Corría el triste invierno de 2009. Europa aún seguía intentando zafarse de las intrincadas redes de la crisis económica que los Estados Unidos y sus hipotecas subprime habían lanzado contra ella, causando graves perjuicios a su industria y sus exportaciones; y en los distintos paises de la Unión, jóvenes desesperanzados por el desempleo y la falta de un futuro estable en el que desarrollar su carrera, buscaban con denuedo por miles de portales web de búsqueda de empleo (y alguna porno verían pero solo para desestresarse y seguir buscando con más ánimo) una oferta que cubriera sus expectativas laborales.
En la próspera Holanda un atractivo ciudadano llamado Renart (omitimos su nombre real para evitar problemas legales) respondía melancólico a sus cientos de admiradoras. Cada día inundaban su buzón con mensajes de todo tipo. En unos, fervorosas valonas le declaraban su amor incondicional, en otros le pedían un hijo, otras simplemente se conformaban con que les dijera qué champú usaba para el pelo... (aunque su secreto estaba en el acondicionador) Lo que para muchos hubiera sido motivo de satisfacción, llenaba al bueno de Renart de una profunda tristeza, pues la admiración que le profesaban las chicas no era correspondida. No había entre las autoras de aquellas misivas digitales, ninguna que provocara un torrente de mariposas batiendo sus alas en su estomago, figura retórica que por otra parte causaba ciertas dudas sobre su sexualidad. Mas aquella lluviosa mañana de febrero las hadas de la fortuna tuvieron a bien iluminar su destino y en su habitual visita a la web de Monster, encontró el anuncio de una desconocida empresa de testeo de videojuegos, ubicada en Canadá.
Sin pensarlo un instante envió su solicitud y tras unas semanas de espera, con una sencilla prueba escrita de por medio, recibió la confirmación de que había sido elegido para el puesto de tester lingüístico holandés en el remoto pueblo de Sainte Adele.
Hizo las maletas con un nudo en la garganta pues desconocía el idioma de los francos, que era el que se hablaba en aquella región de Canadá y por ello no podría entablar conversación con las féminas del lugar, teniendo que postergar así durante lo que durara su contrato, la búsqueda de la mujer que llenara su corazón y convirtiera sus solitarias noches en un espacio de confidencias y risas.
Tras un tortuoso y desesperante viaje en el cual estuvo a punto de despeinarse dos veces, hubo de utilizar sus encantos para que la agente de aduanas le dejara pasar y no le retuviera en las oficinas de inmigración más tiempo del necesario por culpa de un perro policía en sintonía con el aroma del cáñamo, en el que están impregnados todos los holandeses. Una vez más su mirada Stronjen con media sonrisa y guiño izquierdo le salvó de un apuro.
En su diario personal recogería sus primeras impresiones sobre el pueblo en el que había decidido vivir: un inmenso estercolero donde la alegría decide pasar de largo los meses de invierno, en los que más vale tener a mano un revolver con el que poner fin a tu vida antes que vivir enclaustrado en una nívea prisión sin muros. Claro que eso mismo escribía de todos los sitios que visitaba, incluido Disneylandia.
El cielo plomizo con el que le recibió su primer día de trabajo era una metáfora perfecta de sus ánimos en el momento en que cruzo las puertas de la empresa. La primera persona a la que conoció fue a la recepcionista, una nativa de nivel 7 en la escala Renart de sensualidad, que le invitó a pasar a una sala donde le esperaban el resto de sus nuevos compañeros para iniciar un pequeño cursillo donde aprender a desarrollar su trabajo de manera eficiente.
Allí conoció a gente muy dispar: un sueco muy alegre al que un par de cuervos solían acompañar a todas partes, un francés de Puerto Rico, una española bastante atractiva a la que incluiría en su lista de mujeres a conquistar, y aparte de alguno más, un español llamado Moriarty, un tipo siniestro de sonrisa falsa, mentón prominente y manos de tahur, con cierta afición a mirar de soslayo los senos del último miembro de aquel heterogéneo grupo, una alemana rubia y pizpireta cuyo nombre rememoraba la gloria del viejo imperio germano: Federica. Un nombre un poco rudo pero la chica tenía un buen cuerpo y Renart no pudo evitar caer en sus sensuales redes.
Por suerte para él, era el soltero más dotado en decenas de kilómetros a la redonda y solo dos días después, ya estaban rozandose disimuladamente por las pasillos de la empresa, domeñando su pasión en los baños y borrando sus perfiles en Badoo, pues no necesitaban buscar más a su pareja ideal: la habían encontrado.
Y ocurrió que Cupido agitó sus alas y dejó sin proyectos a la empresa. Mientras Moriarty alcanzaba la gloria derrotando a las huestes de Shredder en la aventura de acción para Nintendo DS "TMNT Arcade Attack", Renart y Federica se veían libres de trabajo y pasaban las horas abrazados o cogidos de la mano, dedicándose arrumacos en los bancos frente a las oficinas. Sin embargo allí podían ser vistos con facilidad, por lo que, con cierta picardía, Renart sugirió a su amada guarecerse de miradas ajenas en la sala de juegos, dispuesta para el ocio y el relajo de los trabajadores. La habitación estaba perennemente dominada por las penumbras y no solo eso, disponía de dos cómodos sofás donde poder dedicarse al desenfreno amoroso sin temor a sufrir de cervicales o problemas de espalda.
Aunque debería haber algún quebecois perdiendo el tiempo jugando al hockey, la sala se encontraba vacía. Los cantos de sirena que entonaba el mullido tresillo que dominaba la estancia eran demasiado sugerentes como para resistirse a ellos y pronto se hallaron semirecostados en él, en una orgía de besos y caricias, inadecuada para ser emitida por el canal Playboy. La intensidad de su pasión fue en aumento, hasta hacerles olvidar de donde se encontraban. Federica se sentó a horcajadas sobre él y comenzó a devorar sus labios mientras las manos de Renart se introducían bajo su ancha blusa, cartografiando cada centímetro de su piel, encendiéndola hasta el punto de perder la cordura y empezar a desabrocharle el abultado pantalón, lo cual hubiera conseguido de no ser porque en ese momento apareció el malvado jefe de planificación y les pilló con las manos en la masa, arruinando una tórrida relación y el video amateur que estaba grabando en secreto el bedel y con el cual pensaba asegurar su jubilación.
Días más tarde la exhibicionista pareja regreso a Europa, porque así lo habían decidido, aunque siempre quedó la sospecha de un despido improcedente por la exuberancia de su cariño. Con todo, lo peor fue la retirada de los sofás de la sala de juegos, con lo que nadie pudo volver a dormir a pierna suelta allí. Aunque esa, es otra historia.
¿Los sofases? Cuanta crueldad hay en el mundo, pardiez...
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