El ser de provincias ocasiona todo tipo de inconvenientes que los de la capital no sufren: estamos culturamente atrasados, pobremente informados y nuestro pescado no es tan fresco como el que se puede encontrar en los mercados de Madrid.
Sin embargo, el hecho que más afecta a las cazafortunas locales que, cumpliendo la mayoría de edad, deben de hacer las maletas y dejar su hogar para ir a cazar a un futbolista en un lugar lejano, es la ausencia de famosos con los que gritar como una loca mientras se hacen juntos una instantánea que conservarán hasta el final de su edad del pavo.
Pese a que mi pueblo ha sido nombrado en diversas ocasiones en la televisión, en series como Médico de familia, Aquí no hay quien viva y casi todas las producciones de Jose Luís Moreno, no es muy dado al famoseo urbano. Cierto es que Marbella está al lado, siendo el verdadero foco del glamour y la fama. Fue allí donde conocí al primer famoso de mi vida. Y no fue un ser humano precisamente.
Contaba yo con unos tiernos ocho años de existencia, mientras caminaba por el paseo marítimo del antiguo feudo del Gil, más contento que unas castañuelas por el helado de dos bolas que iba degustando (configuración heladera que se ha ido perdiendo con el tiempo) cuando me crucé de sopetón con un señor moro que agarraba una correa. Y del otro lado de la correa, podría haber llevado a un perro, un gato, una iguana, un pony, incluso a su señora, a juzgar por sus costumbres... pero no, sujeto a la misma con un collar de diamantes engarzados iba un simpático chimpancé.
El señor moro lo paseaba como si fuera lo más normal del mundo, y puede que en su país lo fuera, pensé yo, imaginando las calles de Riyadh repletas de sirvientes monos que en un momento dado se rebelarían contra sus captores y se harían con el control del país. Un escalofrío recorrió mi espalda. Hacía solo algunas semanas que había visto El planeta de los simios por primera vez.
No recuerdo por qué razón pero el mono salió corriendo hacia mi. Sería mi encanto personal, mi helado o igual le picó una avispa, el caso es que el sr. moro se percató del intento de huida, frenándola de un tirón seco.
Me dio pena el pobre animal, que se tocaba el cuello dolorido y me acerqué a consolarle. ¿Cómo? No se, con el poder de los niños supongo. Ya por aquel entonces no pensaba mucho. El sr. moro sonrió y me preguntó en ese característico español apache:
- ¿Tú conocer a Tarzán?
El nombre me sonaba pero en esos momentos no tenía muy claro a quién se refería, claro que no me atreví a decirle que no. Cualquiera le lleva la contraria a un moro con un mono, así que asentí con la cabeza.
- Pues este, hermano de la mona Chita, la novia de Tarzán.
Me quedé mirándolo fascinado mientras se rascaba el trasero. Le di mi helado para que se refrescara pero lo tiró al suelo. El hijoputa el mono...
Cada uno siguió su camino y no volví a saber de él. Años después no quise investigar en Internet si Chita tuvo hermanos y si en caso afirmativo, estos gustaban de veranear en la Costa del sol. Hay cosas que es mejor dejarlas estar.
No pasó mucho tiempo hasta que vi al siguiente famoso. Fue en el marco de unas "Olimpiadas interescolares", de esas que ya no se celebran porque acabarían a navajazos y/o con decenas de embarazos no deseados. Coincidía además el evento con el partido de liga que enfrentarían al CD Málaga y al Real Valladolid. Dio la casualidad de que el equipo visitante entrenaba en el estadio donde se iban a desarrollar las pruebas deportivas.
Me encontraba en el bar del recinto cuando escuché un gran revuelo en el exterior. Los jugadores vallisoletanos se retiraban a las duchas y la muchachada corría tras ellos para vitorearles o insultarles, no lo recuerdo. Destacaba entre todos ellos Valderrama, el hombre palmera, que recibía la mayoría de las atenciones de los presentes. Si creéis que hay algo más perturbador que escuchar a decenas de chavales pedirle a Valderrama que les toque los genitales, os equivocáis. Es lo que tenía la época antes de Twitter, que el ingenio no estaba muy desarrollado y te encontrabas con esos comentarios tan ambiguos. Al menos dejaron la máquina recreativa del bar libre y pude jugar al Black Tiger sin tener que esperar cola. Y ese es todo el recuerdo que tengo de aquella competición. Creo que corrí en la última prueba, en los 100 metros lisos y le di un empujón a un chaval para no quedar último. Lo típico vamos.
