Habréis notado queridos lectores, que para el blog el tiempo se paró en un post de relleno sobre El bueno, el feo y el malo, hace bastantes días. No me secuestraron los chinos del restaurante de mi barrio, ni se me estropeo el ordenador, simplemente me fui de vacaciones. El destino, el país de las ratas cocineras: Francia.
Nada más pisar suelo francés se responde a una de las preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿Donde están los arboles de España? La dura realidad es que se los quedaron todos los gabachos. La densidad arborícola es tal, que más de una vez pensé que paseaba por la luna de Endor en lugar de los alrededores de Beziers (un peludo campesino rastrillo en mano que hablaba un idioma ininteligible ayudo a sumergirme en aquella fantasía)
Pastos y más pastos se extienden en los márgenes de las autovías que recorren la espina dorsal del país hasta llegar a su capital. Esa gente, jamás pasará hambre. Entendí también por que hace años nos tiraban los tomates, para hacernos un favor y ahorrarnos el camino de ida al mercado con los consiguientes gastos, porque ellos ya tienen hortalizas de sobra. Y es que los franceses son gente muy amable.
Llevaba yo la idea preconcebida del gabacho chovinista, engreído, antipático y asocial con los pobres infelices que no comparten la lengua de Robespierre, pero los indígenas con los que tuve ocasión de entablar conversación se mostraron muy amables; bueno una rubia se rió de mi, pero como todo el mundo lo hace, francés o no, no me sorprendió demasiado.
Necesitamos de toda la suerte del mundo y de la ayuda de un mapa, para llegar a nuestro destino, puesto que quien me lleva como copiloto solo puede sufrir un destino: la perdida.
El motivo principal de ir a París, era pasar unos días en Eurodisney, el lugar de veraneo del ratón Mickey y adonde todos los catalanes se dirigen en cuanto cogen las vacaciones. Tantos había, que por un momento pensé que aparecería un muñeco de Jordi Puyol cantando Els Segadors, en una carroza de las cabalgatas que recorren el parque. Lo que por otra parte, hubiera sido un buen entretenimiento.
Sin embargo, la primera impresión que tienes nada más entrar al recinto, es de que te encuentras en el parque temático de Shaft, por el descomunal número de trabajadores de color negro empleados en el lugar. Desconozco si están allí por ventajas a la hora de la contratación de personal, porque desgravan o porque hay pocos franceses que quieran trabajar, pero la imagen de negros sirviendo a blancos, hizo que me preguntara si estamos tan lejos de los tiempos de la esclavitud. Habría que ver lo que cobran.
Superado ese momento de duda, me sumergí en el parque. Tengo la cabeza tan grande, que posee su propio eje gravitatorio, por lo que no puedo disfrutar de atracciones que la muevan demasiado, por riesgo a marearme peligrosamente, así que a las montañas rusas ni me acerqué, ni siquiera a un par de rusas que hacían cola en la Space Mountain. Porque otra cosa no, pero mujeres había...
Muchos dirán que la Mary Poppins del Walt Disney Studios es la mujer más bella de la tierra, no seré yo el que diga lo contrario, pues aunque Yasmine no se queda corta, es incapaz de reflejar el candor, la inocencia y la insultante belleza que refleja el rostro de la babysitter inglesa. De más está decir que quedé encandilado por los movimientos de su blanco vestido, cuando se bajó de su carroza y comenzó a bailar a pocos metros de mí.
El tema de las cabalgatas, merece un tema aparte. Nada más llegar, nos encontramos con una, en la que los protagonistas eran los piratas de Peter Pan, Buzz Lightyear y varios secundarios ilustres más; que es como ir a ver jugar al Real Madrid y encontrarte con Portillo. Por fortuna, el desfile nocturno me hizo olvidar al tejón de Robin Hood, con un impresionante espectáculo de luz y música, que hizo honor a los reportajes publicitarios. Luego fuimos a ver un espectáculo de especialistas.
En un episodio de los, últimamente, omnipresentes Simpsons, la familia iba a contemplar un espectáculo aéreo, que Homer prefería ver en la Jumbovision que tenia a su lado, pese a que los aviones pasaban sobre su cabeza. Bien, lo que en un principio puede parecer un flojo gag, se tornó en una descripción aplastante del gusto del ser humano por lo ficticio. Pues, al igual que Homer, yo también me vi contemplando las piruetas de unos especialistas motorizados, en una gigantesca pantalla, en lugar de echar un vistazo un par de metros más abajo, donde se daban cita coches realizando saltos imposibles, disparos de fogueo, llamaradas de fuego, incluso Herby. Un verdadero show como solo saben hacer en América.
El resto de las atracciones, las hice todas. La divertidisima galería de tiro de Buzz Lightyear, los mareantes coches de cars, el castillo de Piratas del Caribe... y Phantom Manor, donde el terror victoriano recubre cada rincón de sus paredes. Una vez salí de allí, llegué a la conclusión de que si a un victoriano lo llevaras a ver Viernes 13, se moriría en la butaca del susto. Unas niñas pequeñas con candelabros jamás darán miedo, a no ser que de pronto te digan: ¡¡¡Papa!!!
Ya podrían haber construido Disneylandia en Barbate. Las colas habrían sido mas largas de lo que fueron en París, el servicio hubiera estado en manos del marroquí de turno, las chicas, escogidas en función de sus capacidades amatorias, pero eso si, el tiempo hubiera sido esplendido.
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