Y fin...

La primera vez que llegó a mis oídos la existencia de la serie, fue allá por 2005 de boca de Gloria, una amiga fabricada a golpe de teclado en innumerables noches de chat, y que aquella tarde de sábado me hablaba de un avión que se estrellaba en una isla en la que los supervivientes tenían que ingeniárselas parar llegar vivos a un rescate que, ahora lo sé, nunca llegaría.

De primeras pensé que hacía mención a una serie emitida a finales del siglo pasado en la que los pasajeros de un avión se estrellaban en el amazonas y los supervivientes, que no esperaban rescate alguno, debían apañarselas lo mejor posible para no ser devorados por la tribu local. Si os digo que la serie se llamaba "Perdidos en el amazonas", no os extrañará mi confusión inicial.

Claro que luego me habló de osos polares, misteriosos monstruos que repartían muerte a diestro y siniestro, y fui consciente de mi error. Al día siguiente emitían el segundo capítulo y decidí darle una oportunidad. Lost me enganchó hasta el pasado martes.

Durante las semanas siguientes comentaba los episodios con Gloria mientras intercambiábamos teorías (seguro que están todos muertos) y deseábamos que no fuera verdad que los guionistas pensaban desarrollar la historia durante 5 o 6 temporadas más.

A mitad de la primera, Gloria se desvaneció entre una bruma de unos y ceros, y nunca he vuelto a saber de ella. Espero que disfrutara de la Finale de la última temporada. No la llegué a conocer lo suficiente como para saber si le habrá gustado la hora y media larga de pasteleo que nos ofrecieron, pero si estoy seguro de que, como yo, habrá echado la vista atrás, hasta aquel primer episodio, y se habrá sorprendido de todo lo que han cambiado nuestras vidas.

No creo que el último capítulo haya sido el gran fracaso; lo ha sido la temporada completa. Lost era una serie de personajes con la isla como marco incomparable e irrepetible. Al fin y al cabo, la historia de amor contra todos de Desmond y Penny podría haber sido desarrollada en otro escenario, el top five de Charlie y su relación con Claire, también; por nombrar dos de los episodios más memorables de la historia. Sin embargo los creadores parece que se olvidaron de que la isla era otro personaje más. Si no, ¿por qué no ambientar la serie en la guerra de Vietnam, con un Desmond atrapado en un campo de concentración del Vietcong y Charlie como recluta novato que sabe que tarde o temprano morirá en una de las salidas por la jungla?

Parece que los guionistas crearon toda una mitología alrededor de la isla con el único fin de enganchar más adeptos tras cada emisión. Al final de la quinta temporada se vieron en la encrucijada a la que nunca quisieron llegar, la de solucionar, no ya los misterios, sino el sentido de la historia.

Y así, ante la inexplicable necesidad de darle un final que sorprendiera a todos, pergeñaron 18 capítulos en los que los personajes se desdibujaron y fueron sacrificados en el altar de la continuidad narrativa. Se movían como marionetas de un lado a otro de la isla por motivos vagos e inexplicables, cuyo único fin era hacer tiempo y que la realidad del purgatorio pudiera desarrollarse hasta eclosionar en la patética, ecuménica y lacrimógena escena de la iglesia, en la que  resulta que están todos muertos desde no se sabe cuantos años después de los acontecimientos de la isla. Un final que podría aplicarse a TODAS las historias que se han escrito, se escriben y se escribirán en el futuro, incluso Raices, con la de perrerias que le hacían a Kunta Kinte. Al fin y al cabo en el cielo todo el mundo es feliz, excepto los masoquistas y Salman Rushdie.

Pero al final, nada de eso importa. A lo largo de estos años, las aventuras de los supervivientes del Oceanic 815 me acompañaron en mi devenir diario. Mientras que en mi vida se daban giros más inesperados que en la ficción, unas veces me sentía como Jack, otras como Hurley e incluso, durante algunos maravillosos meses, como Desmond, para al final terminar como Locke (el verdadero) Toda una serie de cambios que comenzaron frente a la pantalla en Málaga y terminaron a miles de kilómetros de allí, siendo otra persona distinta, en la lejana Canadá.

