Cosas que hacer con un libro

Hoy en uno de mis habituales paseos he sido testigo de un acto atroz que ha insultado mi inteligencia y mi sensibilidad. Un señor de aspecto anodino se acercaba a los cubos de basura alineados junto a la calzada, miraba de un lado a otro para cerciorarse de que nadie era testigo de la infamia y con un gesto de desdén lanzaba una bolsa negra contra el costado del contenedor de residuos orgánicos (porque aunque seamos vagos, aquí se recicla o al menos se da esa sensación a los más civilizados nórdicos que conviven con los aborígenes)

Todo hubiera quedado ahí, con un misterio inquietante sobre el contenido de la bolsa: sábanas manchadas de pasión inmoral, recuerdos de una pareja insincera o incluso un cadáver en formato puzle, de no ser por un proverbial perro que surgido de la nada, de las faldas de Atenea, se abalanzó sobre ella desgarrándola con sus afilados colmillos y dejando al descubierto toda una colección de libros, en inglés, eso sí, en excelente estado de conservación.

Y se me cayó el alma a los pies.

Dicen que un mendigo puede oír el sonido del plástico rasgándose a centenares de kilómetros, y si bien puede que no sea la norma, el sintecho que apareció en el lugar, posible dueño del perro ahora que lo pienso, sí que debía poseer dicha facultad. De inmediato se puso a rebuscar entre la pila de best-sellers que arremolinaban a sus pies, entre los que pude ver alguno de Dan Brown, por lo que decidí no jugarme el tipo por rescatar algún ejemplar de su cruel destino.

Dejando de lado que es posible que más de uno opine que los libros de Dan Brown merecen compartir espacio con los restos de una tarta de queso cubierta por lonchas glaseadas de salchichón, me pareció muy triste que vivamos en una sociedad en la que siga habiendo gente que tire libros a la basura. Sean cuales sean.

Es cierto que el advenimiento de los dispositivos digitales, siempre de tinta electrónica, de lo contrario es delito y pecado, está dejando obsoletos los mamotretos literarios de centenares de hojas, que antaño ocuparon un lugar predominante en las estanterías de los hogares que quisieran denominarse "modernos y cultivados" pero que fueron sustituidos por figuras abstractas de los chinos o del Ikea. Sin embargo, la falta de espacio no es excusa para deshacerse de ellos.

Es por eso, y por reengancharme al club de las listas, del que otrora fuí prolífico miembro, que he decidido confeccionar una lista de cosas que hacer con esos libros de los que queremos deshacernos:

. Prestarlos: no te preocupes porque puedan devolvértelos más tarde, eso nunca ha pasado. Dicen que una vez alguien devolvió un libro prestado, pero el que desconozcamos su nombre me lleva a pensar que no es más que una leyenda urbana, como el liberalismo.

. Hacer un fuerte con ellos: ahora que están de moda las chaise longue y cualquiera le dice a su mujer que va a quitar los cojines para montarse un fuerte en el salón dentro del cual jugar a los clics o al strip poker, que hay señores casados muy adelantados, viene de perlas coger un buen puñado de libros y usarlos como material para crear infranqueables muros y un tejado inexpugnable. La torre del homenaje la puedes hacer con libros de Ken Follet y eso no te lo tira ni un turco con veinte bombardas.

. Donarlos a la biblioteca: y con suerte ganarte el aprecio de esa atractiva bibliotecaria que no deja de morder su bolígrafo cuando te acercas a renovar tu carné de socio, te mira por encima de las gafas, se relame, abre su blusa dejando al descubierto sus abultados pechos sobre la que resbala la saliva que chorrea del bolígrafo. Abre sus piernas y con su mirada te guía hacia su interior y... bueno, pues eso, que en la biblioteca siempre agradecen el poder aumentar su colección de forma gratuita. O igual disfrutan gastándose el dinero del contribuyente, que todo puede ser. Menudos son los bibliotecarios. ¡Qué despilfarradores!

. Usarlos como combustible para la chimenea: o como reserva calórica en caso de quedarnos sin gas natural y que se nos eche encima una tormenta invernal. Vale que igual es peor que tirarlos a la basura, pero al menos siendo quemados y dándonos unos minutos de preciado calor con el que evitar a la muerte pueden ser de más utilidad que tirados en un descampado al albur de las inclemencias meteorológicas.

