Este relato lo presenté a un concurso que organizaba "El País". Tarde unos 10 minutos en escribirlo, ni siquiera lo repase, ahora que lo vuelto a leer me doy cuenta que hasta tenia faltas de ortografía!!! si es que los tengo cuadrados...
Me estoy dando cuenta también que soy bastante predecible, siempre me aburro, siempre voy a la biblioteca, siempre pillo las películas interesantes una vez comenzadas, siempre tardo unos 10 minutos en escribir relatos... voy a tener que cambiar de vida. Ah, como deduciréis una vez terminado de leer el relato (el que lo haga) no llegue a finalista siquiera.
Todavía somnoliento subió al autobús y se sentó en el primer asiento libre que le pareció cómodo. No había mucha gente y casi todos estaban como él. La hora propiciaba que la única persona que estuviera totalmente despierta fuera el conductor, al menos eso esperaba él. Tras comprobar si le había dado bien el cambio, echó un rápido vistazo a su alrededor. Enseguida reconoció las mismas caras de siempre, pero una de ellas le llamó la atención. Frente a él, estaba sentada una chica, de no mas de 20 años, bonita a su manera, con gafas y el pelo recogido. Miraba lánguidamente a través de la ventana sin prestar atención a ninguno de los pasajeros que pasaban junto a ella. Algo le hizo pensar que aquella chica estaba pasando por un mal momento, puede que fuera la manera de agachar la cabeza y apretar los labios como si estuviera reprimiendo las lágrimas o el vacío que se intuía en sus ojos, que, como agujeros negros, atrapaban toda la luz que se acercaba a ellos.
Creyó que debía hacer algo por animarla, no podía soportar que la gente a su alrededor estuviera triste, aunque fuera una simple desconocida. Descartó la idea de decirle algo, una vez mas su timidez patológica le impedía hacer lo que quería. Debería pensar sobre ello mas tarde. Entonces se acordó de algo que leyó en alguna revista de alguna sala de espera, y se propuso llevarlo a la práctica.
Centró su mirada en ella, y cuando vio que había llamado su atención, le dedicó la mejor sonrisa de su repertorio. Jamás había sonreído de esa manera, incluso le pareció un poco forzado, pero cumplió su objetivo. La chica le devolvió la sonrisa y no solo eso, creyó distinguir un ligero brillo en sus ojos. Satisfecho por haber ayudado a alguien, aunque hubiera sido de una forma tan nimia, se dejó llevar por el suave traqueteo del autobús, no sin antes comprobar con cierto azoramiento cómo la chica mantenía su mirada fija en él.
El trayecto hacia la universidad no era muy largo, y pocos minutos después ya había llegado a su destino. Bajó del autobús y se dirigió a una cafetería cercana a su facultad, sin percatarse de que la chica lo seguía con la mirada desde su asiento. El día transcurrió sin ningún sobresalto para él.
A la mañana siguiente, volvió a coger el autobús. La misma línea, a la misma hora, como todos los días desde hacia un par de años. Al pasar junto al asiento donde el día anterior se había sentado la chica y verlo vacío, se acordó de ella. No le extrañó nada el hecho de que la hubiera olvidado nada mas bajar del autobús. No era el tipo de mujer que se te queda grabada a fuego en la mente y no puedes quitártela de la cabeza mas que con el atrevimiento de pedirle su teléfono. Aunque pensándolo bien, no le hubiera hecho ascos si ella se lo hubiera pedido.
El empujón de un anciano que tras él buscaba un asiento libre, le libro del recuerdo de la chica. No tardo en quedarse dormido contra uno de los ventanales? del autobús. Nada mas llegar se dirigió a la cafetería, tendría que empezar a hacerse el desayuno por las mañanas o se arruinaría en aquel sitio. No estaba muy concurrida, aun era temprano, pero las pocas personas que desayunaban estaban formando un gran jaleo. No dio ni dos pasos, cuando una chica empezó a hacerle señas con los brazos. Bueno supuso que era a él, puesto que nadie más había entrado. Se señalo con el dedo, queriendo confirmar que era él el receptor de tanta atención, el asentimiento de la chica activo su cerebro, que hasta entonces había estado más preocupado en no caer dormido al suelo, y sus piernas le llevaron hacia la mesa del fondo donde la chica le esperaba.
