¿Quién no ha escuchado la canción de Roberto Carlos cuyo título da nombre a este post? Roberto Carlos el cantante melódico brasileño, no el exlateral izquierdo del Real Madrid de Capello. Quizá este sí que llegara al mencionado número de amistades, pero al resto de mortales sin tanto dinero ni gracia natural, se nos queda lejos. Y aun así hay quien presume de tener amigos hasta en el infierno, que es donde se deben de tener pues tarde o temprano todos terminamos paseando por sus rincones llameantes apestando a azufre. Yo siempre lo pongo en duda. Al fin y al cabo, ¿a quién se puede considerar un verdadero amigo?
Los antiguos griegos responderían enseguida, con una sonrisa autosuficiente, que aquel al que te has follado y continúas viendo en ocasiones cotidianas como matar a un Minotauro o salvar a una princesa griega del cautiverio. Hoy día la definición ha cambiado algo.
Amistad es un concepto con el que se frivolizaba mucho antes de aparecer la red de Zuckerberg, definidor actual de la realidad para una gran parte de la población, pero con esta alcanzo las más altas cotas de la vacuidad. En la era de Facebook ser amigo es como tener un tío en Cuenca, solo se van a acordar de ti para pedirte dinero o cualquier otro favor que te costará dinero.
El problema, creo yo, es semántico. Tener un amigo requiere invertir una cierta cantidad de tu tiempo para mantener la relación a lo largo de los años. Raras son las amistades que comprenden que no eres el centro de su mundo y que tienes otras cosas que hacer. La mayoría de la gente, en cuanto dejas de hablarles un par de lustros ya piensan que te has olvidado de ellos. Y seguramente sea así, pero hay casos y casos. Es por esto que nadie puede aspirar a tener muchos amigos, ya que atenderlos necesitaría de más tiempo del que se dispone, muchísimo más. Además de que a un amigo se le confiesan las acciones más íntimas, como cuando te enrollaste con el Tuercas en el asiento trasero de su coche pensando que se trataba del Rulas. No puedes ir por ahí soltando tus secretos al primero con el que crees congeniar. Eso no es sano. Y, sin embargo, la gente está empeñada en llamar amigo a todo quisque por el simple hecho de conocer de esa persona algo más que su nombre y que le huele el aliento.
Creo que es hora de incluir nuevos vocablos, más precisos, en nuestro léxico, para definir a esa gente con la que nos relacionamos fuera del trabajo o en él, a los que vemos en eventos deportivos y demás. Así, estaría el clásico "Follamigo" con el que apagar las llamas de la pasión urgente, el "Fifamigo" con el que jugar a la consola de vez en cuando, el "Foodiamigo" con el que salir a comer en el descanso del trabajo o los fines de semana por el barrio de Malasaña armados con cámaras Reflex con las que guardar la instantánea para el recuerdo de tu Instagram, el "Chistemigo", miembro de alguna minoría oprimida que te sirva de coartada para hacer comentarios ofensivos, el "Runnermigo", con el que quemar el asfalto de los parques urbanos mientras os preparáis para la media maratón de Socuellamos, y tantos y tantos más.
Amigo es otra cosa y se cuentan con los dedos de las manos. Además, por estadística, si tu número de amistades tendiera al infinito, alguno de ellos terminaría siendo votante de Vox o vegano. ¿Quién quiere algo así en su vida?
Los antiguos griegos responderían enseguida, con una sonrisa autosuficiente, que aquel al que te has follado y continúas viendo en ocasiones cotidianas como matar a un Minotauro o salvar a una princesa griega del cautiverio. Hoy día la definición ha cambiado algo.
Amistad es un concepto con el que se frivolizaba mucho antes de aparecer la red de Zuckerberg, definidor actual de la realidad para una gran parte de la población, pero con esta alcanzo las más altas cotas de la vacuidad. En la era de Facebook ser amigo es como tener un tío en Cuenca, solo se van a acordar de ti para pedirte dinero o cualquier otro favor que te costará dinero.
El problema, creo yo, es semántico. Tener un amigo requiere invertir una cierta cantidad de tu tiempo para mantener la relación a lo largo de los años. Raras son las amistades que comprenden que no eres el centro de su mundo y que tienes otras cosas que hacer. La mayoría de la gente, en cuanto dejas de hablarles un par de lustros ya piensan que te has olvidado de ellos. Y seguramente sea así, pero hay casos y casos. Es por esto que nadie puede aspirar a tener muchos amigos, ya que atenderlos necesitaría de más tiempo del que se dispone, muchísimo más. Además de que a un amigo se le confiesan las acciones más íntimas, como cuando te enrollaste con el Tuercas en el asiento trasero de su coche pensando que se trataba del Rulas. No puedes ir por ahí soltando tus secretos al primero con el que crees congeniar. Eso no es sano. Y, sin embargo, la gente está empeñada en llamar amigo a todo quisque por el simple hecho de conocer de esa persona algo más que su nombre y que le huele el aliento.
Creo que es hora de incluir nuevos vocablos, más precisos, en nuestro léxico, para definir a esa gente con la que nos relacionamos fuera del trabajo o en él, a los que vemos en eventos deportivos y demás. Así, estaría el clásico "Follamigo" con el que apagar las llamas de la pasión urgente, el "Fifamigo" con el que jugar a la consola de vez en cuando, el "Foodiamigo" con el que salir a comer en el descanso del trabajo o los fines de semana por el barrio de Malasaña armados con cámaras Reflex con las que guardar la instantánea para el recuerdo de tu Instagram, el "Chistemigo", miembro de alguna minoría oprimida que te sirva de coartada para hacer comentarios ofensivos, el "Runnermigo", con el que quemar el asfalto de los parques urbanos mientras os preparáis para la media maratón de Socuellamos, y tantos y tantos más.
Amigo es otra cosa y se cuentan con los dedos de las manos. Además, por estadística, si tu número de amistades tendiera al infinito, alguno de ellos terminaría siendo votante de Vox o vegano. ¿Quién quiere algo así en su vida?