Este post contiene spoilers de "Glass", la película de M. Night Shyamalan que concluye la inesperada trilogía superheroica que comenzó con "El protegido" y continuó con "Múltiple".
Al final de la mencionada cinta, los protagonistas secundarios difunden un vídeo por todos los canales de televisión además de por Internet, de los "superhéroes" en acción, desvelando así al mundo su existencia. Los viandantes se detienen, impactados, en mitad de la estación de tren y comentan con el de al lado las imágenes. Considero esos dos minutos de metraje los más impactantes que he podido ver en la pantalla grande en lo que llevamos de siglo, pues tuve conciencia plena de algo que tenía tan asumido que no me había detenido a valorarlo: el hecho de que ya nada que salga por una pantalla, sea vídeo, imagen o audio, sería creído por la ciudadanía. De cualquier texto mejor ni hablamos. La palabra escrita ni siquiera es digna de mención.
Los más viejos del lugar tal vez recuerden la campaña para televisión que se llevó a cabo para promocionar "Independence Day". La transmisión habitual de un canal cualquiera era interrumpida por un comunicado urgente proveniente del Pentágono. Las imágenes de unos señores uniformados frente a un atril con el logo de la conocida sede marcial llenaban las pantallas anunciando el contacto con varias naves extraterrestres. Eran fragmentos de la película, salpicados por el testimonio de una reportera local que informaba del acto desde los estudios centrales, lo cual le añadía una pátina de credibilidad que hizo, me consta, que muchos se creyeran aquella farsa, al menos durante un par de minutos. Era 1996 e Internet cosa de un puñado de frikis de la informática.
Hoy día, algo así sería impensable pues todo el mundo captaría el carácter publicitario de la acción, y tendría el mismo impacto que el anuncio de un enema de la Wehrmacht (si sabes por qué lo digo, deja un comentario para que nos regocijemos juntos por haber encontrado una mente gemela). Y esto se produce, no por una evolución intelectual de la sociedad, más crítica con lo que le entra por los ojos (de hecho ha sucedido más bien lo contrario), sino porque los medios han perdido toda credibilidad. No es culpa solo de ellos, por las causas que todos conocemos, sino, además, de toda la sociedad, que con herramientas de uso sencillo al alcance de todos, han podido alterar la realidad digital a su antojo, ya sea por diversión o interés propio.
Si ese fuera el único de nuestros problemas, la vida podría seguir su camino con normalidad. Al fin y al cabo, los medios de comunicación de masas apenas surgieron en una fracción de tiempo minúscula de lo que lleva el ser humano sobre dos patas. Siempre nos quedaría creer en lo que vemos en persona, delante de nuestras propias narices. Pero, hete aquí que me encuentro con el caso de espionaje a Podemos que ha estallado recientemente, de la forma en que se incendian las redes estos días: con poca pólvora. Aunque este no sea más que la punta de un iceberg inconmensurable de desmanes sin respuesta por parte de la ciudadanía, sirve como paradigma del zeitgeist occidental. Que un hecho tan grave no haya provocado un movimiento, el que fuera, tampoco hay que asaltar la Bastilla, contra los causantes de dichos actos, nos deja un panorama aterrador para el futuro y hace que me pregunte si tiene sentido la existencia de los medios de comunicación, en su sentido real, no como una máscara del aparato propagandístico de tal o cual partido, o del sistema en su conjunto, cuando se destapa algo de una magnitud que haría revolverse en la tumba a Nixon y tiene menor repercusión social que la Pantoja en Supervivientes. ¿Qué finalidad tiene el estar informado entonces? Conocer que tras la loma hay un barranco no sirve de nada si no cambias el rumbo del vehículo. ¿La gente está anestesiada, hastiada, resignada, atomizada, apollardada o todo a la vez? ¿Puede desarrollarse la democracia en un país en el que sus ciudadanos desprecian la verdad y los valores más básicos? Son preguntas retóricas cuyas respuestas evoca a Nerón leyendo su TL en Twitter mientras toda Roma arde ante la impotencia y el desconcierto de los plebeyos.