Los años se fueron sucediendo y ya pensaba que ningún famoso se volvería a cruzar en mi vida, hasta que una tarde de mayo, caminando de vuelta a casa tras salir del instituto y a una prudente distancia de la chica más guapa de mi clase, escuché un prolongado frenazo. Miré a mi izquierda y vi que tenía un coche pegado a pocos centímetros de mi pierna. Al volante se encontraba un señor de pelo pajizo y gafas de alambre que me resultaba familiar.
Se me quedó mirando con los ojos como platos y durante un rato no reaccionó. Me encogí de hombros. <<¿Qué pasa?>> venía a decir ese gesto de duda.
- Hombre por favor, un poquito de más cuidado - me dijo el conductor. Entonces, reconocí ese tono de voz. Era Rappel, un gran hombre que tiempo después descubrí que había elegido mi pueblo para vivir y el único, junto a Demis Roussos, al que le sientan bien las túnicas. Y si pensáis lo contrario es que nunca le habéis visto con ropa de calle.
Yo estaba cruzando un paso de cebra y dentro de la legalidad, así que la cosa no pasó a mayores. Además la chica se escapaba y un camino sin un culo que te sirva de guía puede hacerse muy aburrido así que no continué la conversación y le dejé intentando arrancar de nuevo el vehículo pues se le había calado. Para Rappel fue una intentona de atropello más, pero para mi, fue especial.
Mención especial para Paquirrín, verle es como ver al hermano juerguista de Calimero montando en moto. Durante un tiempo era normal avistarle con su scooter por los alrededores del restaurante de su madre. No puede considerarse tan famoso como el hermano de Chita, pero bueno, aquí queda este pequeño testimonio.
Ah bueno, y paseando por Nueva York me crucé con Gary Busey, Jennifer Lopez y el chino de Resacón en Las Vegas, pero si no te los encuentras en NY, ya me diréis dónde.
Sin embargo, el hecho que más afecta a las cazafortunas locales que, cumpliendo la mayoría de edad, deben de hacer las maletas y dejar su hogar para ir a cazar a un futbolista en un lugar lejano, es la ausencia de famosos con los que gritar como una loca mientras se hacen juntos una instantánea que conservarán hasta el final de su edad del pavo.
Pese a que mi pueblo ha sido nombrado en diversas ocasiones en la televisión, en series como Médico de familia, Aquí no hay quien viva y casi todas las producciones de Jose Luís Moreno, no es muy dado al famoseo urbano. Cierto es que Marbella está al lado, siendo el verdadero foco del glamour y la fama. Fue allí donde conocí al primer famoso de mi vida. Y no fue un ser humano precisamente.
Contaba yo con unos tiernos ocho años de existencia, mientras caminaba por el paseo marítimo del antiguo feudo del Gil, más contento que unas castañuelas por el helado de dos bolas que iba degustando (configuración heladera que se ha ido perdiendo con el tiempo) cuando me crucé de sopetón con un señor moro que agarraba una correa. Y del otro lado de la correa, podría haber llevado a un perro, un gato, una iguana, un pony, incluso a su señora, a juzgar por sus costumbres... pero no, sujeto a la misma con un collar de diamantes engarzados iba un simpático chimpancé.
El señor moro lo paseaba como si fuera lo más normal del mundo, y puede que en su país lo fuera, pensé yo, imaginando las calles de Riyadh repletas de sirvientes monos que en un momento dado se rebelarían contra sus captores y se harían con el control del país. Un escalofrío recorrió mi espalda. Hacía solo algunas semanas que había visto El planeta de los simios por primera vez.
No recuerdo por qué razón pero el mono salió corriendo hacia mi. Sería mi encanto personal, mi helado o igual le picó una avispa, el caso es que el sr. moro se percató del intento de huida, frenándola de un tirón seco.