PD: Que no me digan que Lost era una serie sobre la redención, que para eso ya estaba Autopista hacia el cielo, y bastante ha llovido desde aquello.


Lo único que se puede salvar de la sexta temporada.
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El león de Sainte Adele

Este que veis aquí es Raúl, un gato vecino que cada tarde, aprovechando la tregua que el sol nos concede cuando se esconde tras el no muy lejano monte de Sainte Adele, nos hace su particular visita en busca de caricias y atenciones. La sorpresa hoy ha sido mayúscula al encontrarnos con que habían cometido un atentado estilístico contra su persona o animalería, como prefiráis. Por lo que se ve, es algo típico cortar el pelo a los felinos y dejarles con semejantes pintas. Ignoro si se trata de una práctica extensamente conocida o si es algo que únicamente se da en este pequeño rincón. De lo que estoy seguro es de que aquí es normal. La visión del mítico León de Saint Sauver así lo corrobora. Por desgracia no existe documento gráfico de aquel encuentro entre servidor y la bestia.

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Poutine Roboto

La Poutine es un plato típico quebecois inventado a principios del siglo XX por alguien a quien le sobraban patatas y queso. ¿Cómo es que ese alguien tenía excedente de queso en este país donde por una cuña de Gouda te clavan una idem de 15 dólares? Ahí es cuando entra de lleno la leyenda. Cuando llegué todo el mundo denostaba dicho manjar por la pringosa y en ocasiones (según donde vayas) repugnante presentación del plato, por lo que me resistí a probarlo hasta bien entrada mi estancia aquí. Y no podía haberlo hecho en mejor sitio, pues en este pueblo se encuentra el tercer mejor restaurante de todo Quebec si de comer poutine se trata. Hay tantas variedades de poutine como restaurantes de comida existen, así que harto de dejarme medio sueldo en el Mon Oncle, decidí probar yo mismo suerte. Y de varias horas de experimentación en la cocina de casa, ha surgido mi propia receta.

Ingredientes:
. Patatas fritas (a gusto del consumidor)
. Queso de cualquier tipo aunque recomiendo Cheddar o Gouda (a gusto del consumidor)
. Bacon (a gusto del consumidor)
. Salsa de Poutine (o en su defecto salsa de carne)

Elaboración:
. Se frie el bacon y se aparta en un plato donde se recubre con un poco de queso.
. Se frien las patatas y cuando esten casi listas se añade el queso para que se funda rápidamente.
. Se vierten las patatas sobre el bacon recubierto de queso.
. Se riega con un chorreón de salsa de poutine las patatas mezcladas con el queso sobre el bacon recubierto de queso.
. Se mezcla todo y voilá Poutine Roboto al instante.

Como veis, que nadie espere adelgazar con esta receta. Lo bueno es que es tan sencilla que hasta un mono podría hacerla. De hecho fue mi chimpacé Aurelius el que la cocinó por primera vez.
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Día en el museo

Me gustaría poder decir que la nochevieja de 2009 fue un evento mágico que recordaré toda mi vida, pero no fue así. Tras la explosión de júbilo inicial, cuando la bola luminosa descendió marcando el inicio de otro año más, la vida en la ciudad continuó caótica y ajetreada como siempre, carente de ese espíritu festivo que se ha ido diluyendo en España con el paso de los años y que aquí en Norteamérica, simplemente no existe.

Para mi fue una noche más en Nueva York, si es que eso es posible. Al fin y al cabo lo que hace especial un momento, son las personas con las que lo compartes; y pese a estar rodeados de buenos amigos, me faltaba algo.

Así que aquella primera mañana de 2010, en la habitación del hotel decidí varias cosas: decidí alejarme de las complicaciones que se producen cuando se viaja en grupo, decidí comenzar el año haciendo algo que siempre quise hacer desde que surgió la idea de realizar aquel viaje: decidí visitar el Museo de Historia Natural; y mientras abrian sus puertas, decidí dejarme llevar por la melancolía del momento y vagar sin rumbo por las calles de Manhattan durante el que sería mi último día en la gran manzana, sin más compañía que mi mochila y mi cámara de fotos.