Cuando estaba a no más de 2 metros la reconoció, era la chica del autobús. ¿Que haría allí?. Jamás en sus 4 años en la universidad la había visto por los alrededores siquiera. En cualquier caso, no se lo pregunto directamente. Ni siquiera le dio tiempo de decir otra cosa aparte de: "hola, ¿que tal?". Las palabras empezaron a salir de la boca de María (así se había presentado) como si de un torrente imparable se tratara. Le dio las gracias por haberle sonreído el día anterior, jamás ningún chico había hecho algo parecido y eso le había llegado al corazón. Le comentó que estaba muy sola y que necesitaba alguien con quien hablar. Por lo visto se había mudado hace un año a la ciudad y no tenia amigos. Estudiaba por las mañanas y por la tarde tenia que trabajar. Le dijo varias cosas mas, entre las que apenas pudo entender "eres muy atractivo", "quedamos otro día".... Su mente estaba trabajando a toda máquina para hallar una excusa con la cual largarse a toda prisa y perder de vista a aquella psicópata.
La mañana siguiente tampoco se encontró a María en el autobús. Pero sí en la cafetería. Mas que asustado se sintió frustrado por tener que variar su rutina, si no quería encontrársela (tampoco estaba tan buena como para seguirle el rollo) debería llegar a otra hora o ni siquiera ir.
María le hizo las mismas señas. Él, por educación más que nada, fue a su mesa dispuesto a disculparse por haberse marchado de una forma tan brusca. A María no parecía haberle importado a juzgar por la sonrisa con la que le recibió. Como el día anterior, apenas le dejó abrir la boca. Empezó a hablar de sus quehaceres diarios y de como le había ido el día anterior, supo que su jefe era un aprovechado que no dudaba en intentar meterle mano cada vez que se encontraba cerca de él, conoció la debilidad de María por los dulces de crema... No tardó en abstraerse de la conversación y preguntarse que hacia allí sentado hablando con semejante petardo. Ni él mismo lo sabía. No había deseo por ella, ni curiosidad, ni pena. Estaba allí porque… bueno ella le había invitado a su mesa.
Le pilló desprevenido la propuesta que ella le hizo de ir al cine, absorto como estaba no supo reaccionar a tiempo y un tímido si surgió de sus labios. María se acercó a él, lo suficiente como para poder besarlo, pero rápidamente apartó la cara. Se disculpó con la misma excusa que el día anterior y corrió a su clase. No fue hasta una hora después cuando se dio cuenta de que no sabia ni el día ni la hora de la cita, ¿se lo habría comentado María mientras él no la escuchaba?
No le dio mas vueltas e intento concentrarse en sus quehaceres. El día siguiente fue un calco del anterior. La misma conversación banal y la misma retirada a tiempo. Aquello estaba empezando a aburrirle sobremanera, así que al día siguiente se presento en la cafetería una hora antes. La sorpresa que le causo encontrársela allí solo fue comparable al estado catatónico en el que paso el resto del día. Finalmente decidió cortar por lo sano, cogería otro autobús y no iría a la cafetería.
Durante un par de días le funciono la estratagema, no hubo ni rastro de María. El fin de semana llego y por fin la posibilidad de perderla de vista pareció tomar cuerpo. El lunes amaneció gris, frío y húmedo. No había nada que hiciera presagiar un buen día, pero sin embargo él estaba muy alegre. Si no veía a María ese día, se quitaría un gran problema de encima. Paso a varios metros de la cafetería, bien oculto tras unos coches aparcados, camino de la facultad. Al sentarse en el pupitre se dejó llevar por la tranquilidad que se respiraba en el aula. Y por primera en varios días la angustia no le atenazó.
