Sobreviviendo en las rebajas

Entre las necesidades básicas del hombre se encuentran procrear, procrear, comer, entrenar en solitario la procreación y no pasar frio, quizás por ello no entendemos el concepto abstracto de ir de compras, vamos muy a gusto con el pecho descubierto o con una piel de mamut cuando el frío aprieta. Todavía no he encontrado a un hombre al que le gusta ir de tienda en tienda mirando prendas (heterosexuales fuera de su época de celo, se entiende) Quizás por ello las tiendas dedicadas en exclusiva a nosotros suelen presentar un aforo similar a un Valdebebas - Cerezo de tercera regional. Símil futbolístico que los machos entenderán. De hecho el lugar más solitario del planeta sería la planta para hombres del Zara, si no dejaran entrar a las mujeres.

Sin embargo, llega un momento en que todo hombre debe hacer de tripas corazón, guardar su lanza y acompañar a su pareja a las tan temidas rebajas, para mayor disgusto, ahora eternas. No te libras ni aunque sea verano. Empieza entonces un lento caminar por los pasillos repletos de mercancía en espera de ser sobada, observada, sopesada, resobada, quizás probada, cambiada por otra talla mayor, devuelta y vuelta a empezar. La primera vez te lo tomas como algo exótico. ¿Así que esto es lo que hacen las mujeres cuando salen a la calle? piensas mientras observas fascinado el ecosistema único de cada local: Grupos de chicas en busca de ropa para salir de marcha ancladas en la sección de tops, milfs ojeando bolsos, dependientas que doblan ropa mientras con un ojo guardan control de lo que hacen las clientas y con el otro examinan el chupetón que muestra su compañera en el cuello y que seguro que se lo ha hecho el Johnny, que mira que le dijo el otro día que le dejara, pero nada, no aprende. Y anda que no cubrirse con un pañuelo para que no nos demos cuenta. ¡Será guarra! Y así sales al final contento por haber vivido una experiencia nueva y enriquecedora que te ha hecho comprender un poco más a tu mujer.

Ya cuando salís de la tienda para meteros en la de al lado, el enriquecimiento personal te parece pelín excesivo. Se inicia de nuevo el recorrido diabólico por los pasillos y a la quinta tienda empiezas a buscar formas de guardar la compostura y no caer preso de la fatiga de rebajas, término médico que no me detendré a explicar aquí pero que convierte a un hombre perfectamente sano en posesión de todas sus facultades en poco menos que una mula de carga que arrastra los pies por las baldosas que le indica su pareja, con la voluntad anulada y la mirada hueca. Un guiñapo vamos.

Es en este momento en el que un hombre demuestra la pasta de la que está hecho. Hay quien se deja arrastrar por la situación y lo único a lo que aspira es a encontrar la mirada de consuelo en los ojos de un camarada desconocido pero en ese instante en el que se cruzan sus ojos, casi hermanos, y hay quien mira a los ojos a la adversidad y le pide que le enseñe las tetas.

Yo comencé a salirme a la puerta de las tiendas a esperar. Allí conocí a gran variedad de personajes, amén de crear el Pulanberismo. Entre todos ellos me llamó la atención un señor mayor que decía llevar esperando a su esposa en la puerta del Trucco de mi ciudad nada menos que 15 años. Sorprendido, le pregunté la razón por la que no entraba en el local a buscarla. Si hombre, para que la encuentre, respondió antes de liarse un cigarro. Y así tantos otros congéneres que pasaban frío, soledad y verguenza, porque las chicas te miran siempre con pena al entrar, el rato. Yo tuve que dejarlo porque me di cuenta dos semanas después que cada vez que íbamos de compras tenía que dormir en el sofá.

Tuve que poner en marcha otros mecanismos de supervivencia. Comencé por los viejos trucos matemáticos, como contar cuantas camisetas llevaban demasiado escote, cuantos pezones podrían verse con las camisas de Pull and Bear y así. Sin embargo, cuando llegué a la conclusión de que con el 78% de las faldas de Mango se veía la puerta de los deseos si te agachabas en un ángulo menor de 45º, me aburrí. Como también me aburrió intentar aprender algo sobre moda, cosa muy útil si tienes pensado en una fiesta hacerte pasar por gay, ya sea por convicción o como técnica para ligar, cosa que por aquel entonces no necesitaba. Pasé entonces a escuchar la conversación de la gente que me rodeaba. Me enteré de muchas cosas, como que el sueldo de las dependientas de Zara da para irse de vacaciones a Nueva York una semana a todo lujo, que hay una Vane suelta por la provincia esparciendo infecciones, que el final de Perdidos era una mierda (cosa que ya sabía pero bueno...) y que Pablo Alborán debe tenerla como un caballo a juzgar por los comentarios poco profesionales de la que decía ser su fisioteraputa. Y no, no hay una errata.

Lo de las dependientas me sorprendió, así que les dediqué más atención de la prestada hasta el momento. Por regla general suelen ser chicas jóvenes y guapas, algunas incluso majas.Craso error pues cuando una dependienta ve a una clienta, lo primero que viene a su cabeza es: A ver que quiere esta gorda, seguro que una 34 cuando eso no le cabe ni en una de esas patas de elefante que se gasta. Una mujer nunca va a hacer caso a la opinión de una desconocida. La empatía entre mujeres guapas es similar a la que se da entre la víbora y la King Cobra. La compradora ve en la dependienta a su enemiga, esa niña del colegio que le decía que las coletas eran de pueblerina, esa compañera de trabajo que hace comentarios sobre el incesante tamaño de su trasero con una sonrisa, y claro, si se compra es por necesidad y por vicio, pero el supremo arte de vender consiste en colocar al cliente algo que no necesita. Si pusieran a hombres como Clooney o el Khal Drogo a vender, les comprarían hasta una carpa de circo.

En cualquier caso yo agradezco que el status quo matriarcal en el área comercial se mantenga, pues así al menos puedo alegrarme la vista. Eso si, un consejo, existe un alto riesgo de que te pille tu novia si eres muy descarado mirándolas y créeme, no acabará en trío. A mi me pasó una vez, pero a los 10 minutos ya empezaron los títulos de crédito.

Al final fui asimilado y siguiendo el viejo adagio, me uní al enemigo, aunque mi primera experiencia fue nefasta. El otro día me quedé sin comprarme una camiseta de Vegeta porque la elefantiásica cola de la caja me echó para atrás. ¿Por qué no se crea una caja de emergencia que reduzca el tiempo de espera? Así gente consumista como yo, sin ninguna necesidad de una camiseta, podría tirar el dinero alegremente.

Así se lo conté al señor mayor que esperaba en la puerta. Este se limitó a encoger los hombros y me ofreció un cigarrillo.
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2 comentarios:

  1. Yo soy una experta y una adicta a ir de compras. Pero sola. Más de uno no cabemos en los sillones de los probadores de Mango. Y en lo probadores de Mango vale la pena sentarse y pegar la oreja a la conversación del probador contiguo. Siempre.

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  2. Doy fe de las conversaciones interesantes en Mango y lo extiendo al Bershka y al H&M. Yo he aprendido mucho de la vida en sus probadores, como que comiendo puré de patatas durante la regla evitas quedarte embarazada el mes siguiente (true story)
    Esto daría para un libro vaya. Ahora me arrepiento de no haber tomado nota de todas aquellas conversaciones tras las cortinas que escuché en mi época de "tiendero".
    Besos!

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