City of the dead

Bullicio. Una sola palabra que describe a la perfección el estado de mi ciudad años atrás por estas fechas. Una riada de gente de todos los lugares iban y venían por el remodelado paseo marítimo y se detenían en las innumerables cafeterías, heladerías o restaurantes a tomar un aperitivo y charlar distraidamente.

Circular por el centro en coche era una tarea reservada a aquellos con una paciencia a prueba de balas. Los precios se disparaban para que el turista se fuera con un buen sabor de boca y la sensación de haber sido timado.

Puede que por haber estrujado demasiado la gallina de los huevos de oro o por la crisis, pero del alegre y enriquecedor bullicio hemos pasado a la desolación absoluta.

Con un simple paseo en hora punta por cualquier calle del municipio podremos comprobar que el volumen de visitantes ha descendido dramáticamente a un nivel apocalíptico para decenas de pequeñas empresas que hacían caja en verano para sobrevivir el resto del año. Un gran porcentaje de ellas tendrá que cerrar si la situación continua así. Las consecuencias para la economía local serán aterradoras.

Las tinieblas de la crisis comienzan a oscurecer la ciudad y ni siquiera el poderoso brillo del sol de agosto podrá atravesar el manto de pesimismo que recubre a cada habitante.
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