Al mediodía el profesor dejó la tiza en la mesa dando por finalizadas las clases. Recogió sus cosas y salio del aula a toda velocidad para poder coger el autobús. Llegó con la lengua fuera pero a tiempo, rebuscaba en sus pantalones el dinero para el billete cuando súbitamente apareció María echa una furia. Le recriminó el que no acudiera a la cita el sábado pasado y que la estuviera evitando. Aguanto el chaparrón y las miradas inquisidoras de los presentes lo mejor que pudo hasta que le tocó el turno de subir. Las criticas contra el seguían saliendo de la boca de María, cuyas lágrimas anegaban sus ojos. Él no se atrevió siquiera a dirigirle la mirada. La situación le sobrepasaba. Se sentó profundamente avergonzado y esperó a que el autobús arrancara, cosa que no tardó mucho en hacer. En la parada María continuaba vociferando, llorando, gritando desconsolada…
No salió de casa en varias semanas. Cuando se decidió a hacerlo, volvió a la misma rutina de siempre, la misma línea de autobús, a la misma hora, luego ir a la cafetería.... No temía encontrarse con María, es más, lo deseaba con todas sus fuerzas. Tenia que quitarse la imagen de ella llorando en la parada. No la encontró en ninguna parte. Fueron pasando los días, hasta que una mañana, vio a una chica en la puerta de la cafetería. Algo le atrajo de ella, sus ojos.... En ellos se podía distinguir la misma sensación de vacío que en los de María. Al pasar a su lado, la mujer le agarro de un brazo y mientras le estudiaba detenidamente le entregó una carta. Su nombre estaba escrito en el reverso, la abrió y empezó a leer. Era una carta de despedida de María, incapaz de aguantar su rechazo se había quitado la vida. No consiguió leer nada más, la culpa y el remordimiento aplastaron su conciencia, dejándolo en estado de shock. Entonces miró a los ojos de la chica que le había entregado la carta, parecían la puerta de un abismo sin fondo, el vacío comenzó a rodearle hasta que todo dejo de importarle.
Me estoy dando cuenta también que soy bastante predecible, siempre me aburro, siempre voy a la biblioteca, siempre pillo las películas interesantes una vez comenzadas, siempre tardo unos 10 minutos en escribir relatos... voy a tener que cambiar de vida. Ah, como deduciréis una vez terminado de leer el relato (el que lo haga) no llegue a finalista siquiera.
Todavía somnoliento subió al autobús y se sentó en el primer asiento libre que le pareció cómodo. No había mucha gente y casi todos estaban como él. La hora propiciaba que la única persona que estuviera totalmente despierta fuera el conductor, al menos eso esperaba él. Tras comprobar si le había dado bien el cambio, echó un rápido vistazo a su alrededor. Enseguida reconoció las mismas caras de siempre, pero una de ellas le llamó la atención. Frente a él, estaba sentada una chica, de no mas de 20 años, bonita a su manera, con gafas y el pelo recogido. Miraba lánguidamente a través de la ventana sin prestar atención a ninguno de los pasajeros que pasaban junto a ella. Algo le hizo pensar que aquella chica estaba pasando por un mal momento, puede que fuera la manera de agachar la cabeza y apretar los labios como si estuviera reprimiendo las lágrimas o el vacío que se intuía en sus ojos, que, como agujeros negros, atrapaban toda la luz que se acercaba a ellos.
Creyó que debía hacer algo por animarla, no podía soportar que la gente a su alrededor estuviera triste, aunque fuera una simple desconocida. Descartó la idea de decirle algo, una vez mas su timidez patológica le impedía hacer lo que quería. Debería pensar sobre ello mas tarde. Entonces se acordó de algo que leyó en alguna revista de alguna sala de espera, y se propuso llevarlo a la práctica.
