Un año atrás me encontraba en la sima más profunda a la que puede descender un hombre. Decidí dejar una parte de mi allí y continuar el camino. Y allí estaba, como una prolongada metáfora de mi existencia, se extendía ante nosotros una larga carretera en linea recta rodeada por árboles que nos llevaría a nuestra primera parada oficial: Burlington, en el condado de Vermont.
Burlington es un pueblo no muy grande, cuya cercanía al país vecino y la existencia de un aeropuerto internacional hacen que sea ampliamente conocido por los canadienses en general y por los europeos de mi empresa en particular, pues los vuelos desde allí son más baratos que si se sale directamente desde Montreal.
El plan era hacer todo el camino a Nueva York en coche, pero en el aeropuerto pensabamos alquilar dos y dejar en el parking del mismo los nuestros a buen recaudo. Ya que estabamos decidimos paramos a comer en un local cercano y no pude resistir la tentación de probar mi primera hamburguesa americana.
Si hay algún norteamericano en la sala espero que no se escandalice, pero tras degustar una Baconator en un Wendy´s cercano (no solo de Mcdonalds vive el americano) he de decir que las de Canadá, si no mejores, si que son ligeramente más grandes.
Una hora después arrancamos motores y cogimos de nuevo la carretera. Cape Cod nos esperaba.
A medida que pasaban las horas fui consciente de las inmensas planicies que asolan el país, y eso que recorriamos la costa Este que se supone está más habitada. Entra vértigo el pensar cómo serán los páramos del medio-oeste... Ante tanta extensión de terreno, uno se imagina las carretas de los pioneros compitiendo por ser el primero en apropiarse de prosperas tierras y a los Rústicos en dinerolandia, que no tiene nada que ver, pero que me hicieron gracia en su momento (y la rubia estaba buena) Está claro que si en Canadá no tienes coche, no eres nadie, pero en los USA eres menos que nadie, algo así como un político de IU.
Dos cosas a destacar de las carreteras americanas: no tienen muchas areas de servicio, sobre todo si lo comparamos con Francia (quien haya hecho Montpellier-Paris sabrá de que hablo) y en algunos tramos, se yerguen unas extrañas estructuras cuya función no supimos descifrar. Os dejo una foto para que teoriceis al respecto.
A Boston llegamos cuando ya anochecía. Su skyline iluminado es todo un tributo a Edison, creo que ni siquiera el de NY me impresionó tanto, puede que porque fuera medio dormido y la realidad se fundiera con mis sueños... Con un breve recorrido en coche finiquitamos la visita en espera de una próxima más pausada, pues se hacía tarde y nadie debe circular por las peligrosas carreteras americanas más allá de la medianoche.
Llegamos al hotel Ambassador de South Yarmouth a las 23:59, justo cuando The Creeper nos iba a poner las garras encima. ¿Qué decir del hotel? ¡Qué hotel! Hasta piscina interior tenía, aunque por desgracia cerrada a esas horas. Con todo lo mejor fue el desayuno del día siguiente surtido de donuts de todos los sabores y colores, tortitas, café y gofres cubiertos de caramelo hasta donde alcanzaba la vista. Eso sí, ni rastro del típico desayuno continental.
A bordo de nuestros coches, decidimos recorrer el pueblo en busca de un faro como el que decora las famosas patatas Cape Cod. Nuestra idea era patearnos el lugar pero aunque es pequeño en población, en extensión es enorme. Aún así pudimos ver con todo detalle como se alternaban los típicos edificios de pescadores de estilo británico, que bien podrían llevar allí desde los tiempos de Moby Dick, con las casas labriegas y tétricas salidas de una pesadilla de Tim Burton.
En verano debe ser una fiesta constante, pero a punto de finalizar el año, South Yarmouth es un pueblo triste, solitario y gris que evoca tiempos mejores, donde la gente se aisla en sus SUV y cruzarse con alguien en las estrechas aceras donde la nieve se aferra a la vida, es toda una quimera.
Por mucho que usamos el GPS, no logramos dar con ningún faro así que decidimos parar en una playa, que a mí me parecio familiar desde el primer momento en que hundí mis pies en la arena. Frente a mi, el mar, siempre el mar, que fuera el Océano Atlántico en lugar del Mediterraneo no evitó que por primera vez desde que dejé mi Málaga natal, una lágrima surcara mi rostro y la emoción se apoderara de mi, abduciéndome de la realidad por unos instantes en los que permanecí con la mirada perdida en el horizonte azulado batido por las olas mientras trataba de imaginar si al otro lado, a miles de kilómetros de allí, en una playa similar estaría ella...
Tras secarme las lágrimas con el dorso de la mano y las fotos de rigor, volvimos al hotel a por el equipaje. Nueva York nos esperaba a tan solo seis horas.
Esto es una broma privada que solo entendemos dos personas en el mundo, aún así, tiene gracia.
...creo que era Erika Eleniak (la de los rústicos digo), si que se la veia lozana, si...
ResponderEliminar¡Que bucólico periplo!
Tortlon.
Si que era Erika, la vigilante de la playa con las cejas más gruesas que sus pechos! La pobre casi siempre hacía de tonta...
ResponderEliminarUn abrazo!
...jajaja, claro que sí menudas CEJAS!!!es que nunca se me ocurrió mirar más abajo...ya sabes lo que dicen:"del color del entrecejo es el pelo del conejo"...pues menudo roedor enlutado debia tener!!!
ResponderEliminarPerdón por los exabruptos, es que es hablar de Erika y ya ves lo que pasa...
un abrazo y viva Rodolfo Langostino!!!
Jajaja perdonados quedan unos exabruptos que yo mismo diría de no encontrarme en un país donde están prohibidos :)
ResponderEliminarNo conocia ese dicho, me lo apunto para mis próximas reuniones sociales!!
Un abrazo!!