. Servirnos de acompañantes: como ser solitario que soy y amante del café en la mesa junto a la ventana de un bar en el cual pensar en las medias de rejilla de la bibliotecaria, que con un gesto las rasga mientras gruñe y me muestra sus uñas rojo pasión, arroja las gafas bien lejos, deshace su coleta y... Vamos, que nada como un libro para hacernos compañía y hacer ver a los parroquianos que no somos unos tristes sin nadie que nos quiera, sino que estamos acompañados de un miembro del siglo de oro español, de la literatura beat americana o de Mortadelo y Filemón. Eso sí, para ir al cine no sirve. Es más, te mirarán incluso más raro que si fueras solo.

. Para masturbarse: hubo una vez en el canal Mazmorra, al cual hacía mucho que no nombraba por cierto, en el que un señor me dijo que se daba goce con un ejemplar de La Regenta. Me vacilara o no, el papel corta, así que muy agradable no podía ser. Esta opción la verdad es que no es práctica, pero la expongo para que veáis que hay gente muy perturbada por el mundo y que por comparación, yo soy Emilio Aragón (a menos que en un futuro se le descubra un pasado similar al de Bill Cosby, cosa por la que no pondría la mano en el fuego)

. Como peso en un globo: que la arena está muy cara y hay que ir a la playa a por ella. Qué pereza. Mejor echar en la bolsa algún libro de Lázaro Carreter, que son un peñazo.

. Como proyectiles en manifestaciones: el conocimiento libera y de qué mejor forma que lanzándolo contra los opresores de la libertad. Nadie te va a condenar por tirar el 18 de Brumario de Luís Bonaparte. En resumen, es como tirarle un sombrero a un burro: no sabrá qué hacer con él, pero de seguro que le vendría muy bien.

. Para calzar un mueble: casi una tradición en la piel de toro. Parecía que en franca decadencia con el avance de la técnica pero que resurgió con más fuerza que nunca tras el éxito de Ikea. Que yo no sé a vosotros pero todos los muebles que he tenido que montar me salían cojos. Ni una casa sin su Principito salvador (que en su edición de tapa dura es el mejor para calzar mesas de cierta envergadura. He estado a un tris de escribirlo separado, pero mira, debe de ser que estoy madurando.

En fin, así grosso modo estas son las que se me ocurren. Acabo de llegar a casa y bastante tengo con apartar de mi mente el culo de mi vecina, con la que me he cruzado en el rellano. Otras ideas serían usarlos como fichas de un parchís gigante con el que desafiar a tu suegra, como arma arrojadiza contra los comerciales de telefonía, ya que un librazo no duele pero alecciona; en caso de necesidad se puede echar al puchero y con suerte con el caldo resultante te metes un viaje que ni en un after de madrugada, los puedes vender por Ebay con falsos reclamos como: "Este ejemplar de 50 sombras de Grey es el libro que Hitler estaba leyendo antes de suicidarse" o "En la contraportada de este ejemplar de El Capital, Zapatero dibujó un pene". No sé, ahí entra vuestra imaginación y la capacidad para estafar de forma creativa. En cualquier caso, no tiréis los libros, que está muy feo.
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El último día del décimo aniversario

Qué de telarañas he debido de quitar a escobazos. Un par de inquilinas de las mismas han salido huyendo bajo la cama, temerosas de que la ira de la diosa escoba cayera sobre sus cabezas y de seguro tendré que lidiar con ellas esta noche antes de dormir.

Sobre la mesa de mi escritorio se apilan los temas de forma precaria: el yogur de los griegos, el triki triki huérfano, la Royal Albacete Force, Avon llama a su puerta... y tantos y tantos otros que me dan tanta pereza que hacen desvanecer las pocas ganas que me puedan quedar de escribir algo distinto de una apología del reciclaje de la basura en la que se ha convertido este futuro de aparatos y fuegos de artificio.

Post 1001. Desconozco si Blogger cuenta los borradores, los cuales atesoro desde tiempo inmemorial; alguno desde aquél mítico año 2006 en el que... bueno, algo pasaría. Como último acto de celebración de la década de éxito y progreso que ha supuesto Fin del juego para la nación,  os traigo un podcast realizado por mí. Y que... a ver, pensándolo fríamente, da bastante pena escucharlo, y en caliente, pues las sensaciones son las mismas.




Escucharlo hasta el final tiene premio. Los esforzados sufridores que lo consigan ganarán el derecho de invitarme a cenar en un restaurante de su elección. Ya sé que esto lo había promedito antes, pero en el anterior concurso nadie se apuntó y ya estoy un poco cansado de pasar hambre.

PD: Sí, estaba MUY borracho cuando lo hice.

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