Centró su mirada en ella, y cuando vio que había llamado su atención, le dedicó la mejor sonrisa de su repertorio. Jamás había sonreído de esa manera, incluso le pareció un poco forzado, pero cumplió su objetivo. La chica le devolvió la sonrisa y no solo eso, creyó distinguir un ligero brillo en sus ojos. Satisfecho por haber ayudado a alguien, aunque hubiera sido de una forma tan nimia, se dejó llevar por el suave traqueteo del autobús, no sin antes comprobar con cierto azoramiento cómo la chica mantenía su mirada fija en él.
El trayecto hacia la universidad no era muy largo, y pocos minutos después ya había llegado a su destino. Bajó del autobús y se dirigió a una cafetería cercana a su facultad, sin percatarse de que la chica lo seguía con la mirada desde su asiento. El día transcurrió sin ningún sobresalto para él.
A la mañana siguiente, volvió a coger el autobús. La misma línea, a la misma hora, como todos los días desde hacia un par de años. Al pasar junto al asiento donde el día anterior se había sentado la chica y verlo vacío, se acordó de ella. No le extrañó nada el hecho de que la hubiera olvidado nada mas bajar del autobús. No era el tipo de mujer que se te queda grabada a fuego en la mente y no puedes quitártela de la cabeza mas que con el atrevimiento de pedirle su teléfono. Aunque pensándolo bien, no le hubiera hecho ascos si ella se lo hubiera pedido.
El empujón de un anciano que tras él buscaba un asiento libre, le libro del recuerdo de la chica. No tardo en quedarse dormido contra uno de los ventanales? del autobús. Nada mas llegar se dirigió a la cafetería, tendría que empezar a hacerse el desayuno por las mañanas o se arruinaría en aquel sitio. No estaba muy concurrida, aun era temprano, pero las pocas personas que desayunaban estaban formando un gran jaleo. No dio ni dos pasos, cuando una chica empezó a hacerle señas con los brazos. Bueno supuso que era a él, puesto que nadie más había entrado. Se señalo con el dedo, queriendo confirmar que era él el receptor de tanta atención, el asentimiento de la chica activo su cerebro, que hasta entonces había estado más preocupado en no caer dormido al suelo, y sus piernas le llevaron hacia la mesa del fondo donde la chica le esperaba.
Cuando estaba a no más de 2 metros la reconoció, era la chica del autobús. ¿Que haría allí?. Jamás en sus 4 años en la universidad la había visto por los alrededores siquiera. En cualquier caso, no se lo pregunto directamente. Ni siquiera le dio tiempo de decir otra cosa aparte de: "hola, ¿que tal?". Las palabras empezaron a salir de la boca de María (así se había presentado) como si de un torrente imparable se tratara. Le dio las gracias por haberle sonreído el día anterior, jamás ningún chico había hecho algo parecido y eso le había llegado al corazón. Le comentó que estaba muy sola y que necesitaba alguien con quien hablar. Por lo visto se había mudado hace un año a la ciudad y no tenia amigos. Estudiaba por las mañanas y por la tarde tenia que trabajar. Le dijo varias cosas mas, entre las que apenas pudo entender "eres muy atractivo", "quedamos otro día".... Su mente estaba trabajando a toda máquina para hallar una excusa con la cual largarse a toda prisa y perder de vista a aquella psicópata.
La mañana siguiente tampoco se encontró a María en el autobús. Pero sí en la cafetería. Mas que asustado se sintió frustrado por tener que variar su rutina, si no quería encontrársela (tampoco estaba tan buena como para seguirle el rollo) debería llegar a otra hora o ni siquiera ir.
María le hizo las mismas señas. Él, por educación más que nada, fue a su mesa dispuesto a disculparse por haberse marchado de una forma tan brusca. A María no parecía haberle importado a juzgar por la sonrisa con la que le recibió. Como el día anterior, apenas le dejó abrir la boca. Empezó a hablar de sus quehaceres diarios y de como le había ido el día anterior, supo que su jefe era un aprovechado que no dudaba en intentar meterle mano cada vez que se encontraba cerca de él, conoció la debilidad de María por los dulces de crema... No tardó en abstraerse de la conversación y preguntarse que hacia allí sentado hablando con semejante petardo. Ni él mismo lo sabía. No había deseo por ella, ni curiosidad, ni pena. Estaba allí porque… bueno ella le había invitado a su mesa.
