Sucedió en la calle

Contemplaba un par de tardes atrás, la vida pasar bajo mi balcón, cuando una chica rubia y menuda llamó mi atención. Caminaba lentamente como si en cada paso que daba, se le fuera la vida. La seguí con la mirada hasta que llegó a la altura de una barandilla que impedia una caida de apenas dos metros, al caudal de un pequeño arroyo, seco casi todo el año.

Se detuvo junto a la oxidada valla de metal, y saltó sobre ella, para caer en precario equilibrio, sobre el escaso bordillo que la separaba de caerse. Se quedó unos minutos así, asida a la barandilla con la mirada perdida en el pretendido abismo.

Entonces, soltó un brazo y uno de sus pies se asomó al vacio. ¡¡Pensaba tirarse!!. Quise gritarle: "No saltes, te vas a poner perdido el vestido", pero no fue necesario. La via en ese momento estaba lo suficientemente transitada, para que de la masa anónima de padres que recogian a sus hijos del colegio, surgiera un salvador que con un poderoso abrazo la devolviera al lado firme de la calle.

Tras unos minutos de conversación, en los que seguramente el padre recriminara a la fallida suicida su actitud, cada uno fue por su lado. A la chica no la he vuelto a ver.

Cuando uno se plantea quitarse la vida, lo planea con cuidado, o simplemente dedica un par de sus últimos minutos en elegir el método más efectivo; pero hay que estar muy desesperado para tirarse desde una altura de dos metros, te tiene que dar igual ocho que ochenta. Hay que estar muy desesperado o medir mal las distancias.
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