antes de tiempo. ¿Tú sabes cómo se usa esto? y extendí mi mano abierta con el tampón coronándola.
Esperaba un insulto, una mirada de desprecio que traspasara los cristales tintados, una mueca de disgusto, pero en lugar de todo eso, comenzó a correr como si se hubiera olvidado de tomar la píldora, y cuando hubo recorrido 300 metros, se lanzó al agua de cabeza, dejándome plantado en el sitio, con el hilillo de algodón colgando desganado a merced de los vaivenes de la brisa.
Me recuperé casi al instante. Había sido la primera y aún tenía todo el día por delante. Como Aníbal ad portas de Roma, incapaz de asaltar sus muros, decidí retroceder al campamento base para lanzar desde allí una nueva ofensiva. De camino a la toalla, me topé con una atractiva milf que tumbada de cubito supino, intentaba atraer el sol para que la poseyera cual Zeus libidinoso. Me aclaré la garganta, puse mi cara de cachorrito desvalido con la que he conseguido grandes éxitos (2 de cada 5 cajeras me perdonan los céntimos sueltos cuando la muestro) y me agaché ante ella. Al ver que algo le tapaba el sol, abrió los ojos y conectó con los míos.
- Hola - comencé. Es una forma clásica y aburrida pero tampoco era plan de ir al turrón directamente - Te he visto aquí tumbada y me he dicho: seguro que una mujer de su experiencia podría sacarme de dudas.
La milf me sonrió, pensando que estaba siendo protagonista de un relato rosa y que de la mano que ocultaba tras mi espalda, saldría un ramo de rosas y no él tampón desangelado que coloqué ante sus narices. Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera decirle nada más, apareció la hija que había emergido de las aguas de improviso cual monstruo de las profundidades y que salió caminando torpemente hasta llegar a donde me encontraba para a continuación señalar el tampón y decir con voz angelical: Eso es para el piriodo ¿no mama? Musité una escueta despedida y me batí en retirada una vez más mientras madre e hija se reían de mi.
Hasta entonces no estaba teniendo resultados aceptables, pero no podía rendirme. Las restantes chicas, elegidas al azar, me obsequiaron con toda una ristra de insultos y desprecios. Todas se quedaban paralizadas sin saber qué hacer por unos instantes, no se si sorprendidas por mi atrevimiento o por estar pensando bien qué responderme, aunque "gilipollas" y "capullo" fueron tendencia, adornadas con miradas que iban desde el desprecio más absoluto a la pena infinita.
Hubo una rubia de ojos claros que se rió y me preguntó "Como en el anuncio ¿no?" Germinó entonces la esperanza de poder invitarla a una fanta en el chiringuito más cercano, pero esta semilla fue aplastada por un rotundo "Qué absurdo" escupido directamente a mi pobre corazón. No supe qué decir mientras se alejaba aquella belleza nórdica de tersos glúteos, hasta que en un arranque de valor grité a la desesperada: ¿Follamos o jugamos al baloncesto?, que imagino no escuchó pues no se giró siquiera para hacerme un corte de mangas. Quien si que lo oyó fue una señora de Badajoz que en un primer momento recriminó mi actitud soez, extrapoló mi comportamiento al resto de mi generación apelando acto seguido a tiempos pasados en los que la juventud se conducía con más decoro y rectitud, y finalmente me invitó a compartir una tortilla de patatas que había cocinado aquella mañana, mientras me contaba su apasionante vida. Porque otra cosa no, pero con las señoras mayores tengo mucha mano.
Decidí tomarme el asunto con más calma y esperar a que la playa se llenara un poco más, pues me había quedado sin sujetos aceptables para la continuación del reto. Incluso comencé a leerme el libro, pero al llegar a la dedicatoria me quedé dormido. Al despertar comprobé con pesar que la chocolatina se había derretido sobre los tampones, cubriéndolos con un desagradable y equivoco color marrón con el que no me pareció adecuado continuar la experiencia. Después de cada prueba iba desechando los tampones que usaba y cogía otro, así podrían decir de mi que era un guarro, pero no que careciera de higiene.
Solo me quedaban un par en condiciones aceptables. Tenía que ser muy cuidadoso con quién los utilizaba. Mientras me decidía, me giré para comprobar qué tal les iba al grupo de amigos con el toldo, pero estaba desierto, sin embargo, delante de él, tumbada de cubito prono, una chica mostraba a quien se interesara por ella, la interminable extensión de su espalda, que iba a morir en su delicioso trasero. Con el modus operandi habitual me acerqué a ella, pero esta vez no esperé a que se percatara de mi presencia, sino que directamente le espeté: - Perdona, ¿podrías decirme como se usa esto?