Le pilló desprevenido la propuesta que ella le hizo de ir al cine, absorto como estaba no supo reaccionar a tiempo y un tímido si surgió de sus labios. María se acercó a él, lo suficiente como para poder besarlo, pero rápidamente apartó la cara. Se disculpó con la misma excusa que el día anterior y corrió a su clase. No fue hasta una hora después cuando se dio cuenta de que no sabia ni el día ni la hora de la cita, ¿se lo habría comentado María mientras él no la escuchaba?
No le dio mas vueltas e intento concentrarse en sus quehaceres. El día siguiente fue un calco del anterior. La misma conversación banal y la misma retirada a tiempo. Aquello estaba empezando a aburrirle sobremanera, así que al día siguiente se presento en la cafetería una hora antes. La sorpresa que le causo encontrársela allí solo fue comparable al estado catatónico en el que paso el resto del día. Finalmente decidió cortar por lo sano, cogería otro autobús y no iría a la cafetería.
Durante un par de días le funciono la estratagema, no hubo ni rastro de María. El fin de semana llego y por fin la posibilidad de perderla de vista pareció tomar cuerpo. El lunes amaneció gris, frío y húmedo. No había nada que hiciera presagiar un buen día, pero sin embargo él estaba muy alegre. Si no veía a María ese día, se quitaría un gran problema de encima. Paso a varios metros de la cafetería, bien oculto tras unos coches aparcados, camino de la facultad. Al sentarse en el pupitre se dejó llevar por la tranquilidad que se respiraba en el aula. Y por primera en varios días la angustia no le atenazó.
Al mediodía el profesor dejó la tiza en la mesa dando por finalizadas las clases. Recogió sus cosas y salio del aula a toda velocidad para poder coger el autobús. Llegó con la lengua fuera pero a tiempo, rebuscaba en sus pantalones el dinero para el billete cuando súbitamente apareció María echa una furia. Le recriminó el que no acudiera a la cita el sábado pasado y que la estuviera evitando. Aguanto el chaparrón y las miradas inquisidoras de los presentes lo mejor que pudo hasta que le tocó el turno de subir. Las criticas contra el seguían saliendo de la boca de María, cuyas lágrimas anegaban sus ojos. Él no se atrevió siquiera a dirigirle la mirada. La situación le sobrepasaba. Se sentó profundamente avergonzado y esperó a que el autobús arrancara, cosa que no tardó mucho en hacer. En la parada María continuaba vociferando, llorando, gritando desconsolada…
No salió de casa en varias semanas. Cuando se decidió a hacerlo, volvió a la misma rutina de siempre, la misma línea de autobús, a la misma hora, luego ir a la cafetería.... No temía encontrarse con María, es más, lo deseaba con todas sus fuerzas. Tenia que quitarse la imagen de ella llorando en la parada. No la encontró en ninguna parte. Fueron pasando los días, hasta que una mañana, vio a una chica en la puerta de la cafetería. Algo le atrajo de ella, sus ojos.... En ellos se podía distinguir la misma sensación de vacío que en los de María. Al pasar a su lado, la mujer le agarro de un brazo y mientras le estudiaba detenidamente le entregó una carta. Su nombre estaba escrito en el reverso, la abrió y empezó a leer. Era una carta de despedida de María, incapaz de aguantar su rechazo se había quitado la vida. No consiguió leer nada más, la culpa y el remordimiento aplastaron su conciencia, dejándolo en estado de shock. Entonces miró a los ojos de la chica que le había entregado la carta, parecían la puerta de un abismo sin fondo, el vacío comenzó a rodearle hasta que todo dejo de importarle.