El amanecer de los muertos

Dia 1 despues de las vacaciones. Las hordas de inconscientes turistas han abandonado el pueblo y nos hemos quedado huerfanos de extranjeras descocadas (salvo por las del instituto sueco, algún dia me colare allí y vivire feliz por siempre jamás).
En esas circunstancias me disponia a marchar a mi retiro diario en la biblioteca. El sol se desperezaba lentamente y sus rayos aun no inundaban las calles con su luz y su calor. Una ligera brisa hacia poco recomendable salir en manga corta asi que me puse mi sobrecamisa más hortera (me gusta llamar la atención) y me colgue la mochila al hombro.
Aún estaba pensando por que callejones andar para que me viera el menor número de gente, cuando de pronto los vi. Primero fue uno, andaba erráticamente por la calle, parecia desorientado, luego apareció otro, y otro y otro más. Empecé a sentir miedo. Una multitud de ancianos habia tomado las calles (y ni siquiera estabamos a primero de mes), amedrentando a los transeuntes con sus constantes quejas, derritiendoles el cerebro con sus conversaciones sobre el hambre que pasaron en la postguerra e interrumpiendo el tráfico fluido con sus constantes paradas para observar cualquier obra que se esté llevando a cabo.
No habia camino que no estuviera libre de aquellos seres, asi que tuve que abrirme paso a codazos, no muy fuertes porque no convenia que se rompieran algo y tuviera que correr yo con los gastos del seguro. Así crucé dos calles. Cuando estaba a punto de cruzar la tercera, sentí como alguien me cogia del brazo.
-Este lleva cigarrillos mentolados
Uno de ellos habia confundido un puñado de caramelos de menta que llevaba en la mochila con un paquete de cigarrillos mentolados, sabe dios lo que sera eso.
Trate de razonar con ellos pero era imposible, estaban enajenados, en su propio mundo. No tuve más remedio que salir corriendo.
No tarde en despistarlos puesto que su velocidad punta era de 2 km/h (3 con bastón) pero ahora atraia la atención de todos los ancianos con los que me cruzaba. Al grito de "no le gusta Concha Piquer" iniciaban mi persecución. Pronto tenia una legión de jubilados tras mis pasos.
Recorri callejuela tras callejuela hasta que llegue a un callejon sin salida a tan solo 3 metros de la biblioteca.
No tenia salida. El otro extremo del callejón estaba bloqueado por centenares de ellos que se acercaban cada vez más, murmurando cosas ininteligibles sobre los tiempos de Franco. Parecia que iba a llegar mi final, cuando de una puerta que no sabia que estuviera alli, un brazo salvador me introdujo en una habitación oscura repleta de libros. La bibliotecaria pelirroja me habia salvado. No tardamos en escuchar las sirenas de la brigada policial del inserso, que rapidamente limpió las calles, trasladando a los ancianos a un destino mejor, donde no pudieran molestar a nadie.
Aliviado, pude dedicarme a mis quehaceres rutinarios, hasta que me reencontre con una amiga a la que hacia meses que no veia, un antiguo "amor" no correspondido, como todos los amores de mi vida. Habia cambiado de peinado, de forma de vestir, de carrera, pero seguia con el mismo novio de siempre. No se por que maldición gitana todas las chicas que me gustan tienen novio.
Cuando salí a la calle, pude comprobar aliviado como apenas se veian unos cuantos viandantes, todos ellos de mediana edad. Podia volver a casa tranquilo.
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