Me dio pena el pobre animal, que se tocaba el cuello dolorido y me acerqué a consolarle. ¿Cómo? No se, con el poder de los niños supongo. Ya por aquel entonces no pensaba mucho. El sr. moro sonrió y me preguntó en ese característico español apache:
- ¿Tú conocer a Tarzán?
El nombre me sonaba pero en esos momentos no tenía muy claro a quién se refería, claro que no me atreví a decirle que no. Cualquiera le lleva la contraria a un moro con un mono, así que asentí con la cabeza.
- Pues este, hermano de la mona Chita, la novia de Tarzán.
Me quedé mirándolo fascinado mientras se rascaba el trasero. Le di mi helado para que se refrescara pero lo tiró al suelo. El hijoputa el mono...
Cada uno siguió su camino y no volví a saber de él. Años después no quise investigar en Internet si Chita tuvo hermanos y si en caso afirmativo, estos gustaban de veranear en la Costa del sol. Hay cosas que es mejor dejarlas estar.
No pasó mucho tiempo hasta que vi al siguiente famoso. Fue en el marco de unas "Olimpiadas interescolares", de esas que ya no se celebran porque acabarían a navajazos y/o con decenas de embarazos no deseados. Coincidía además el evento con el partido de liga que enfrentarían al CD Málaga y al Real Valladolid. Dio la casualidad de que el equipo visitante entrenaba en el estadio donde se iban a desarrollar las pruebas deportivas.
Me encontraba en el bar del recinto cuando escuché un gran revuelo en el exterior. Los jugadores vallisoletanos se retiraban a las duchas y la muchachada corría tras ellos para vitorearles o insultarles, no lo recuerdo. Destacaba entre todos ellos Valderrama, el hombre palmera, que recibía la mayoría de las atenciones de los presentes. Si creéis que hay algo más perturbador que escuchar a decenas de chavales pedirle a Valderrama que les toque los genitales, os equivocáis. Es lo que tenía la época antes de Twitter, que el ingenio no estaba muy desarrollado y te encontrabas con esos comentarios tan ambiguos. Al menos dejaron la máquina recreativa del bar libre y pude jugar al Black Tiger sin tener que esperar cola. Y ese es todo el recuerdo que tengo de aquella competición. Creo que corrí en la última prueba, en los 100 metros lisos y le di un empujón a un chaval para no quedar último. Lo típico vamos.
Los años se fueron sucediendo y ya pensaba que ningún famoso se volvería a cruzar en mi vida, hasta que una tarde de mayo, caminando de vuelta a casa tras salir del instituto y a una prudente distancia de la chica más guapa de mi clase, escuché un prolongado frenazo. Miré a mi izquierda y vi que tenía un coche pegado a pocos centímetros de mi pierna. Al volante se encontraba un señor de pelo pajizo y gafas de alambre que me resultaba familiar.
Se me quedó mirando con los ojos como platos y durante un rato no reaccionó. Me encogí de hombros. <<¿Qué pasa?>> venía a decir ese gesto de duda.
- Hombre por favor, un poquito de más cuidado - me dijo el conductor. Entonces, reconocí ese tono de voz. Era Rappel, un gran hombre que tiempo después descubrí que había elegido mi pueblo para vivir y el único, junto a Demis Roussos, al que le sientan bien las túnicas. Y si pensáis lo contrario es que nunca le habéis visto con ropa de calle.
Yo estaba cruzando un paso de cebra y dentro de la legalidad, así que la cosa no pasó a mayores. Además la chica se escapaba y un camino sin un culo que te sirva de guía puede hacerse muy aburrido así que no continué la conversación y le dejé intentando arrancar de nuevo el vehículo pues se le había calado. Para Rappel fue una intentona de atropello más, pero para mi, fue especial.
Mención especial para Paquirrín, verle es como ver al hermano juerguista de Calimero montando en moto. Durante un tiempo era normal avistarle con su scooter por los alrededores del restaurante de su madre. No puede considerarse tan famoso como el hermano de Chita, pero bueno, aquí queda este pequeño testimonio.
Ah bueno, y paseando por Nueva York me crucé con Gary Busey, Jennifer Lopez y el chino de Resacón en Las Vegas, pero si no te los encuentras en NY, ya me diréis dónde.