Si en Europa todos los caminos llevan a Roma, en NY van a parar a Central Park. Pese a las intempestivas horas de la mañana y ser un día festivo, me crucé con bastantes transeuntes que paseaban tranquilamente, se preparaban para la maratón o disfrutaban de unos minutos de juego con sus perros.

Impresionante debería ser un adjetivo inseparable de la ciudad, lo que queda especialmente patente a los pies del inmenso edificio que alberga las estancias del Museo con sus setos en forma de dinosaurio, una estatua del Roosevelt bueno y una declaración de intenciones sobre el pórtico: Knowledge.

Una de las razones por las que quería ir allí en lugar de perder las horas en Greenwich village o el Soho, fue para poder decir "Yo estuve ahi" cada vez que viera "Noche en el museo" (soy fan de Ben Stiller) Pero tras pasar dentro más de 8 horas ininterrumpidas, sin exagerar un ápice, puedo decir que no se parece en nada al que aparece en la mencionada película. Eso si, el mohai de Pascua si que llegué a verlo así como a los restos oseos de un enorme T-Rex, que no decora el hall por cierto.

En el museo se pueden encontrar distintas areas iluminadas con una luz tenue que invita a la reflexión y la relajación, dedicadas a la botánica, la geología, con una gran colección de gemas y piedras preciosas, la biología, con animales disecados recreando su habitat natural, el clima, la paleontología con los huesos de toda clase de pequeños y grandes dinosaurios y mamíferos, la oceanografía, con una réplica a escala real de una ballena azul colgando del techo del pabellón, la antropología, con dioramas representando costumbres de otras culturas, vestuarios y herramientas de todo tipo, la historia y la astronomía. Casi todas las areas del saber humano están representadas.

Pese a lo prolongado de mi visita, el tiempo pasó volando y me quedé sin poder ver un par de salas aparte de las exposiciones especiales a las que se accedia pagando un plus al precio de la entrada normal, que tampoco te daba acceso al planetario. No es un sitio que se pueda ver en un día, especialmente si tienes interés en leer todos los textos que acompañan a las piezas, escuchar las videoguías o hacer fotos (algo permitido, aunque es dificil conseguir una buena toma debido a la mencionada iluminación)

Con todo, lo que más me sorprendió en un primer momento fue la gente que se daba cita allí. Si la riqueza de una nación se midiera por la cantidad de visitantes del museo, España sería la primera potencia económica mundial. El número de españoles era abrumador, hasta el punto de que cada cinco pasos que daba escuchaba una voz en la lengua de Cervantes que llamaba al orden a sus hijos, pedía que le hicieran una foto junto a las fauces de un Carcharodon Megalodon o contaba un chiste a su pareja. Lo cual me llevó a preguntarme cómo era posible que en medio de la crisis tanta gente pudiera permitirse el lujo de pasar Año nuevo en Nueva York.

Asi como en el MOMA la entrada es libre todos los viernes de 4 a 8 de la tarde, creo que en el Museo de Historia Natural tambien lo es. Pues antes de marcharme vi como se agolpaban centenares de personas en las taquillas.

Y así cumplí uno de mis pequeños sueños. Si me tengo que quedar con algo sería con dos cosas: la posibilidad de tocar con mis propias manos todo un meteorito gigante de hierro que surcó las profundidades del espacio Dios sabe por cuánto tiempo, y una sección de una secuoya gigante que me impactó tanto que me quedé mirándola durante varios minutos. Jamás pensé que un árbol pudiera llamar tanto mi atención.

Y volví de nuevo, y por siempre, a Central Park, con sus bailarines de break dance, sus puestos de perritos calientes y las parejas que bordeaban el lago acarameladas mientras yo trataba de captarlo todo con mi retina, para cuando la oscuridad me invada y tenga que echar mano de los recuerdos.


Acojona tronco, acojona.
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