Día en el museo

Me gustaría poder decir que la nochevieja de 2009 fue un evento mágico que recordaré toda mi vida, pero no fue así. Tras la explosión de júbilo inicial, cuando la bola luminosa descendió marcando el inicio de otro año más, la vida en la ciudad continuó caótica y ajetreada como siempre, carente de ese espíritu festivo que se ha ido diluyendo en España con el paso de los años y que aquí en Norteamérica, simplemente no existe.

Para mi fue una noche más en Nueva York, si es que eso es posible. Al fin y al cabo lo que hace especial un momento, son las personas con las que lo compartes; y pese a estar rodeados de buenos amigos, me faltaba algo.

Así que aquella primera mañana de 2010, en la habitación del hotel decidí varias cosas: decidí alejarme de las complicaciones que se producen cuando se viaja en grupo, decidí comenzar el año haciendo algo que siempre quise hacer desde que surgió la idea de realizar aquel viaje: decidí visitar el Museo de Historia Natural; y mientras abrian sus puertas, decidí dejarme llevar por la melancolía del momento y vagar sin rumbo por las calles de Manhattan durante el que sería mi último día en la gran manzana, sin más compañía que mi mochila y mi cámara de fotos.


Si en Europa todos los caminos llevan a Roma, en NY van a parar a Central Park. Pese a las intempestivas horas de la mañana y ser un día festivo, me crucé con bastantes transeuntes que paseaban tranquilamente, se preparaban para la maratón o disfrutaban de unos minutos de juego con sus perros.

Impresionante debería ser un adjetivo inseparable de la ciudad, lo que queda especialmente patente a los pies del inmenso edificio que alberga las estancias del Museo con sus setos en forma de dinosaurio, una estatua del Roosevelt bueno y una declaración de intenciones sobre el pórtico: Knowledge.

Una de las razones por las que quería ir allí en lugar de perder las horas en Greenwich village o el Soho, fue para poder decir "Yo estuve ahi" cada vez que viera "Noche en el museo" (soy fan de Ben Stiller) Pero tras pasar dentro más de 8 horas ininterrumpidas, sin exagerar un ápice, puedo decir que no se parece en nada al que aparece en la mencionada película. Eso si, el mohai de Pascua si que llegué a verlo así como a los restos oseos de un enorme T-Rex, que no decora el hall por cierto.

En el museo se pueden encontrar distintas areas iluminadas con una luz tenue que invita a la reflexión y la relajación, dedicadas a la botánica, la geología, con una gran colección de gemas y piedras preciosas, la biología, con animales disecados recreando su habitat natural, el clima, la paleontología con los huesos de toda clase de pequeños y grandes dinosaurios y mamíferos, la oceanografía, con una réplica a escala real de una ballena azul colgando del techo del pabellón, la antropología, con dioramas representando costumbres de otras culturas, vestuarios y herramientas de todo tipo, la historia y la astronomía. Casi todas las areas del saber humano están representadas.

Pese a lo prolongado de mi visita, el tiempo pasó volando y me quedé sin poder ver un par de salas aparte de las exposiciones especiales a las que se accedia pagando un plus al precio de la entrada normal, que tampoco te daba acceso al planetario. No es un sitio que se pueda ver en un día, especialmente si tienes interés en leer todos los textos que acompañan a las piezas, escuchar las videoguías o hacer fotos (algo permitido, aunque es dificil conseguir una buena toma debido a la mencionada iluminación)

Con todo, lo que más me sorprendió en un primer momento fue la gente que se daba cita allí. Si la riqueza de una nación se midiera por la cantidad de visitantes del museo, España sería la primera potencia económica mundial. El número de españoles era abrumador, hasta el punto de que cada cinco pasos que daba escuchaba una voz en la lengua de Cervantes que llamaba al orden a sus hijos, pedía que le hicieran una foto junto a las fauces de un Carcharodon Megalodon o contaba un chiste a su pareja. Lo cual me llevó a preguntarme cómo era posible que en medio de la crisis tanta gente pudiera permitirse el lujo de pasar Año nuevo en Nueva York.

Asi como en el MOMA la entrada es libre todos los viernes de 4 a 8 de la tarde, creo que en el Museo de Historia Natural tambien lo es. Pues antes de marcharme vi como se agolpaban centenares de personas en las taquillas.

Y así cumplí uno de mis pequeños sueños. Si me tengo que quedar con algo sería con dos cosas: la posibilidad de tocar con mis propias manos todo un meteorito gigante de hierro que surcó las profundidades del espacio Dios sabe por cuánto tiempo, y una sección de una secuoya gigante que me impactó tanto que me quedé mirándola durante varios minutos. Jamás pensé que un árbol pudiera llamar tanto mi atención.

Y volví de nuevo, y por siempre, a Central Park, con sus bailarines de break dance, sus puestos de perritos calientes y las parejas que bordeaban el lago acarameladas mientras yo trataba de captarlo todo con mi retina, para cuando la oscuridad me invada y tenga que echar mano de los recuerdos.


Acojona tronco, acojona.
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2 comentarios:

  1. Muy majas las fotos, caballero!

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  2. Intenté hacerle una a un auténtico mohicano que visitaba el museo, pero me quedó muy oscura. Una lástima porque podría haberle vendido la instantanea a los del National Geographic.

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