Por cierto, acabo de hacer las cuentas y hace 23 años que se estrenó Independence Day. El horror...
Al final de la mencionada cinta, los protagonistas secundarios difunden un vídeo por todos los canales de televisión además de por Internet, de los "superhéroes" en acción, desvelando así al mundo su existencia. Los viandantes se detienen, impactados, en mitad de la estación de tren y comentan con el de al lado las imágenes. Considero esos dos minutos de metraje los más impactantes que he podido ver en la pantalla grande en lo que llevamos de siglo, pues tuve conciencia plena de algo que tenía tan asumido que no me había detenido a valorarlo: el hecho de que ya nada que salga por una pantalla, sea vídeo, imagen o audio, sería creído por la ciudadanía. De cualquier texto mejor ni hablamos. La palabra escrita ni siquiera es digna de mención.
Los más viejos del lugar tal vez recuerden la campaña para televisión que se llevó a cabo para promocionar "Independence Day". La transmisión habitual de un canal cualquiera era interrumpida por un comunicado urgente proveniente del Pentágono. Las imágenes de unos señores uniformados frente a un atril con el logo de la conocida sede marcial llenaban las pantallas anunciando el contacto con varias naves extraterrestres. Eran fragmentos de la película, salpicados por el testimonio de una reportera local que informaba del acto desde los estudios centrales, lo cual le añadía una pátina de credibilidad que hizo, me consta, que muchos se creyeran aquella farsa, al menos durante un par de minutos. Era 1996 e Internet cosa de un puñado de frikis de la informática.
Hoy día, algo así sería impensable pues todo el mundo captaría el carácter publicitario de la acción, y tendría el mismo impacto que el anuncio de un enema de la Wehrmacht (si sabes por qué lo digo, deja un comentario para que nos regocijemos juntos por haber encontrado una mente gemela). Y esto se produce, no por una evolución intelectual de la sociedad, más crítica con lo que le entra por los ojos (de hecho ha sucedido más bien lo contrario), sino porque los medios han perdido toda credibilidad. No es culpa solo de ellos, por las causas que todos conocemos, sino, además, de toda la sociedad, que con herramientas de uso sencillo al alcance de todos, han podido alterar la realidad digital a su antojo, ya sea por diversión o interés propio.
Si ese fuera el único de nuestros problemas, la vida podría seguir su camino con normalidad. Al fin y al cabo, los medios de comunicación de masas apenas surgieron en una fracción de tiempo minúscula de lo que lleva el ser humano sobre dos patas. Siempre nos quedaría creer en lo que vemos en persona, delante de nuestras propias narices. Pero, hete aquí que me encuentro con el caso de espionaje a Podemos que ha estallado recientemente, de la forma en que se incendian las redes estos días: con poca pólvora. Aunque este no sea más que la punta de un iceberg inconmensurable de desmanes sin respuesta por parte de la ciudadanía, sirve como paradigma del zeitgeist occidental. Que un hecho tan grave no haya provocado un movimiento, el que fuera, tampoco hay que asaltar la Bastilla, contra los causantes de dichos actos, nos deja un panorama aterrador para el futuro y hace que me pregunte si tiene sentido la existencia de los medios de comunicación, en su sentido real, no como una máscara del aparato propagandístico de tal o cual partido, o del sistema en su conjunto, cuando se destapa algo de una magnitud que haría revolverse en la tumba a Nixon y tiene menor repercusión social que la Pantoja en Supervivientes. ¿Qué finalidad tiene el estar informado entonces? Conocer que tras la loma hay un barranco no sirve de nada si no cambias el rumbo del vehículo. ¿La gente está anestesiada, hastiada, resignada, atomizada, apollardada o todo a la vez? ¿Puede desarrollarse la democracia en un país en el que sus ciudadanos desprecian la verdad y los valores más básicos? Son preguntas retóricas cuyas respuestas evoca a Nerón leyendo su TL en Twitter mientras toda Roma arde ante la impotencia y el desconcierto de los plebeyos.
Por cierto, acabo de hacer las cuentas y hace 23 años que se estrenó Independence Day. El horror...