Charm

El otro día, como quien no quiere la cosa, me di cuenta de que no caigo bien a muchísima gente. Si, lo se, yo tampoco lo comprendo, y tampoco debiera importarme, porque no me dedico a vender enciclopedias de puerta en puerta, ni me he presentado a un reality; pero el objetivo de esta vida, es crecer como persona y acostarse con una supermodelo, aunque lo de crecer es más asequible.

Por ello, mientras luchaba contra la muerte frente al segundo pase de "El paciente inglés", decidí que aquello debía cambiar. Quería ser cool, molón, chachi... en definitiva, que la gente me dejara acercarme a menos de 50 metros de ellos.

Tras un profundo proceso de autocrítica, que me llevó toda una noche y dos tabletas de chocolate, llegué a la conclusión de que debía mejorar en tres aspectos principales.

El primero de todos y el más urgente: el aspecto. No es que sea un dejado, pero si me interesara un poco más por la ropa que llevo, puede que llegara a vestir como un mendigo. Qué le voy a hacer, cuando repartieron el buen gusto por la moda, yo hacia cola en la zona de los atributos sexuales (valga la redundancia)

Eché un vistazo a mi armario. Camisetas que no son dos sino una, pantalones pirata, chandals, deportivas doradas... aquello parecía sacado del guardarropa de MC Hammer. Debia renovar toda mi vestimenta, pero ¿a quien acudir? Mi novia estaba muy lejos y además siempre acabábamos en los probadores sin ropa...

Entonces me hice una pregunta: aparte de los italianos, ¿quienes son los hombres más elegantes? Instantáneamente tuve la solución: los gays. Y hacia allí que me fui para que me asesoraran.

La milla rosa es el descriptivo nombre que recibe la zona homo de mi ciudad. Si en algunos barrios no es recomendable caminar por las noches si no quieres que te desplumen, en este lo peligroso es que te emplumen y otras cosas que riman.

Tengo un par de amigos que trabajan en la disco más importante de la zona: Lujuria y pasión en tu sillón. Uno es Lady Zarzaparrilla y el otro/a Fuego en el cuerpo. Por supuesto son sus nombres de guerra. El primero es Manolo y el segundo David, antiguos compañeros de instituto que soñaban con ser ginecólogos. Tenían que disimular los pobres.

Con su ayuda, y tras más de seis horas visitando tienda tras tienda, iba cargado con una boa de plumas, unas botas de tacón alto hasta las rodillas, varios minitangas de cuero, una fusta y dos mascaras venecianas. Para mi no habían encontrado nada, así que decidieron tirar por lo clásico.

Dolce Gabanna, Dior, Coco Channel... en todas entraba ilusionado por los modelos que lucian en el escaparate, para salir horrorizado en cuanto veía el precio. Hasta que llegué a Armani. Cuando me puse uno de sus trajes, sentí como si fuera mio. El dependiente no pensó lo mismo, puesto que llamó a los municipales cuando me vio salir corriendo de la tienda sin pagar. Estuve unos cuantos días con un bonito traje de una pieza, a rayas blancas y negras. Y es que estar a la moda, puede costar muy caro.

Lo siguiente que debía perfeccionar era mi actitud externa hacia los demás. Desde que tengo uso de razón, y edad para que se me imputen crímenes, la policía local no ha dudado en pararme para pedirme la documentación. Debe ser que cuando uno hace algo ilegal, como robar un banco, pone cara de malo, para que así sea mas fácilmente identificable por la policía. Si no, no me lo explico.

Probé como Carmen Sevilla, a ponerme unos esparadrapos detrás de las orejas, para estirarme la piel y dejar al descubierto los colmillos de la felicidad, y tener una sonrisa permanente, pero no funcionaba. Unos góticos pensaron que estaba jugando al Vampire the masquerade y me estuvieron tirando los dados durante una hora.

Estaba luchando contra un miembro del clan Toreador, cuando me sonó el móvil. ¡¡Tenia una entrevista de trabajo!!, el lugar perfecto para poner a prueba mi sonrisa, pero tenia que encontrar la manera de sonreír. Entonces pasaron junto a mi tres alumnas del instituto sueco y las seguí con la mirada, hasta que me vi frente a un espejo, con una sonrisa que habría sido la envidia de un anuncio de dentífrico. Había encontrado la respuesta.

Llegué al edificio puntual, con mi traje de Armani. El entrevistador debió pensar que me había tomado un tripi o algo, porque no hacia más que ofrecerme un vaso de agua. Al tercer intento, lo acepté y caí en la cuenta. Rápidamente borré la sonrisa de mi rostro y puse mi cara mas seria, lo que fue casi peor, porque pensó que se me había bajado la euforia y temiendo que le rompiera las piernas, salio huyendo del despacho excusándose pobremente. Sigo esperando que me llamen.

La entrevista me había salido mal, y necesitaba ánimos para superar dicho momento. Miré en la agenda del móvil y llamé a la última persona con la que había hablado: mi amigo Antonio.

- Pizzeria Giovanni, dígame.

- Perdone, me he equivocado.

Que raro, pensé, debo haberme equivocado. Volví a marcar.

- Pizzeria Giovanni, digame.

- Oh, perdone, me he vuelto a equivocar.

- ¿Donde llama usted?

- A la casa de Antonio Maceda (nada que ver con el futbolista)

- Mmm, en los cinco años que llevo aquí no he escuchado hablar de esa persona.

Me despedí del amable pizzero y busqué el siguiente número por orden alfabético.

Una estaba casada, otro en el congo, otro trabajaba de buzo, un par estaban en la cárcel y Manolo y David estaban en la gay parade de Berlin. Estaba más sólo que una pulga en la cabeza de kojack.

Era la última de las cosas que tenia que cambiar. Me encontraba en esa situación de desamparo por no haber sabido mantener una relación de amistad, más de dos meses en el caso de los hombres o después de saber que no tenia posibilidad de llevármelas a la cama, en el caso de las mujeres. La triste realidad era que había abandonado a más gente que Chuck Norris en Desaparecido en combate...

¿Como cambiar aquello? En primer lugar, conociendo a otras personas. Que iba a comprar el pan, pues me presentaba a las amas de casa que hacían cola. Varias de ellas me tomaron por un gigolo buscando trabajo y me llevé varios tortazos y el número de teléfono de una señora a la que ni cobrando se lo haría. Pero no me desanimaba. Cuando iba al super, a la librería o al cine, hacia lo mismo. Pronto se me conoció por el salido del barrio y nadie se me queria acercar. Además la orden judicial me obligaba a permanecer a 100 metros de distancia. Estaba peor que cuando empecé.

Al final, decidí seguir siendo yo mismo porque aquellos a los que caigo bien, chanan mil. Al resto, que les den.
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