Lentamente, como un dinosaurio que se desperezara tras una pesada digestión, se recostó sobre su brazo derecho, míró el tampón que tenia en la mano, y me miró por encima de sus gafas, con la seguridad que da el saberse en la cima de la pirámide alimentaria. Con la media sonrisa que se dibujaba en su rostro a la velocidad con la que imprime una impresora de agujas una foto, parecía decir: He comido corderitos como tú desde que descubrí el DIU; pero debería estar empachada porque me despachó con un lacónico: Piérdete gilipollas, antes de recuperar su postura inicial.
Las cosas no iban muy bien y yo quería poder escribir en Twitter con letras mayúsculas: funciona. Solo me quedaba una última bala, y debía ser como la que acabó con Kennedy: infalible. Me puse mi rolex de imitación, las gafas de sol que me daban un toque rebelde, me embadurné de coco para oler bien (que aunque me consta que el coco no está muy aceptado entre la población femenina, a la que le gusta, se desmadra con él), y elegí a la chica más fea de entre todas las que se encontraban a mi alrededor.
Morena, con el pelo recogido en una trenza espigada que serpenteaba su espalda y otros rasgos que no describiré para no hacer sangre; se encontraba con una amiga, pero esperé a que esta fuera a darse un chapuzón para atacar a mi presa. Me acerqué lentamente, dejando que se percatara de ello y se preparara para la conversación que tendría lugar a continuación. Cuando le enseñé el tampón se rió. No era una risa forzada ni sarcástica, era sincera y fresca como la brisa que le revolvía el pelo. Me respondió que ella no era mucho de usar tampones, así que no podía ayudarme. No me quedó más remedio que preguntarle si conocía el anuncio, lo cual me afirmó con aquella sonrisa que no se le borraba de la cara. Me confesó que nunca pensó que alguien pudiera entrarle de aquella manera, pero que le había hecho gracia. Estuvimos hablando un par de minutos de cosas intrascendentes hasta que por el rabillo del ojo vi que su amiga salía del agua.
La tuve que dejar. No quería romper la belleza del momento con un ¿follamos? y tampoco tenia pensado intentar llegar a algo más serio. Cuando me dejó mi ex me dije que jamás volvería a cometer el error de salir con una mujer.
Volví a mi toalla, donde permanecí hasta que el sol se hubo batido en retirada, meditando sobre la vida, el amor y lo feliz que hubiera sido en la Grecia clásica, en la que no llevaban pantalones para no tener que estar todo el tiempo subiéndoselos y bajándoselos. Luego llegaron los barbaros nuncafollistas y se cargaron el invento...
El estruendo de la música electrónica que expelían los locales de marcha del paseo me sacaron de mi ensimismamiento. La noche era apacible, el mar estaba en calma y la arena serena y solitaria me producía cosquillas en los pies. Era hora de volver a casa. Apreté con fuerza en mi puño el último tampón y lo lancé hacia el mar, no como mi particular grano de arena para la contaminación de sus aguas, sino como mensaje de aviso a aquellos hombres inexpertos que se dejan atraer por los cantos de sirena de las féminas. Quien lo encuentre, podrá leerlo, escrito en él con rotulador permanente.
Conclusiones: La primera y más importante: La casa de Bernarda Alba es un coñazo. Si Lorca hubiera tenido el valor de respetar la forma en que fue concebida, en la que todos los personajes femeninos eran transexuales en una España que no les entendía, hubiera sido más entretenida.
. No te tatúes una mariposa en la parte baja de la cadera si no quieres que piensen eso de ti.
. Como dice el tópico, la suerte de la fea la guapa lo desea, porque de haber sido otras las circunstancias, a la poco agraciada pero encantadora fea la hubiera llevado hasta las estrellas y la hubiera hecho estallar en mil fuegos artificiales que hubieran iluminado la noche con la fuerza de una supernova.
. Las señoras de Badajoz son muy simpáticas aunque haciendo tortillas dejan mucho que desear.
. Al final, a la hora de ligar con una chica, no importa que uses productos de higiene femenina, chistes, frases ingeniosas o gominolas, si ella es simpática y la pillas de buen humor, siempre tendrás una oportunidad. Esto vale para los feos pobres, claro está. Los demás, con enseñar músculo o un fajo de billetes tienen suficiente.
. Los tampones flotan.